El abrazo
Cuando el Museo Reina Sofía cedió el cuadro El abrazo al Congreso, Juan Genovés dio una entrevista al canal del Parlamento. Su humildad y su tono tranquilo al hablar de su obra o de la represión franquista, sin apenas adjetivos, llama la atención especialmente estos días de bronca e irresponsabilidad.
“Yo les recomendaría a los diputados que cuando más intrincados estén, que cambien el punto de vista... que miren la vida desde otro punto de vista, que quizá se sorprenderán de ver nuevas cosas”, decía Genovés aquel diciembre de 2016, con un Parlamento ya fragmentado y anticipo de lo que venía. Le parecía un “ejercicio interesantísimo para la política”.
Un ejercicio que ahora parece un sueño incluso con decenas miles de muertos a las espaldas y cuando se juegan decenas de miles más en los próximos meses.
Genovés fue detenido por pintar ese cuadro, utilizado en versión cartel para pedir la amnistía de los presos políticos en 1976. Pero ni el hambre que sufrió en la Guerra Civil ni la represión de la dictadura le quitaron las ganas de seguir diciendo que su abrazo era sobre todo un homenaje a la reconciliación de los españoles. Sin el rencor más que justificado que podía haber sentido después de tantos años sin libertad.
La inspiración de personas así tal vez sea lo que nos salve. Hoy tenía pocas ganas de escribir esta columna, desganada como la mayoría silenciosa por el espectáculo diario de la ignorancia peligrosa. Se pierde un poco de confianza en el futuro al ver a unos pocos gritones disfrazados con banderas poniendo en peligro a sus vecinos y a los vecinos de sus vecinos. Al leer a políticos dando lecciones sobre qué países lo han hecho bien en esta tragedia sin considerar ni un segundo por qué España no se parece en nada a una isla remota o hablando de tests sin la prudencia que leo en cambio en las voces más expertas en epidemias y coronavirus. Se pierde un poco de fe en los demás al escuchar a tantos hablar en segunda persona del plural: siempre que me insultan así en Twitter (“sois”, “estáis”), mi primer instinto es pensar inocentemente “¿quiénes somos? ¿quiénes estamos?”
Pero a menudo, como decía Genovés, basta cambiar el punto de vista. Mirar hacia otro lado y encontrar tantos ejemplos de personas inspiradoras, informadas, luchadoras. Por supuesto, las personas en los servicios que nos están salvando la vida. Pero también muchas otras en la multitud de la vida cotidiana. A menudo basta alguien que no conoces para hacerte sonreír con algún gesto pequeño pero crucial, como la bibliotecaria que dona su tiempo para animar a las personas solas o los neoyorquinos que llaman a un programa de radio para imitar a su pájaro favorito ahora que se oyen mejor en la ciudad más callada.
A mí me ha animado escuchar a Genovés contar los detalles de cómo hizo el cuadro –por ejemplo, cómo incorporó una mujer, algo que llamaba la atención en los 70 en España y que resolvió con una figura que “abrazara el futuro”– o cómo adaptó el cuadro a la escultura que hizo en Madrid para los abogados de Atocha.
“En las multitudes trato de buscar el punto de vista diferente”, contaba Genovés.
En la multitud, ésa que es ahora más virtual que física, hay muchos puntos de vista. La mayoría ofrecen un panorama mejor del que parece a primera vista.
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