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El acoso digital en la izquierda

Foto de archivo de una persona consultando el móvil

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El ciberacoso y el uso de las redes sociales como herramientas principales en una estrategia de violencia política para perseguir la participación libre y el periodismo han sido ampliamente teorizados por ser habituales en las formaciones de extrema derecha. Sin embargo, apenas se han abordado cuando se dan desde el espectro de algunas formaciones de izquierda, ya que suelen estar asociados a los espacios de marginalidad, con el objetivo de lograr una influencia que no se consigue mediante los medios de comunicación tradicionales. Tendría que ser un acuerdo extendido en la izquierda que hay prácticas incompatibles con la acción política y estratégica de quien defiende valores que se presuponen más elevados en lo moral. El acoso digital en redes es una de esas prácticas repudiables que son censurables cuando se dirigen al adversario ideológico y que acaban siendo vomitivas cuando encima se practican con quienes forman parte del mismo espacio ideológico.

Las estrategias de ciberacoso han sido denunciadas sobre todo cuando se dirigen a las mujeres que intentan participar en política, porque tienen para ellas una mayor virulencia asociada a la violencia estructural machista que sufren. La denuncia ha quedado aislada como un hecho social que sufren las mujeres y no como una estrategia política dirigida además a quebrar cualquier crítica a un determinado partido o ideología. La destrucción personal se ha asumido como una estrategia aceptable e incluso prioritaria cuando la supervivencia de los proyectos está en cuestión y queda poco espacio que repartir. Una táctica de maltrato sistemático en las organizaciones ha sido sustituida por una táctica de maltrato subrogada hacia militancia radicalizada que, a través de perfiles anónimos e incluso desde cuentas de candidatos de cuarta categoría, funciona como un ejército de disciplinamiento hacia quien piensa diferente. 

El perfil de quien participa de estos batallones de acoso organizado es fácilmente trazable y se basa en un identitarismo tóxico. En muchas ocasiones encajan en él personas con dificultades de socialización que ven en las redes sociales el único espacio para establecer dinámicas de grupo satisfactorias que les unen al colectivo del que se creen parte con comportamientos obsesivos basados en el ataque sistematizado y violento hacia todo aquel que consideran enemigo. Estos días asistí con tristeza al espectáculo de ver a una de esas personas acosadas por este kraken, que cuando es liberado y premiado por su comportamiento no distingue a quien muerde, ser funcional al monstruo que acosa dirigiendo su ataque hacia quienes nunca la han perturbado por orden del director de estas estrategias de acoso que le afectan a ella misma.

Estos perfiles que dedican todo su tiempo activo a identificar enemigos y a acosarlos sin descanso, con cientos de mensajes difamando, degradando o calumniando a quien consideran crítico con su formación no se ven a sí mismos como acosadores porque no pueden comprender que la crítica puede traspasar límites cuando cruza líneas rojas. Nina Janckowitz, experta en desinformación en la administración Biden, que sufrió estas estrategias de ciberacoso lo explicaba en una entrevista en elDiario.es: “Si este tipo de cosas sucedieran en la calle, tendríamos una orden de restricción, ¿no? Si estas personas estuvieran diciendo esas cosas en la cantidad, la duración y ese nivel de odio en la calle, podríamos llamar a la policía y los podría arrestar. Pero como es online de alguna manera se supone que debemos dejar nuestros dispositivos y no pensar más en eso. Y eso es una locura porque vivimos gran parte de nuestras vidas online, especialmente después de la pandemia. Gran parte de nuestro trabajo y de nuestro contacto con amigos es online. No puedes esperar que alguien ya no se conecte a Internet. También te dicen cosas como ”si no quieres lidiar con el acoso, entonces no deberías estar en un trabajo que suponga un perfil público“. Eso es decirle a alguien que no tiene derecho a ejercer ese tipo de profesión porque hay gente loca y se valora su discurso más de lo que se valora el derecho de la mujer acosada a participar en la democracia, hablar sobre su investigación, hacer su trabajo. Se trata del derecho al trabajo”.

Estas declaraciones de Janckowitz dan varias claves, sobre todo una que es la que justifica la estrategia digital de acoso de algunas formaciones políticas y que consiste en intentar expulsar del debate público a los periodistas marcados con una diana desde las cúpulas de las organizaciones para que la militancia violenta haga el trabajo sucio y expulse la crítica haciendo que abandonen su trabajo. Esta semana se ha logrado con un periodista que ha dejado las redes después de meses de hostigamiento. Es una estrategia de presión política para dejar sin trabajo a periodistas críticos. El acoso digital hacia los periodistas por parte de estructuras organizadas o de estructura jerárquica es un peligro para el libre ejercicio de la prensa y de la crítica política, según han denunciado diferentes organismos internacionales que defienden la labor periodística. María Salazar Ferro, directora de emergencias en el CPJ, señala en un artículo que “el hostigamiento tiene un impacto en los afectados, pero también es un ataque directo a la libertad de prensa y la independencia en un intento de silenciar voces e historias específicas. […] Historias importantes corren el riesgo de no ser contadas. Ser el objeto de un acoso sistemático puede ser agotador, y tiene un costo psicológico increíble para el periodista, la redacción y otros colegas que trabajen los mismos temas”.

Este mismo artículo se llenará de comentarios que no abordan nada de lo que escribo en él ni harán una crítica razonada, sino que serán insultos dirigidos a despreciarme con el objetivo de crear una imagen distorsionada de mi labor periodística. La tolerancia consustancial a la izquierda supone respetar que haya quien considere que Sumar es un espacio funcional al PSOE o que Podemos debe desaparecer porque es funcional a los intereses de la extrema derecha sin que eso implique que haya que iniciar una cacería para buscar destruir su autoestima con difamaciones, calumnias y un acoso digital sistematizado. Cualquier opinión razonada debería ser discutida y confrontada con una posición crítica y razonada y no con una estrategia de acoso y difamación sostenida durante años. 

Hay líderes en la izquierda que siempre han creído que es válida cualquier actuación con tal de lograr los objetivos políticos marcados, pero no todo vale. No hay nada que construir con quienes consideran parte de su acción política el linchamiento digital, el acoso y la destrucción de la salud mental de quienes piensan diferente y tienen otras maneras de construir un horizonte de transformación. Nadie con un mínimo de respeto moral hacia sí mismo puede pretender unirse en un objetivo político común a una organización que promueve, valida y difunde este tipo de comportamientos tóxicos que en ocasiones rozan lo delictivo. El primer punto de acuerdo de cualquier Frente Popular sería el de marginar a quien utilice las estrategias de ciberacoso contra cualquier persona del mismo espacio político. 

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