Hay datos que son puñetazos en la boca del estómago. Que te cortan el aire, te obligan a dejar de leer y te dejan grogui. Cúbranse porque ahí va uno de los que más duelen: el 80% de los incendios forestales son intencionados.
Hace unos años me tocó cubrir la información de un incendio para el diario en el que colaboraba. Cuando llegué al lugar de la tragedia los bomberos forestales, esos valientes que invitan a mantener la esperanza en el ser humano, se hallaban en plenas labores de extinción luchando cuerpo a cuerpo contra el fuego. Bateando el matorral, corriendo tras las llamas con la manguera al hombro, jugándose la vida en socorro del bosque. La escena era impresionante.
Mientras mi compañero fotógrafo cubría la información gráfica yo acompañé a los agentes forestales que empezaban a investigar las cenizas para localizar el origen del fuego. Todavía recuerdo la expresión de rabia y de impotencia con la que se lamentó el agente que lo halló: ¡otra puta barbacoa!
Algunos lectores me han afeado el estilo por llamar asesinos a los que matan un animal: no quiero imaginar lo que opinarán por llamar así a los que matan bosques. Pero saben una cosa, me importa un bledo. Porque quienes amamos la naturaleza y a los animales no sabemos llamar de otra manera a quienes son capaces de disparar a una cigüeña o pegarle fuego al monte.
Asesino es quien le ata una pastilla de encender a un conejo y se la prende antes de soltarlo en el bosque, condenándolo a la más cruel de las muertes, convertido en una mecha viva en su desesperada carrera hacia el interior del matorral reseco.
Pero también lo es quien, desoyendo todas las alertas y los ruegos, conociendo los devastadores efectos de un incendio y las numerosas víctimas que provocan cada año, todavía tiene los santos bemoles de encender un hornillo o una barbacoa en el monte para prepararse unas chuletas.
Las estadísticas dividen ese 80% de fuegos intencionados entre los que se deben a una imprudencia y los provocados por un pirómano. Yo no. Yo no los diferencio. Con toda la información que recibimos a diario, con todas las llamadas a la participación ciudadana en la prevención de incendios, con todas las campañas al estilo “todos contra el fuego”, quien enciende una barbacoa en el monte también es un pirómano, un arboricída, un asesino de bosques.
Todas las estadísticas sobre el origen de los incendios veraniegos nos señalan con el dedo. La mayoría de ellos se producen en torno a la hora de comer, sobre todo los fines de semana, especialmente en el entorno de las temibles zonas de picnic, los campings y las urbanizaciones.
Las condiciones meteorológicas del verano multiplican el riesgo, es cierto, sobre todo cuando se da lo que los especialistas llaman la “triada del fuego”: más de 30ºC de temperatura, viento superior a 30 km/h y humedad inferior al 30%. Pero las estadísticas son categóricas, y señalan que solo un 14% de los incendios forestales suceden por causa natural. El 6% restante es por causas desconocidas. Quien le pega fuego al monte es nuestro incivismo o nuestra maldad. No importa si ha sido un pirómano o el capullo de la barbacoa. El resultado es el mismo. Por eso, por favor, si estos días vas al monte déjate el mechero en casa.