Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

'World Wide War'. Cuando comunicar es un acto de guerra

Residentes buscan entre los escombros en Gaza, tras un ataque israelí.

0

Durante la guerra en la ex-Yugoslavia, un corresponsal de la RAI italiana en Belgrado afirmó: “estas bombas son signos, se mata para comunicar”. Este testimonio mantiene clara asonancia con el del historiador estadounidense Bruce Cummings (War and Television, 1992), quien señaló que durante la guerra del Golfo Pérsico las imágenes captadas por cámaras montadas en las ojivas, toda una novedad televisiva, convertían a las bombas en “espectáculo y publicidad para el Pentágono”. Durante la guerra en Siria el mundo fue testigo de horribles vídeos de rehenes siendo brutalmente asesinados por miembros del Estado Islámico. En las últimas semanas, hemos sido inundados por numerosas imágenes que revelan el horror que enfrenta la población civil durante el último enfrentamiento entre Israel y Palestina.

Sin embargo, dos eventos quedaron parcialmente olvidados ante la posterior avalancha comunicativa. Por un lado, Hamás difundió vídeos de la liberación de dos ancianas con un trato humano, equiparable al ofrecido por cualquier cooperante. Por el otro, periodistas de todo el mundo asistieron a una proyección privada organizada por Israel en un cine de Tel Aviv, donde se les presentó un “documental” sobre las atrocidades perpetradas por sus enemigos. Estos casos, que podrían multiplicarse sin fin, subrayan la necesidad de analizar la guerra desde su dimensión comunicativa, a menudo considerada el perfecto aliño de las estrategias y tácticas de combate, como si se tratase de algo periférico. No obstante, la experiencia histórica nos enseña que debemos prestar atención a la guerra como fenómeno letalmente comunicativo que trasciende, y no solo acompaña, las estrategias y las tácticas militares.

Entre los expertos de military studies es bastante común citar un famoso aforismo del general prusiano Carl von Clausewitz, autor del primer tratado contemporáneo sobre la guerra (Vom Kriege, 1832): “La guerra no es más que la continuación de la política, con otros medios”. Esta proposición ha sido conocida como “paradigma Clausewitz”, que sostiene que la violencia durante la guerra no sería más que el sustitutivo directo de la comunicación en periodos de paz, donde la política prevalece. Esta imagen de la relación entre comunicación y violencia como formas culturales mutuamente excluyentes peca evidentemente de reduccionismo. Y ha recibido numerosas críticas, entre ellas, las del influyente historiador británico, John Keegan (Historia de la guerra, 1993), quien llegó a negar el papel de “instrumento político” que Clausewitz atribuía a la guerra. Para Keegan, la guerra es un fenómeno puramente cultural que se manifiesta de manera muy diversa dependiendo de las culturas y sus contextos históricos y sociales. En consecuencia, Keegan argumenta que las ideas de Clausewitz no hacen más que reflejar la mentalidad conservadora prusiana del siglo XIX y, en general, la mentalidad europea de esa época.

Por su parte, Federico Montanari, semiólogo de la guerra, argumenta que este paradigma cambió radicalmente a partir de los años noventa. A partir de entonces se produjo una diseminación y dispersión de la guerra, que se fragmentó y se infiltró en todas las esferas de la vida social. Esto condujo a una continua reversibilidad entre política y guerra. Montanari se inspira directamente en un curso impartido por Michel Foucault en el Collège de France (1975-1976), donde el filósofo francés invirtió el famoso aforismo de Clausewitz sugiriendo que hoy en día es la política la que desempeña el papel de continuadora de la guerra, otorgando así a la guerra un rol central en la política. Foucault abogaba aquí por la dimensión conflictiva de las relaciones humanas en periodos de paz, que no serían así más que la traducción del conflicto manifestado en las prácticas de la guerra a las de la política.

La comunicación es el escenario principal de las persistentes batallas entre la concordia y la discordia. Y es la discordia, ese lado oscuro que normalmente preferimos evitar, el aspecto más adecuado para el análisis de las prácticas sociales y comunicativas. Desde la perspectiva a menudo dominante, que prefiere ver la comunicación como la transmisión de señales con significado para llegar al entendimiento, bastaría con comunicarnos más para resolver cualquier conflicto. Sin embargo, sabemos que esta proporción entre más comunicación y más entendimiento es una simplificación grosera e ilusoria. Por su parte, los griegos tenían una comprensión más matizada. Por ejemplo, Hesíodo, en su obra Los trabajos y los días (11–24), menciona a dos Eris, diosas de la Discordia. Una de ellas “fomenta la guerra y batallas maliciosas, siendo cruel y despreciada por todos”. La otra es “hermana mayor de la oscura Noche” y “mucho más benigna”, ya que “motiva a los perezosos a esforzarse” mediante un modelo de conflicto que podríamos identificar con una competencia constructiva, que beneficiaría a la propia comunidad.No obstante, en tiempos de guerra, prevalece la Eris despiadada del conflicto violento que impone unas voluntades sobre otras.

En cualquier contexto bélico, la naturaleza conflictiva de la comunicación vuelve a situarse en primer plano, obligándonos a analizarla sin ilusiones ingenuas ni visiones candorosas. Esto no implica excluir su dimensión cooperativa, sino más bien reconocer que, para comprenderla plenamente, debemos explorar ese supuesto lado oscuro: el conflicto. Esto es lo que destacadas figuras de la semiótica contemporánea, como Umberto Eco y Paolo Fabbri, nos enseñaron: para comprender la verdad, examinemos la falsedad; para comprender la legalidad, estudiemos la delincuencia; y para entender la paz, analicemos la guerraAsumamos, pues, que la comunicación puede tomarse como la continuación de la guerra por otros medios. Frente a aquel viejo “paradigma Clausewitz”, hoy nos enfrentamos a lo que los expertos han denominado, con un humor negro tal vez involuntario, soft war, un modelo de guerra “suave” que dispersa los campos de batalla en el tiempo y en el espacio y cuyos principio y fin sean difíciles de delimitar. Es en esta dispersión del conflicto donde la comunicación extiende sus raíces, bajo estrategias y tácticas que se declinan en forma de cyberwar, infowar o netwar. Las comunicaciones se transforman así en auténticos actos de guerra: manipular, intimidar, difamar, infamar, engañar, ocultar y camuflar se convierten en movimientos cruciales para influir y determinar las acciones de enemigos y aliados dentro del conflicto. En el contexto bélico, tres son los objetivos de las operaciones comunicativas: obtener información del enemigo, impedir que este obtenga informaciones sensibles y lograr que el enemigo actúe de acuerdo a la voluntad de uno en todo momento.

El control de las comunicaciones se vuelve, por tanto, un factor clave para controlar las percepciones que otros actores poseen, y sobre las que, a su vez, estos basarán cada una de sus acciones. Se comprende así que las estrategias comunicativas van más allá de una simple interacción entre dos partes. Además de los contendientes, existe un público observador al que también se dirige la comunicación. Desde una perspectiva social dramatúrgica, impulsada por los trabajos de Erving Goffman, surge otro actor en el conflicto: el “tercer sujeto” que ocupa la posición del “público”. Lejos de ser el observador silencioso y afásico teatral, este sujeto ejerce una influencia determinante en estos fatales juegos de la comunicación. Es destinatario indirecto que puede ocupar dos roles distintos: por un lado, el del destinatario conocido, cuya presencia los contendientes saben que influirá en las acciones de otros actores; y, por el otro, están los intrusos, figuras ocultas que en contextos de conflicto se manifiestan como espías, infiltrados y agentes dobles.

Adoptando esta perspectiva podemos comprender algunas estrategias comunicativas en el conflicto israelo-palestino actual. Por ejemplo, las oraciones adversativas de mandatarios europeos y otros aliados internacionales de Israel (por ejemplo: “Israel tiene derecho a defenderse, pero dentro de la ley internacional”) están dirigidas no solo a los contendientes, sino a otros actores indirectamente implicados. De igual manera, podemos entender que los vídeos producidos por Hamás y los difundidos por el gobierno israelí están dirigidos a ese tercer sujeto, compuesto por numerosos actores. Se sigue así una lógica de comunicaciones y contra-comunicaciones que hacen proliferar mendaces verdades, falsas mentiras y verdaderas falsedades con el objetivo de involucrar o despistar al enemigo, pero también al público en la distancia, que se compadece de las víctimas ora palestinas ora israelíes, que unas veces se indigna rabiosamente contra los actos terroristas y otras contra las bombas israelíes.

Con ansias, aguardamos las últimas novedades tanto en los noticieros como en las publicaciones de X, Instagram y TikTok, siguiendo la guerra con una intensidad semejante a la que nos produce una serie de ficción, inmersos en esta maquinaria comunicativa de guerra. Ante el engañoso efecto de transparencia generado por la avalancha de información, sería aconsejable adoptar una dietética informativa, como decía Jorge Lozano. En medio de esta World Wide War que nos convierte en piezas de su propia maquinaria, se suele olvidar que, para resolver el conflicto, se necesita un mediador, opuesto, según Georg Simmel, al tertius gaudens que se regocija en el conflicto y al déspota, que lo provoca en su propio beneficio. El mediador no es el indiferente, sino aquel que toma partido por el conflicto en el lenguaje político, no en el bélico. El diálogo no debe profundizar en los orígenes del conflicto, evitando la peligrosa identificación de históricos culpables, ni presuponer que todo acto violento debe ser respondido con violencia. ¿Qué actor tendrá el valor de ocupar esta temida posición de mediación que permita continuar el conflicto bajo la forma más constructiva y segura de la política? A menudo, basta tiempo para resolver incógnitas.

Etiquetas
stats