La sombra de las cincuenta sombras
Pareciera que el debate hoy sobre mujeres, feminismos, sexualidades y otros ismos vaya aparejado a la lógica más sibilina del neoliberalismo rampante, por más que sus voceras aparezcan como izquierdosas progresistas y liberadas de la rancia moral de tiempos pasados. Ilusión de perspectiva o de paralaje, que diría Zizek. Nada más engañoso que pasar de una orilla a la otra, siguiendo el mismo curso del río que nos lleva, y pensar que se ha dado un salto cuántico.
Cuando el feminismo más joven, y no tan joven, abandera la causa del sexo como punta de lanza de la liberación, abunda en la visión patriarcal de vernos a las mujeres como cuerpo, como sexo, como esa cosa al servicio del deseo masculino, que además insiste en señalarnos como seres vinculadas a la función reproductiva siempre problemática y embarazosa.
Pareciera también que no existen temas más acuciantes y liberadores que esos que van unidos al cuerpo hembra de la especie. Ese sigue siendo el espejo en el que nos seguimos mirando, el espejo en el que la cultura patriarcal quiere que nos reflejemos como mujeres. La política del sexo no ha cambiado mucho a través de los siglos. La diferencia radica en que ahora somos nosotras mismas quienes marcamos el rumbo: el mismo rumbo. Es lo que Foucault llamaría ‘biopoder’ y Bourdieu, violencia simbólica: “La anuencia inconsciente entre dominador y dominada”.
Recuerdo que hace ya bastantes años, en un encuentro feminista en Mar de Plata, Argentina, en plena proliferación de dictaduras latinoamericanas, una connotada feminista española introdujo el tema ‘liberador’ del sado-masoquismo como si fuera el no va más de nuestra causa. Y recuerdo también la reacción de muchas estupefactas asistentes al Congreso: “¿Te parece poco el sufrimiento real que estamos viviendo en nuestros pueblos? ¿A qué vienen ahora esos jueguitos de aburridas burguesas europeas?”.
Sí, la cosa viene de antiguo, pero no imaginé entonces que esas insinuaciones marcarían tendencia dentro del Movimiento, lo que se confirmó en otro encuentro en Córdoba, en 2006, cuando la misma persona junto a otras cuantas firmaron un manifiesto en El País como ‘las otras feministas’, en el que se denunciaban las entonces recientes leyes aprobadas por el Presidente Zapatero y proponían otros derroteros, como la legalización de la prostitución a la par que otro oficio cualquiera, la condena de la Ley Integral contra la violencia de Género, que para ellas suponía una filosofía del castigo, la defensa de la custodia compartida en caso de divorcio y el rechazo a considerar a las mujeres como víctimas de situaciones machistas. Unas leyes que, para ellas, marcaban una sobreprotección de las mujeres frente a una actitud punitiva contra el varón.
También defendían que travestidos y transexuales se insertaran en el movimiento feminista por derecho propio como si tuvieran más que decir que las propias feministas. Hace muy pocos días, un miembro del LGTBI me decía que no comprendía cómo en algunos programas de igualdad de Podemos se los unía a los feminismos. Él mismo afirmaba que no tenían nada que ver ambos movimientos. Y le doy la razón. Son dos luchas diferentes que pueden establecer alianzas en cuestiones puntuales, pero nada más.
En el feminismo actual se ha introducido un caballo de Troya que supone un terminator para el propio movimiento a la vista de la cantidad de seguidoras que han sido abducidas por estas regresivas propuestas. Y ahora atacan con la legalización de los vientres de alquiler. En todos los temas señalados el feminismo se encuentra dividido.
El debate está en alza desde que Donna Haraway, con su propuesta del cyborg, lanzara esta poderosa metáfora para romper con los esencialismos, bipolaridades, fronteras, géneros y sexos; que Teresa De Laurettis introdujera el término queer para los individuos “no adecuados” o que Judith Butler nos hablara de la proliferación de los géneros como “una copia sin original”, ya que el sexo no es más que una construcción cultural. Lo que sucede es que ellas lo hacen desde una posición filosófica y bien fundamentada que rompe con la normativa del par sexo/género, mientras que actualmente el asunto está derivando hacia Las cincuenta sombras de Grey, un juego sado-maso para una sociedad infantilizada, en la que de nuevo el objeto es ella, no él.
Byung-Chul Han viene a rescatarnos de tanta estupidez con su obra La agonía del Eros, en la que afirma que “el amor se positiva hoy como sexualidad. El cuerpo, con su valor de exposición, equivale a una mercancía. El otro es sexualizado como objeto excitante”. De ahí que tanto la prostitución como la pornografía estén dando tantos réditos a la economía neoliberal. Y las feministas no deberíamos jugar esos juegos perversos, opino.