17A, un aniversario con algunas lecciones
Muchos catalanes despiden a sus seres queridos con música. Nunca falta El cant dels ocells del que el chelo de Pau Casals arrancó el bajo más profundo, como en la muerte hace el dolor. Y acaban con la esperanza de la vieja tonadilla de Jaume Sisa que nos recuerda, porque es verdad, que cualquier noche puede salir el sol. Música, flores y un poema de John Donne, leído en los ocho idiomas de los muertos en los atentados del 17 de agosto con acentos transversales. Sensibilidad y sencillez en el homenaje a las víctimas del terrorismo en las Ramblas de Barcelona y Cambrils al cumplirse el primer aniversario.
Un acto frío y constreñido en la parte oficial. Desde el alba, las autoridades mediáticas pedían cautela. Había que evitar “el acoso al rey”, convertido el mensaje en información. De cada tres frases de las retransmisiones una nos recordaba que “no habría discursos para no politizar el acto” y que “el protagonismo era de las víctimas”. Nos lo recordaban una y otra vez, una y otra vez. En los informativos posteriores también, con la misma cadencia. Cuando desde la petición de cautela a cada gesto era una politización. No hablar, no decir, no hacer. Por exigencia en el caso de la derecha genuina.
La nota de color, rojigualda, la han puesto quienes querían convertir el momento en un acto de extraordinaria placidez. En las televisiones en general no se han oído las increpaciones a la periodista Gemma Nierga.
Se han atravesado las banderas, cómo no. Un tuit del Presidente Sánchez, sin la española en la versión catalana, que se corrige más tarde. Lo atribuyen a un error. Contaba Suso de Toro que en Antena 3 y La Sexta el poema ha bajado a pista de fondo para que los tertulianos insultaran a placer al presidente de la Generalitat Quim Torra. Un periodista, no oficialmente desbocado, señalaba que Torra es igual que Hitler y Stalin.
Las cámaras pendientes del Rey Felipe VI. De los gestos y saludos. De los vivas y pitos. Más vítores que protestas, objetivo conseguido. Dos grandes pancartas habían amanecido colgadas de sendos edificios rechazando su presencia. Se ha formado como una campana alrededor de él y sus próximos, con los ciudadanos al fondo.
La lucha contra el terrorismo no será efectiva jamás si no se para de vender armas a los países que lo promueven. Y España lo hace; lo hizo y lo sigue haciendo. Si no se deja de rendir pleitesía a sus gobernantes. Y nuestras altas autoridades son una piña con las de Arabia Saudí. Esta semana pasada enterraron en Yemen a 40 niños volados en pedazos por las bombas de la coalición que la petromonarquía lidera. Las condenas sin poner los medios para encontrar soluciones son humo.
Hace un año fueron asesinadas en Catalunya 16 personas, heridas 137 y afectadas para siempre sus familias, amigos y compatriotas de 34 países por miles. Desde el principio supimos que aquellos atentados no eran igual que otros. El conflicto entre Cataluña y España se cruzaba de por medio. The New York Times lo dijo de inmediato. Aquellos aciagos días vivimos pendientes de cada víctima. De la identificación de los terroristas. Los Mossos daban información continua y en tres idiomas. El ministerio del interior de Rajoy, con Zoido de titular, parecía desaparecido.
Pronto los héroes pasaron a ser villanos. Llegaron dudas e insidias. Que hubo y hay descoordinación policial en la información previa, está claro. Que afectara decisivamente a la comisión de los atentados, mucho menos. Todavía no nos han aclarado la relación de los servicios secretos españoles con el Iman de Ripoll, instigador de los ataques terroristas. Tampoco cuadra que no constaran sus antecedentes, ni su estancia en la cárcel, en el registro de la policía autonómica. Pero los atentados, todo el dolor, estaban trufados por las distintas posturas sobre el Proces. Y, la verdad, cuesta superar ese embarramiento. Es una frustración insoportable ir apartando los tropiezos de intereses varios cuando solo necesitas llorar.
Demasiadas voces y gritos en el velatorio.
Y después los enfrentamientos. Hasta familiares. Las discusiones. Amistades rotas. Personas partidas. Resquemores que ahí han quedado. Esperpentos tabarnios. Los A por ellos. La crispación extendida a toda España. La involución. La incomprensión. El odio.
Y ahí seguimos. Cada vez hay más gente que solo ve por un ojo, las banderas en particular. De la misma forma que solo leen artículos con ese mismo ojo, oyen por un solo oído, cojean del mismo pie y miran a los demás en espejos opacos. Al punto que Albert Rivera contribuía la víspera del aniversario, no a la concordia precisamente, contratando avionetas para sobrevolar las playas catalanas pidiendo quitar lazos amarillos y suprimir de ellas mensajes políticos (salvo los suyos voladores).
Ningún país democrático ha recordado un atentado en este clima. Usar a las víctimas, el dolor, la indignación y el miedo de los ciudadanos para fines políticos, casi solo ocurre en España.
La foto de hace un año nos muestra un cuadro de autoridades que apenas se mantiene hoy. La que era presidenta del Parlament, Carme Forcadell, se encuentra en la cárcel. El ex president de la Generalitat, Carles Puigdemont, en Bélgica, circulando libremente por donde quiera salvo por España. El juez Llarena retiró la Eurorden porque fuera no consideran delito lo mismo que él. El órgano de los jueces, CGPJ, le apoya en cuanto haga. Los medios convencionales le defienden sin fisuras. Rajoy ya anda registrando propiedades por Madrid y Soraya Sáenz de Santamaría lamiéndose las heridas de su defenestración y la conciencia de saber que sus compañeros de partido han preferido a un tarambana ultra como Pablo Casado con tal de no elegirla a ella. Zoido tan out como estuvo entonces, pero sin foto.
Ada Colau y Felipe VI permanecen. La alcaldesa de Barcelona y el rey de España. El monarca tuvo una actuación decisiva el 3 de Octubre con un discurso, durísimo en fondo y forma, que marcaría los acontecimientos posteriores. Buscó y cosechó el aplauso de los nacionalistas españoles. Con el resto, si quieren la otra mitad o el porcentaje que gusten, rompió amarras. O desató, si lo prefieren.
Demasiadas emociones e intereses cruzados. En el aniversario de los atentados están presentes. Pero no son las únicas.
Fiona Wilson, canadiense, cuyo padre murió en Las Ramblas y cuya madre sufre dolorosas secuelas, ha venido a estar hoy donde todo ocurrió y donde están quienes tanto la ayudaron. Para darles las gracias y volver a decir que no tiene miedo. Es una lección. Otra más. A veces todo es tan simple como recibir un abrazo, un camino para salir al levantarse del suelo, en el momento preciso. Porque entre puyas y zancadillas, sobresalió la inmensa solidaridad y aquel grito que nos levantó a todos: No tinc por.
“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida”, escribía el bueno de John Donne en los albores del siglo XVII. Hemingway tomó la parte final del poema para escribir de la guerra civil española. “La muerte de cualquier hombre me disminuye. Nunca preguntes por quién doblan las campanas porque están doblando por ti”. Y ésta es una gran verdad. Para las personas capaces de sentirlo. Y para las que no, quizás más.