Rosa María Sardà, alegre, triste y libre
La vi actuar por primera vez el año 1969, en The Knack de Ann Jelicoe, que Terenci Moix había traducido al catalán; creo recordar que en el pequeño Teatro Windsor de Barcelona, desaparecido desde hace muchos años, y bajo la dirección de Ventura Pons. Nos pareció inmediatamente, por usar una expresión pop de la época, que Rosa María Sardà “tenía el knack”. A los pocos años ya era “La Sardà”.
Viéndola actuar, y conversando con ella, nos hemos reído mucho. Ahora tendremos que seguir riendo, porque de lo contrario no nos lo perdonaría, pero lo haremos más solos. En el teatro hacía reír y también llorar: recuerdo con cierto estremecimiento, como ante una señal premonitoria, su interpretación de una enferma terminal de cáncer, en la obra Wit, de Margaret Edson, que dirigió Lluís Pasqual. Wit puede traducirse, sólo aproximadamente, por “ingenio”: es humor no exento de lucidez, de amargura, incluso de un poso de tristeza. A propósito de la Sardà, este término creo que irlandés más que británico, es idóneo.
Entre la reminiscencia y el relato, publicó hace poco un libro (Un incident sense importància) que termina con estas palabras que la describen en sus últimos tiempos:
“El dolor, el de la herida, cedió una vez más. ¿Hasta cuándo? Pero todos los amados seguían allí esperándola. Los nombró de nuevo. Los amó de nuevo y, vencida por el sueño que sigue al más agudo dolor, dijo mientras dormía, esperando no despertar: ¡Hostia! ¡Qué complicado es morirse en el primer mundo, y qué caro!”.
Este fragmento, con su brusco e inesperado salto del desconsuelo al humor, retrata muy bien a Rosa María Sardà, a su wit de los últimos tiempos. Quien escribe se describe, decía Barthes.
Era una mujer de izquierda, una socialista de la primera hora, del grupo de Convergència Socialista de Sant Andreu, después del PSC. Mantuvo esta lúcida y libre lealtad hasta el final: lealtad a los de abajo, a los valores de igualdad y libertad, de unidad civil; a sus compañeros y compañeras; a una idea fraternal de la Catalunya de todos. No es extraño que viviera los años del “procés” con creciente indignación.
El absurdo trauma colectivo causado por la confrontación de nacionalismos de supuesto pedigree antagonista -que tantos desencuentros y divisiones ha producido-, la llevaba por la calle de la amargura. Acudió al Palau de la Generalitat para devolver la Creu de Sant Jordi que le fue otorgada en 1994. Lo hizo sin perder ni el humor ni las formas. Dijo que, “dadas las circunstancias”, no se consideraba merecedora de la condecoración, y pidió el comprobante de devolución.
El libro que nos ha dejado comienza con una carta a su madre, que murió joven: “Gracias, querida, por la inocencia, la generosidad y el romanticismo. Este legado lo guardo en lo más profundo de mi corazón, junto con el más vívido recuerdo para ti”. Todos los que hemos tenido la gran suerte de conocer a Rosa María Sardà podríamos hacer nuestras estas palabras suyas, para hablar de ella.
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