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Violencia sexual en tiempos de guerra

Una mujer espera un tren para salir de Kyiv, Ucrania. (ARCHIVO)
24 de mayo de 2022 06:01 h

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La retirada de tropas rusas de algunas zonas de Ucrania ha dejado imágenes de edificios destruidos y civiles muertos pero también testimonios de violaciones. Una de las más impactantes es la que hizo el alcalde de Bucha a mediados de abril que denunció a las fuerzas de Moscú de violar durante un mes a 25 niñas de entre 11 y 14 años a las que mantuvieron encerradas en un sótano. 

Una historia de horror que no es nueva, que se repite guerra tras guerra y que a pesar de su brutalidad sigue representando uno de los crímenes más frecuentes y más invisibilizados de los conflictos armados. 

Estos días hemos recordado el fin de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de los campos de exterminio nazi pero poco hemos hablado de la violencia sexual que sufrieron millones de mujeres y niñas en Europa. Violaciones que nunca llegaron a documentarse correctamente. Sabemos que en Viena los hospitales informaron de 87.000 mujeres violadas durante las tres semanas siguientes al fin de la guerra y se estima, también, que al menos dos millones de mujeres alemanas fueron violadas por los soldados en las primeras semanas de ocupación. 

Una de ellas fue la primera esposa del excanciller alemán, Helmut Kohl, Hannelore, víctima a los 12 años de una violación en grupo que le dejó una lesión cervical de por vida. No habló de ello hasta que era una adulta pero las secuelas físicas y psicológicas la acompañaron hasta que se suicidó a los 68 años. 

Berlín es uno de los lugares que más ha documentado la violencia sexual durante la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que allí más de 100.000 mujeres y niñas fueron violadas. De éstas, unas 10.000 fallecieron a raíz de unas agresiones de las que no se habló durante décadas. Los archivos de los distritos de la ciudad guardan testimonios escritos en primera persona por niñas de menos de 12 años que explican como fueron violadas repetidamente, a veces en presencia de su propia familia. Sólo en uno de ellos se registraron 995 peticiones de aborto producto de estos ataques. 

Antony Beevor, uno de los primeros historiadores que documentó la violencia sexual durante las primeras semanas de ocupación, constata en su libro Berlín, la caída. 1945 que los soldados rusos violaron a todas las mujeres de la ciudad que tenían entre ocho y ochenta años. El libro describe violaciones en grupo de 20 ó 30 hombres y el ataque a una maternidad que hacía las veces de orfanato donde monjas, niñas, ancianas, mujeres embarazadas y otras que acababan de dar a luz fueron violadas. 

Berlín no sólo ha documentado la violencia sexual sufrida por mujeres y niñas alemanas, ha hecho bastante también por rescatar del olvido la que perpetró el ejército nazi. En el Museo Ruso Alemán es posible acceder a testimonios gráficos de mujeres asesinadas en Crimea. Las imágenes son siempre las mismas: cuerpos que yacen en el suelo, la ropa desgarrada y manchada de sangre, a veces con las negras marcas de golpes visibles en las piernas.

Pocos libros han profundizado en la violencia sexual durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de ellos es Una mujer en Berlín. Escrito en forma de diario por su protagonista, relata las primeras semanas de ocupación, como se normalizaron las violaciones en grupo y cómo muchas mujeres accedieron a convertirse en amantes fijas de un soldado a cambio de protección. Lo que la historiadora Susan Brownmiller describe como “la línea turbia que divide la violación en tiempos de guerra de la prostitución en tiempos de guerra”. 

La autora de Una mujer en Berlín, que insistió en permanecer en el anonimato, relata como ella misma fue traicionada por un grupo de vecinos que le pidió ayuda para evitar una violación en grupo y acabó siendo víctima de los depredadores sin que nadie hiciera nada por protegerla. El hecho que Alemania fuera uno de los últimos países en publicar este libro revela hasta que punto el tema ha sido y sigue siendo un tabú. 

En estás páginas, los enviados especiales a Ucrania, han descrito situaciones muy parecidas a las que relata la autora de Una mujer en Berlín pero también la escritora rumana Alaine Polcz en Una mujer en el frente, que fue ella misma violada primero por los alemanes y luego por los rusos.

Madres que esconden a sus hijas, mujeres encerradas durante días que son violadas repetidamente y que cada vez se preguntan si además serán asesinadas. Las personas que atienden a algunas de las víctimas de Ucrania dicen que la mayoría comenzará a hablar después de meses, cuando hayan asumido lo que les ha ocurrido. Cuando superen la vergüenza o el sentimiento de ser ellas mismas culpables de un crimen de guerra que no fue tipificado como tal hasta 2008 por la Corte Penal internacional y que sigue quedando mayoritariamente en silencio aunque representa la peor cara de los conflictos armados.

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