Y todo a ritmo de Val(l)s
Estamos viviendo un cambio de época. Es obvio que existe un malestar generalizado en todas las sociedades democráticas que está produciendo auténticos terremotos. El desequilibrio que ha generado un poder financiero globalizado y desembridado, ha acabado por provocar que el gas empiece a escaparse de la olla; ya veremos si poco a poco o con un gran estallido.
Estamos comprobando que los cambios no son necesariamente a mejor y hay señales preocupantes de un “revival” de viejos monstruos, que creíamos aparcados en la cuneta de la historia. La victoria de Trump, el Brexit…son señales de que el enfermo no evoluciona precisamente bien. Pero no hay nada peor ante una pulsión de cambio que encastillarse ante él. Ante estos tiempos que vivimos, hay políticos e instituciones que parecen lanzar golpes al aire, como un boxeador sonado.
Es especialmente preocupante cuando esto ocurre con algunas fuerzas y sectores progresistas, aterrorizados ante una marea que amenaza con arrastrar tantas cosas buenas que se han ido construyendo con los años, sin darse cuenta de que se les están igualmente desmenuzando entre los dedos. La izquierda, las fuerzas de progreso, tienen un compromiso de magnitud histórica en nuestro tiempo: vehicular correctamente el ansia de cambio existente en nuestra sociedad. Movimientos que encarnan una naturaleza transformadora, no pueden refugiarse tras un parapeto, temerosos ante lo que es un riesgo pero también una fenomenal oportunidad.
El Estado de Bienestar, las conquistas laborales y sociales conseguidas durante tantas décadas, hoy están doblemente en peligro: por un lado ante la ofensiva neoliberal y por otro, ante encantadores de serpientes que no harán sino agudizar los problemas. Pero si la izquierda no es capaz de amalgamar una alternativa que la sitúe claramente a la cabeza del cambio, serán otras fuerzas las que surfearán esa ola. La socialdemocracia, protagonista del bienestar en Europa, no puede caer en la tentación de convertirse en rompeolas sistémico, porque ni nació para eso, ni es una herramienta que funcione especialmente bien con ese fin. No puede bajar la cabeza mientras aprieta los dientes y se solaza en su magnífico pasado.Ante los cambios de época, quien esconde la cabeza en un hoyo desaparece.
Joseph Roth cuenta en “La Marcha Radetzky” cómo el Imperio Austro-Húngaro se va deshaciendo, mientras en los salones suena el vals como si nada estuviera pasando ahí fuera. Algunas reacciones que vemos en nuestros días ante el vértigo al que suceden los acontecimientos, recuerdan al viejo barón de Trotta, que ya al final observa que “este mundo ya no era el de antes. Estaba desapareciendo. Era ley que en el momento de desaparecer tuvieran razón los valles frente a las montañas, los jóvenes frente a los viejos, los necios frente a los sabios”. Al señor de Trotta le parece “como si el sol hubiera salido y se hubiera puesto dos veces al día y las semanas hubieran tenido dos domingos, los meses sesenta días y los años hubieran sido dobles”.
Escuchando a muchas veteranas voces de la socialdemocracia (no solo en España) pareciera que los años para ellos no hubieran sido dobles, sino triples; parecen querer aprehender el tiempo con las manos, mientras buscan referencias sólidas en un pasado que fue y ya no es. Si la izquierda transformadora no es capaz de ponerse a la cabeza de un modelo alternativo a lo que estamos viviendo, por seguro otros lo harán. No será fácil, se cometerán errores, costará calibrar otra vez el rumbo, pero es inevitable comenzar a recorrer el camino por más que dé vértigo.
Todo va a cambiar y la ciudadanía colocará en el mismo rincón a quienes traten de contenerlo, sin duda que en algunos casos injustamente. No importa que entre quienes compartan espacio haya matices importantes o incluso grandes diferencias en muchos asuntos. La batalla será, está siendo ya, entre el cambio o el inmovilismo.
Y quien no lo entienda, pasando no mucho se puede encontrar en lo alto de un edificio, en mitad de la lluvia, mientras ahíto de melancolía rememora sus momentos, todos esos momentos que se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.