Post-COVID, ayudar e impulsar la España más allá de la autovía A2
El equilibrio en una sociedad próspera y libre reposa sobre tres pilares. Uno es la salud de las personas. Los otros dos son la salud de la economía y la salud de las instituciones democráticas. Mi parecer es que son como trillizos que debemos hacer crecer y fortalecer a la par, de modo que el edificio no se nos venga abajo. Es obvio que, a veces, tendremos que ocuparnos algo más de uno de ellos, como sucede ahora debido a la amenaza de la COVID-19. Dicho esto, como una de esas inquietantes matrioskas de nuestra infancia, la grave crisis sanitaria alumbra una crisis económica de proporciones inéditas. Ésta, a su vez, podría incluso llegar a engendrar una crisis institucional descontrolada. El Gobierno hará bien en apoyar como es debido a las autonomías cuya fórmula productiva se ha volatilizado de la noche a la mañana.
Un fondo de competitividad y nuevos ecosistemas empresariales
Hasta ahora, la vida ha estado en juego en los hospitales y en los espacios públicos, pero pronto nos la vamos a jugar en el terreno de las oportunidades. En autonomías como Baleares, Canarias, Murcia, Andalucía, Asturias, Comunidad Valenciana o Galicia, los efectos de la parálisis económica han sido devastadores para sus ecosistemas empresariales. ¿Necesitamos más respiradores y más personal sanitario? Sin duda. Sin embargo, lo que la ciudadanía nos va a demandar de manera perentoria es algo más complejo: sacar la economía de la fragilidad del monocultivo económico. Este monocultivo, para unos es el turismo, para otros la construcción, y para los de más allá, los automóviles de combustión. Con vistas a financiar este salto hacia adelante hacen falta varios fondos de 16.000 millones de euros dedicados de manera completa a la reconversión productiva, sin contar que en una región como la Balear, hará falta también un régimen económico especial para compensar el factor excepcional de la insularidad.
¿Cómo recuperar o construir nuevos ecosistemas de empresas? No son parches al estilo de aquel lejano e inane “Plan E”, lo que necesitamos. La buena fe no basta; es imprescindible aplicar inteligencia y una mirada y una acción estratégicas que nos hagan resilientes ante las próximas sacudidas sísmicas de la globalización. El dinero debe ir dirigido a inversiones productivas, a modernización tecnológica y a innovación empresarial y social.
Nos va en ello la calidad y la cantidad del empleo, el aumento del poder adquisitivo y la emancipación de nuestro país.
Europa no quiere que nos andemos con rodeos: innovar
No es que lo diga yo, es que en estas precisas semanas, la Unión Europea está terminando de perfilar un paquete de inversiones al estilo Plan Marshall que exige que los gobiernos nacionales dediquen en los próximos cinco años en exclusiva a renovación de inmuebles, digitalización de comercios y viviendas, carreteras adaptadas a la conducción automática, plantas de hidrógeno, solares, eólicas, substitución de la flota de vehículos públicos de combustión por vehículos libres de emisiones de CO2, infraestructuras masivas de recarga de vehículos limpios, multiplicación exponencial de vías ciclistas, etc. En el horizonte de la economía circular nuestros deshechos son una mina de oro. El 90% de los tejados de Europa sigue sin solarizarse: otro filón.
En paralelo, las administraciones públicas van a tener que aumentar su ratio de compra pública innovadora, un tipo de licitación que consiste en la adquisición pública de un bien o servicio inexistente en el momento de la convocatoria pública, pero que puede desarrollarse en un periodo de tiempo razonable. Por ejemplo, un firme asfáltico retroluminoso para las carreteras secundarias, un software simplificado de gestión de licencias públicas, mobiliario ergonómico para los funcionarios que deban trabajar de pie, y un sinfín de necesidades que el mercado aún no satisface por falta de incentivos a la innovación.
El verdadero cautiverio de nuestra gente es la ausencia de diversificación económica, que sólo podremos resolver mediante la reindustrialización y las nuevas tecnologías. Cuando el globo se vuelva a resfriar, tendremos que tenerlo todo resuelto para que las jóvenes generaciones puedan compatibilizar la seguridad de la salud con la lucha por su futuro. ¿Podemos fabricar más aquí y consumir más de aquí? De eso se trata también.
España es más que la A2
El reparto del 69% del fondo anunciado por el Gobierno para ayudar a las CC.AA. será proporcional al gasto sanitario ocasionado por el coronavirus. Madrid y Cataluña, principales focos de la pandemia, se llevarán la gran mayoría de estos fondos. Los franceses suelen criticar su hipercentralismo con su lacónico “París y el desierto francés”. En España, la cosa no es muy distinta. Madrid y Cataluña, como centros financieros, industriales y de la Administración del Estado, son el eje polarizado -no siempre vertebrador- de un país que a menudo sólo reserva migajas al resto de los territorios. Desde Madrid se tiende a una visión de España uniformizada por la lente con la que se mira desde la Moncloa y los Montes del Pardo. Se legisla mucho desde su óptica, con la que Cataluña ha sabido siempre dialogar de manera inteligente a condición de que todo empiece o termine en la Avenida Diagonal de su capital.
Sin embargo, si queremos que los jóvenes de toda España no vean como su futuro flirtea por segunda vez en una década con el infierno de Dante, vamos a tener que exigir un reparto de las ayudas estatales en relación con el esfuerzo y el sacrificio de sus modelos que han efectuado esta primavera las autonomías que no tienen la opción de volver a la normalidad productiva reservada a las regiones de la célebre autovía A2. Hay regiones que han actuado con redoblada responsabilidad y cautela sanitaria, como las Islas Baleares, y ni siquiera tienen autovía que las acerque a nadie, mientras ve cómo su aeropuerto se convierte en un mausoleo. Una mayoría de gobiernos autonómicos estamos asistiendo en directo y a pie de calle al derrumbe de nuestras economías como si de las torres gemelas se tratara. Ante el riesgo de colapso, ni nos queremos mantener de brazos cruzados, ni nos resignamos a tirar la toalla en la reconstrucción. A la angustia por la COVID no sumemos el trauma del desamparo vital al que pueden verse arrojadas poblaciones enteras ante la falta de perspectivas de futuro. Por todo esto, reclamo que el gobierno central se siente a estudiar y negociar inversiones estatales en las regiones exclusivamente concebidas para conquistar un nuevo modelo productivo.
2