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El rearme del machismo

La estación de tren de Colonia, uno de los lugares donde se produjeron los sucesos.

Isabel Muntané

Asistimos con estupor e indignación a las vejaciones, agresiones sexuales y violaciones de centenares de mujeres en Alemania. Unos ataques sexistas deliberados, orquestados con intencionalidad, premeditación y alevosía. No podemos aceptar que son fruto de la casualidad ni mucho menos. No es azar que miles de hombres en cuatro ciudades de Alemania perpetren un ataque al mismo tiempo y de las mismas características.  No deberíamos permitir que la perplejidad nos invada por qué estas agresiones no son un hecho aislado o fortuito. Quizás ni tan solo es la primera vez que suceden en nuestra querida Europa pero sí que es la primera vez que sabemos de ello gracias al relato de las mujeres.

Estas agresiones contra las mujeres son la muestra cruel y contundente de que asistimos a un rearme del machismo en Europa que ataca con violencia verbal, física y sexual por todos los frentes, público y privado. No es que el machismo aparezca súbitamente, es que ahora nos hemos dado cuenta de cómo puede imponer el terror de forma masiva, de cómo está de organizado y de cómo todas, cada una de nosotras, podemos ser sus objetivos. Los ataques de Alemania han sido la demostración  fehaciente de cómo el machismo no es un tema privado o un problema individual. El sujeto ha cambiado y nos ha impactado en las conciencias mostrándonos como la crueldad del machismo no es de ellas sino que es de todas, es de nosotras. La contundencia de un ataque masivo nos ha confirmado lo que las feministas llevamos tiempo clamando, que el machismo es un problema social y público, que es un tema de Estado y  como tal necesita de soluciones políticas.

Es darnos cuenta de que el machismo irrumpe en el espacio público sacando a la luz sus armas de destrucción masiva para lograr, con el terror de su violencia, su finalidad última, acallar a las mujeres y continuar situándolas en una posición de sumisión y vulnerabilidad. Un machismo que se ve amenazado y que reacciona de la única forma que sabe, con la crudeza de la violencia contra las mujeres, contra las mujeres que le hacen frente ya sea porque disfrutan en libertad del espacio público, ya sea porque están siendo las protagonistas del espacio político o porque no aceptan las imposiciones de la familia patriarcal.

En España, cinco mujeres -tres según las cifras oficiales- han sido víctimas de feminicidio este inicio de año. Los feminicidios son como ya se ha dicho tantas veces, y no por ello vamos a dejar de repetirlo, la culminación de las violencias machistas. Y hablo de feminicidios porque ha llegado la hora de dejarnos de eufemismos, los asesinatos de las mujeres por el hecho de ser mujeres son feminicidios. En Ciudad Juárez y en Europa. Y el feminicidio es el final catastrófico de una violencia cotidiana con múltiples expresiones que nos están explotando de frente. Violencia que se expresa también con insultos y vejaciones contra los cuerpos y las sexualidades de las mujeres políticas que están demostrando inteligencia, valentía, decisión, firmeza, fuerza, convicciones y capacidad de diálogo, comunicación y liderazgo. Se las cataloga de gordas, viejas, feas, brujas, putas, malnacidas, traidoras, amargadas, manipuladoras, histéricas ... Todos son insultos sexistas trasnochados y desgastados que no hacen más que expresar, además de la falta de argumentos del machismo, el miedo a perder el espacio público y el poder que ven amenazados por quienes ellos consideran que no tienen derecho. Poca imaginación y mucho odio acumulado por querer que las mujeres continúen recluidas en el espacio privado, someterlas y hacerlas callar. Que las mujeres reivindiquemos ocupar el espacio que nos corresponde continúa molestando. Igual que molestó Olympe de Gouges durante la Revolución francesa y por ello fue guillotinada. Ahora somos insultadas, vejadas y agredidas sexualmente y asesinadas.

Molesta el feminismo y molestan las mujeres que no aceptan definirse a partir del sujeto masculino. Molestan en la política como también molestan en el espacio privado. Estos personajes que insultan públicamente a las mujeres que se han situado como líderes de una nueva política, no se diferencian mucho del arzobispo de Toledo al que seguramente ellos deben considerar machista. Cuando este hombre asegura que el problema de “las reacciones machistas” es que las mujeres se quieran divorciar no está diciendo nada más que la culpa es nuestra y que el feminismo es nocivo se manifieste donde se manifieste.  Unos y otros se unen en la misma batalla contra las mujeres y contra el feminismo.

No es sólo que el feminismo dé miedo y se recomiende ni tan solo mencionarlo como le sugirieron a la actriz Emma Watson antes de su discurso en la ONU. Es que cuando el feminismo aparece sin ser nombrado el miedo se convierte en terror. Y el terror se expresa con contundencia. Con insultos, culpabilización, cosificación y sexualización de las mujeres y con agresiones sexuales y feminicidios, en la calle, en el trabajo, en la casa, en la política. Múltiples caras del terror del hombre que ve amenazado su poder. El terror de un hombre que ha construido una sociedad a medida y que no quiere perder sus privilegios. Y parece que ahora lo ve muy cerca. ¿Porque si no este rearme del machismo? ¿Asistimos a una nueva reorganización machista?

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