A las Autoridades Académicas, profesores, estudiantes y otros miembros de la Comunidad Universitaria:
En estos tiempos de pandemia, tan graves y preocupantes, sorprende que las universidades decidan mantener las clases presenciales, despreciando el elevado riesgo de contagios y muertes que este formato de enseñanza conlleva para los docentes, alumnos y sus familiares, como ya pudimos comprobar hace tan solo unos meses. Inmediatamente viene a mi memoria el recuerdo de las numerosas víctimas de Covid-19 que se produjeron durante la pasada primavera en las universidades españolas. Especialmente me impactó la pérdida de un compañero y amigo con quien compartí muchos momentos de despacho en nuestros primeros tiempos de enseñanza a distancia en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), y quien después se había trasladado a la Universidad Autónoma de Madrid (universidad presencial), falleciendo el pasado mes de abril por coronavirus con apenas 60 años. No puedo evitar que acuda a mi mente un pensamiento: de haber continuado en la UNED, muy posiblemente no se habría contagiado.
Las universidades constituyen un importante vector de transmisión de SARS-CoV-2 en la población, al requerir el desplazamiento de millares de personas cada día –muchas de ellas en transporte público–, y concentrar un elevadísimo número de interacciones sociales, por lo que abrirlas presencialmente con niveles altos de transmisión puede derivar en un gran foco de infectados y muertes. La universidad, como institución social, no debe querer esto, y tampoco debe someter a sus profesores y alumnos al riesgo de jugarse la propia vida y la de sus familiares. Gracias a las nuevas tecnologías, hoy tenemos una solución al alcance.
Precisamente en estos tiempos de “nueva situación” –prefiero denominar así a estas nuevas circunstancias, más que de “nueva normalidad”–, el modelo de Educación a Distancia en el que he adquirido amplia experiencia, primero como alumno y después como profesor tutor de la UNED durante más de 30 años, se manifiesta, en mi modesta opinión, como la gran solución. Este modelo ha demostrado ser eficaz y exitoso, permitiendo a los estudiantes alcanzar competencias comparables a las adquiridas a través de la enseñanza presencial, como prueba el elevado número de sus egresados que han desarrollado excelentes trayectorias curriculares, académicas y de inserción en el mundo laboral. Estudiar a distancia comporta también ventajas añadidas para el estudiante, que tiene libertad para planificarse y establecer sus propios horarios de estudio, además de promover valores como la constancia, la responsabilidad, la autodisciplina y la organización. Son muchos los expertos que comparten que la modalidad a distancia es tan valiosa como la enseñanza presencial.
Así pues, las universidades presenciales tienen en su mano la oportunidad de incorporar, total o parcialmente, las herramientas que durante décadas se han venido utilizando de manera efectiva en la enseñanza a distancia, contando además con los nuevos recursos que ofrece el desarrollo tecnológico, como por ejemplo la posibilidad de impartir clases en streaming. A este respecto, el máximo organismo que garantiza la calidad de la enseñanza en las universidades españolas, la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), ha reconocido como docencia presencial las clases impartidas en directo por vía telemática. Por otra parte, el gasto que supondría implementar esta modalidad “presencial a distancia” queda también muy lejos de los elevados costes que conllevarían otras soluciones alternativas que se han barajado en los últimos meses, tales como ampliar la plantilla de profesorado, desdoblar horarios o duplicar espacios y recursos para cumplir con las medidas de seguridad sanitaria. Ninguna de estas medidas sería además tan eficaz como el Modelo de Educación a Distancia en la lucha contra el virus.
Se trataría pues de implementar un modelo de enseñanza online en las universidades presenciales, mientras exista una elevada transmisión comunitaria del virus en nuestro país y el peligro de infección por SARS-CoV-2 siga siendo una amenaza. La base de este modelo puede ser de gran utilidad también en tiempos post-Covid-19 y puede quedar establecida en previsión de futuras pandemias. En síntesis, la implementación de este modelo consistiría en lo siguiente:
En primer lugar, deben elaborarse, para cada una de las asignaturas, unas buenas Unidades Didácticas –o adaptar las existentes–, a fin de que éstas contengan objetivos claros y contenidos distribuidos por temas, así como ejercicios de autocomprobación que permitan al alumno obtener un feed-back inmediato de su aprendizaje. Estas unidades, que suponen el material básico de trabajo del alumno, podrían ser elaboradas o revisadas por los profesores al comienzo del curso, preferiblemente en equipos de profesores que impartan una misma asignatura. El estudio de las Unidades Didácticas debe complementarse con el apoyo de clases y tutorías telemáticas que aclaren toda clase de dudas a los alumnos en relación con los materiales, contenidos, metodología y pruebas de evaluación que puedan surgir a lo largo del curso.
En segundo lugar, debe contarse con un campus virtual y con un Centro de Atención al Usuario especializado para apoyar y asesorar al profesorado y al alumnado ante cualquier problema informático (la mayoría de las universidades presenciales ya cuentan con estos recursos). Al comienzo del curso, los alumnos serían informados, a través del correo electrónico y en las primeras clases, sobre la nueva metodología y las plataformas informáticas que se vayan a utilizar en la comunicación. Es importante establecer diferentes grupos virtuales (chats) que garanticen, para cada una de las asignaturas, la interacción frecuente entre alumnos, entre profesores, y por supuesto entre alumnos y profesores.
Finalmente, la evaluación consistiría en una serie de exámenes online y/o en la presentación de trabajos repartidos a lo largo del curso, en relación a los contenidos impartidos (Pruebas de Evaluación a Distancia), que pueden calificarse con algún porcentaje de la nota final, o simplemente servir para reorientar el aprendizaje de los alumnos. Al final del curso se realizaría un único examen presencial, si las circunstancias sanitarias lo permiten, con todas las medidas de seguridad posibles, que deben blindar a docentes y alumnos. Esta síntesis no debe considerarse como algo cerrado y estático, sino abierto a las adaptaciones y modificaciones que, en base a las peculiaridades de los departamentos y asignaturas, se considere oportuno realizar.
Por desgracia, en la situación actual en la que nos encontramos, con una incidencia de contagios creciendo de manera alarmante y una tasa de positivos que en algunas regiones de nuestro país cuatriplica el umbral recomendado por la OMS para mantener bajo control la epidemia, debemos comprender que son necesarias algunas renuncias, y hemos de sacrificar cierta presencialidad en la enseñanza, si consideramos que lo más importante es salvar vidas. Por ello, no debemos decidir en base al criterio de mejor o peor sistema de enseñanza, sino que debemos optar por el modelo que mayor seguridad ofrezca a la población. Como educador vocacional, he exaltado el valor y la importancia de la educación hasta lo indecible, convencido de que la formación académica es la mayor fortuna que el ser humano puede alcanzar. Pero ahora, en los tiempos y circunstancias que vivimos, no me cabe ninguna duda de que es momento de replegarse, en pro de un objetivo más urgente y aún más importante que la educación, como es el de preservar la salud y la vida humana.