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Pueblos con hambre de futuro

La España vacía: tres de cada cinco municipios en riesgo de extinción

Dice el sociólogo francés Gilles Lipovetsky que vivimos seducidos por el “Don Juan” del hiperconsumo, en una suerte de búsqueda de la felicidad exprés. Una realidad que contrasta frontalmente con la fragilidad de unas sociedades en las que el individuo está más solo y fragilizado que nunca.

Probablemente, nuestra evolución como sociedad está marcada por las claves de un capitalismo que ha mutado, como explica Lipovetsky, hacia una seducción individualista de nuestro ego, con el objetivo de conseguirnos todo aquello que puede acercarnos a los sueños y deseos de poseer y acumular cosas. Reflexiono sobre ello cuando leo los enconados debates sobre la despoblación rural en las redes y las recetas a la carta que, permanentemente, se vuelcan en los escenarios políticos y mediáticos.

El péndulo viaja entre la añoranza por los pueblos de médicos con iguala y pobreza disimulada entre hipotecas y letras bancarias para conseguir el ansiado seiscientos, o el épico retorno a una ruralidad ruda y frustrante, donde las posibilidades de labrar futuros viables, capaces de contraponerse frente al hambre de la socialización exprés de las ciudades y el consumo inmediato, parecen hitos imposibles.

El debate resulta oportuno porque penetra en la esencia de lo que queremos ser como sociedad y como país. España es un lugar envidiado por casi todos los europeos, en cambio es un país extraordinariamente deshabitado. El poder de lo urbano ha triunfado sobre la áspera geografía de la piel de toro. Nuestra ruralidad, desprotegida frente a los cambios de los ciclos económicos y la globalización, ha resistido peor que la ruralidad francesa, italiana o alemana.

La discusión requiere atender y escuchar activamente todas las opiniones, por diversas que sean. La creación del Foro de la Cohesión Territorial responde a este objetivo. También, el dar voz a la discrepancia de un debate tan poliédrico y de largo alcance resulta imprescindible. Pero este debate no puede plantearse solo desde la espuma, desde la superficialidad de los tópicos y mucho menos desde el lamento, entendido como filosofía del “todo está mal”. Es exigible honestidad y compromiso. Los avances de nuestra sociedad son innegables; avances en términos de calidad de vida y prestaciones sociales. Ciertamente, esas mejoras objetivas no han retenido a la población rural en muchos territorios y es posible que tampoco lo consiga la conexión a las redes de alta velocidad si no somos capaces de entender la complejidad del reto al que nos enfrentamos.

Es cierto que en este reto tenemos muchas asignaturas pendientes en términos de servicios, digitalización, empleo… por citar algunos. Pero a la vez, nos enfrentamos a un reto para redibujar el relato de la ruralidad. Un nuevo trazo que implica a su vez un cambio en el paradigma de las formas de vida, de los valores y de la cultura que acompaña a ese nuevo relato y, posiblemente, también, de los escenarios de futuro que dibuje cada comunidad rural. La ruralidad ha de ser una opción para los que quieren abandonar la fragilidad individual y construir su futuro en comunidades donde el valor de lo sencillo se convierte en una opción hacia la felicidad. La felicidad, como decía la alcaldesa de Ledesma, de escuchar a los pájaros, de saber que los niños van y vienen del cole sin peligro, o que, sencillamente, tu vecino está cerca, por si lo necesitas.

Recuerdo a una anciana que hace ya bastantes años vivía en una casa alejada de todo, posiblemente podría ser el lugar más remoto de España. No hay carretera, ni agua corriente… Su vida era muy parecida a la de todos los que la precedieron en aquel lugar, que ya por aquel entonces aquejaba de una pérdida de habitantes constante. Ante la precariedad de las condiciones de la vida de Francisca y sus 90 años, sus dos vecinos se turnaron durante años en transitar cada día los dos cubos de agua con los que ella cubría sus necesidades diarias por el angosto camino que llegaba hasta su casa, compartida, únicamente, con su perro. Aún ahora, cuando paseo por aquella zona despoblada y de casas derruidas, me parece seguir escuchando el latido de la comunidad que vivió en aquellos parajes.

El relato de la nueva ruralidad debe seducir porque nos da opciones de vida diferentes y contrastadas con lo urbano, sin que ello implique desatención o pérdida de oportunidades. Opciones de incorporarnos a una comunidad que cuida de sí misma, de su entorno. Comunidades que integran lo mejor de nuestra modernidad y lo mejor de nuestra historia reciente. Por esa razón, la responsabilidad institucional de la España que nos ha tocado vivir es construir un contexto de equidad en las oportunidades y en las herramientas sociales y tecnológicas con las que cada comunidad pueda construir ese horizonte de futuro que anhela. Futuros que suman en una red para habitar territorios distintos pero vivos y conectados entre sí.

El Reto, sin duda, es impresionante. Hasta puede producir un cierto vértigo y a la vez resultar apasionante. Porque este no es en absoluto un debate (solo) demográfico, es un debate sobre nuestra forma de vida y sobre nuestro futuro como sociedad. Así lo ha entendido el Gobierno de España y el presidente Pedro Sánchez cuando lo ha calificado como un reto democrático. Y ese es, en gran medida, el objetivo de “pueblos con futuro”, una estrategia para construir herramientas y oportunidades con las que los hombres y, especialmente las mujeres de nuestras ruralidades, construyan sus futuros en comunidad y en equidad. 

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