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Aznar, del trío estúpido a la soltería pedante

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Raquel Ejerique

Reino Unido encargó hace 7 años un informe para evaluar las decisiones que tomó Tony Blair sobre la invasión de Irak. Las barbaridades de la política internacional casi siempre se destapan en diferido, cuando se desclasifican papeles o alguien que estuvo allí canta por arrepentimiento o arrojo. 

El trío de las Azores se ha desintegrado, sus razones se han desvestido de épica y el triunvirato se ha quedado en unos huesos burdos para un caldo de egos. El informe confirma cantidad de decisiones estúpidas. Aznar, justamente el único que niega que España participara en una guerra, es el que sigue defendiéndola sin hacer mención a la palabra error o fallo.

El expresidente español se ha quedado soltero en su defensa acérrima de lo que todos dicen que falló, hasta sus compañeros de viaje. Ha resultado tener el orgullo de los caballos galopando por una sangre helada que le impide decir me equivoqué, conjugado en cualquier tiempo verbal y persona del plural o singular. 

Que la guerra de Irak era un error y era ilegítima lo intuíamos antes de la propia guerra. Se lo dijimos tres millones de españoles al gobierno del PP a la cara y en la calle. A invasión pasada y con la región saltando sobre las brasas del caos, también lo reconoció George W. Bush en sus memorias: “Nadie pudo sentirse más furioso que yo cuando supe que no existían armas de destrucción masiva. Me ponía malo y todavía me pone cada vez que lo pienso”. Nunca ha pedido perdón expresamente, pero ha reconocido “errores estratégicos”. 13 años y 170.000 muertos después, “hay cosas que hicimos mal en Irak, pero la causa fue justa”, sentenciaba Bush.

El propio Tony Blair había admitido fallos y había pedido disculpas en sus memorias antes de que el informe Chilcot le diera un revolcón político, le quitara el lustre al traje de hombre de Estado y lo dejara ante la opinión pública como un mísero irresponsable. “Por todo eso, expreso más pena, arrepentimiento y disculpas de las que ustedes puedan llegar a conocer o creer”, decía el pasado miércoles. Para añadir que, pese a todo, volvería a invadir Irak –para luego volver a sentir algo que los demás no podríamos llegar a conocer o creer–. 

El informe demuestra cómo Aznar empujó a la invasión, cómo planificó la estrategia de inevitabilidad –él era Churchill y no tenía más opción que ir a la guerra–. Promovió la cumbre y la foto de Azores, según desveló el portugués Durao Barroso, que declaró sentirse engañado por los documentos que se mostraron allí en 2003. En ese momento, José María Aznar abrazó su estrategia política de la trola, de nadar entre la inmundicia sin necesidad de sacar la cabeza ni para tomar aire. Una estrategia que repitió tras el 11M y en la que se ha quedado enfangado pese a que le costó el trono.  

Aznar es un político que no aprende porque cree que viene aprendido. Cuatro años después de la invasión, en una intervención pública en la que se le preguntó sobre las armas en Irak, siguió optando por las orejeras y la retórica marianista. Podría haber empleado la contundente primera persona, pero optó por un colectivo y cobarde “mundo” y “todos”, como si no hubiera sido él quien nos metió en una guerra ilegítima. “Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva, y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo y yo también lo sé... ahora. Tengo el problema de no ser tan listo de haberlo sabido antes”. Tiene otro, el de ser tan torpe de empecinarse en no reconocer su fallo.

Pero más cerca aún en el tiempo, y en una carta al ministro García-Margallo, el 15 de agosto de 2015, Aznar reiteró al titular de Exteriores que “España salió ganando con la invasión”. “En términos de influencia y de apoyo internacional a nuestros objetivos, España salió ganando. Y no sólo España”. España no ganó nada. Irak, el mundo y la paz universal, tampoco. El que perdió fue él, aunque en su bajura de miras prefiera disimularlo y hacerse trampas al solitario en su recién estrenada y soberbia soltería. 

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