Artur Mas es un profeta egocéntrico. Obama no se fía de él. Ni Merkel, por supuesto. Una Cataluña independiente quedaría fuera de la Unión Europea y del euro y de la ONU. Se irían los bancos y todas las grandes empresas. Habría un corralito y hambre y miseria. Pero, vaya, no hay de qué preocuparse porque la independencia es imposible.
Éste es el bipolar mensaje que el establishment patrio lleva lanzándonos machaconamente desde la vuelta de vacaciones. Ante semejantes titulares, una persona más o menos equilibrada podría preguntarse dos cosas. La primera: por qué demonios tiene Rajoy tan claro que la independencia de Cataluña no es posible. Cuando le preguntan tal cosa, el Presidente adopta su ya célebre dialéctica extrema, traza una envolvente y, sin que nadie sepa cómo ni por qué, acaba loando las gestas de la selección española de baloncesto.
La segunda pregunta, más inquietante, es a qué viene tanto alarmismo si, como asegura el Gobierno, la independencia catalana es imposible. Y ahí, me temo, salimos del terreno de la política y entramos en el de la metafísica. Quizá sea que Cataluña es necesaria y los catalanes, contingentes. O quizá sea justo al revés, vaya usted a saber.
Alega Rajoy, por alusiones, que él no tiene la culpa de que haya más independentistas. A lo mejor es cierto, pero lo único seguro es que no hay menos gracias a él. Por algún motivo, la técnica popular de “seducir a Cataluña” por la vía de la amenaza y la vejación no está dando el resultado previsto. Los catalanes, ya se sabe, son muy suyos
Y a medida que las encuestas se inclinan cada vez más del lado independentista, los grandes periódicos y los prohombres de España no paran de recordar lo mucho que sufriremos todos si los catalanes no votan como Dios manda. “¡Los independentistas!” –claman- “¡os están engañando! ¡Se envuelven en una bandera para ocular su nefasta gestión, no como nosotros!”
Todo hace indicar que los catalanes votarán mal el próximo domingo, lo que desembocará en una nueva oleada de amenazas en primera plana. Lo que sea necesario para recuperar su cariño.