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Universidad es nombre de mujer

Estudiantes de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) durante el 8M

Pilar Aranda / Carlos Andradas

Rectora de la Universidad de Granada / Rector de la Universidad Complutense de Madrid —

Efectivamente, Universidad tiene género femenino: la Universidad. Pero, sin embargo, el acceso de las mujeres a ella ha sido reciente y ha estado plagado de obstáculos. Incluso hoy, cuando las mujeres son mayoría en la comunidad universitaria (estudiantes, personal de administración y servicios y personal docente e investigador) siguen existiendo claras diferencias de género e infrarrepresentación de mujeres en las categorías más altas del profesorado y en los cargos académicos.

No por conocido debemos dejar de recordar el hecho de que las mujeres tuvieron formalmente vetado el acceso a la Universidad hasta mediados del siglo XIX y que, con carácter general, su ingreso en la misma no se generaliza hasta bien entrado el siglo XX. Por supuesto que existieron mujeres que en el siglo XVIII (e incluso antes) alcanzaron el grado de doctor –en España la primera mujer en alcanzar un doctorado fue María Guzmán, en 1785, en la Universidad de Alcalá– pero fueron escasísimas y en algunos casos hasta tuvieron que hacerse pasar por hombres para conseguirlo. En España la incorporación de la mujer a la Universidad fue aún más tardía, siendo María Maseras en 1878 la primera en poder seguir estudios de medicina en Barcelona y Marina Castells la primera en doctorarse en Medicina en 1883, también en Barcelona. Y lo que es peor, no faltaron hombres, aparentemente insignes intelectuales, que denigraban a las mujeres y defendían su incompetencia para las tareas universitarias. Desgraciadamente, es posible que esto no suene tan alejado en el tiempo: aun hoy aparecen voces que cuestionan y descalifican, por ejemplo, a quienes trabajan contra la violencia de género. O que quieren explicar a las mujeres lo que llevan dentro tras semanas de gestación.

Aunque hoy la situación descrita de acceso a la Universidad ha quedado atrás, conviene no olvidar de dónde venimos, ni las dificultades habidas para  desterrar ciertas concepciones y mitos y, mucho menos, pensar que una vez alcanzadas algunas conquistas éstas son inamovibles, como hemos señalado. Según los datos del informe de CRUE La Universidad Española en Cifras, de 2018, las mujeres suponen, hoy, el 54,5% del total de estudiantes de grado, el 53,4% de másteres y baja al 50,5% en el caso del  doctorado. También las estudiantes participan más en el programa ERASMUS (el 56,7%) mostrando una mayor actitud de apertura al mundo. En definitiva podríamos hablar de una situación global de igualdad, pero, sin embargo, la segregación horizontal es muy dispar: en Educación las mujeres son el 76%, en Salud y Bienestar el 71,6%, desciende al 25,2% en Ingenierías y a un clamoroso 12% en Tecnologías de la Información y Comunicación, áreas en las que es sabido que se van a necesitar cientos de miles de profesionales en los próximos años.

Y esto es tremendamente preocupante. Porque avanzamos cada vez más hacia un mundo en el que la inteligencia artificial y el aprendizaje automático van a tener un papel predominante. Por eso es imprescindible que la perspectiva de género esté insertada en la raíz de estas disciplinadas, cosa que no se puede hacer sin la participación las mujeres. Como Cathy O'Neil nos recuerda en Weapons of Math Destruction, tendemos a pensar que las máquinas y los algoritmos que las gobiernan no tienen sexo, y así es, pero sí lo tienen las personas que los hacen y los miles de datos de los que toman la información y aprenden, de modo que corremos el riesgo de perpetuar, aparentemente de forma asexuada, de modo automático, los comportamientos y sesgos que ahora mismo existen.

Sin duda, la ruptura de los estereotipos culturales dominantes, que hunden sus raíces muy profundamente y que asocian a las mujeres con determinadas especialidades o con determinadas profesiones, habitualmente relacionadas con los cuidados o, mejor dicho, con determinado tipo de cuidados, es el reto más importante al que debemos enfrentarnos en todo el ámbito educativo –cuanto más temprano mejor– y, también, en la Universidad. Porque, entre otras cosas, qué mejor forma de cuidar del bienestar global de cada uno que cuidar de nuestro bienestar y seguridad cibernéticos, de la seguridad y privacidad con que sean tratados nuestros datos, de garantizar la mirada de la mujer en todos los procesos de inteligencia artificial, big data y machine learning.  Somos también muy conscientes de la discriminación que sufren muchas de nuestras egresadas cuando se enfrentan al mercado laboral: numerosos estudios han cuantificado la brecha salarial existente en nuestro país, que tiende a profundizarse con el paso de los años, y suele coincidir con los años de maternidad y crianza.

Junto a eso, las Universidades debemos tomar también medidas concretas para la implantación real de la igualdad en nuestros campus. No es casual que mientras que más del 54% del profesorado de menos de 40 años es femenino, este porcentaje va disminuyendo con la edad hasta alcanzar solo el 27,2% del profesorado de más de 60 años y que solo haya un 21% de catedráticas de universidad. Ello tiene, por supuesto, unas razones históricas indudables, pero que hay que corregir y eliminar. Necesitamos introducir medidas correctoras en los baremos de contratación y en la concesión de becas y medidas para facilitar la conciliación laboral y familiar; animar y visibilizar a las mujeres a ocupar más puestos de responsabilidad en nuestras instituciones; generalizar las evaluaciones ciegas… Aunque nos parezca mentira, se han realizado experimentos en los que, haciendo evaluaciones ciegas de los expedientes (es decir, sin saber el género del evaluado), los resultados salen más favorables a las mujeres que cuando el género es conocido. Todo ello nos muestra hasta qué punto los sesgos invisibles y culturales siguen pesando. Y necesitamos extender estas medidas a las esferas internacionales, donde la presión por la “excelencia” deja de lado elementos personales que afectan especialmente a las mujeres.

Sin olvidar, por supuesto, algo que damos por descontado: seguir trabajando por que nuestros campus sean entornos seguros para las mujeres. Afortunadamente, los estudios realizados muestran que lo son en comparación con la sociedad en general. Pero ello no es óbice para que sigan detectándose casos de acoso sexual que es imprescindible atajar mediante la aplicación de los protocolos contra el acoso con el objetivo de desterrarlos para siempre de los campus. Las universidades españolas somos conscientes de la necesidad de avanzar en la igualdad y por eso se ha constituido en el seno de la CRUE un grupo de trabajo sobre igualdad de género, necesariamente transversal, que debe interactuar con los de asuntos de profesorado, de personal de administración y servicios, de investigación, de estudiantes…

El objetivo número 5 de la lista de los 17 ODS que marcan la Agenda Mundial hacia 2030 dice literalmente: “lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas”. El 8 de Marzo se ha consolidado como la fecha mundial para que todas las mujeres reivindiquen esa igualdad y los hombres las acompañen en sus demandas. Desde el respeto a las personas y la consciencia de lo mucho que queda por avanzar hasta la igualdad real. También, por supuesto, en la Universidad.

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