Hace unos días, María Dolores de Cospedal, Ministra de Defensa, se pronunciaba sobre el máster/no máster de Cifuentes (que creo que a estas alturas ya podemos llamarlo el máster de Schrödinger) y decía lo siguiente:
Si obviamos los sinsentidos del tuit (que el accidente de Cifuentes obviamente no fue mortal y que nadie está pretendiendo matarla), nos quedamos con algo curioso: Cospedal cree que el hecho de que un medio le saque las vergüenzas y las mentiras a los políticos de su país es machista si el objeto de investigación es una mujer (luego somos las feministas las que ven machismo donde no lo hay, je).
No es la primera vez que las políticas del Partido Popular denuncian un supuesto machismo cuando se encuentran entre la espada y la pared. Esperanza Aguirre también se quejó de lo mismo cuando los medios le preguntaban por el presunto desvío de tres millones de euros que la empresa de su marido hizo para jugar en bolsa... desde una empresa de la que ella misma era accionista.
A pesar de lo interesado de su acusación, no tuvo ningún problema en mofarse de Manuela de Carmena cuando ésta dijo (y no para defenderse de nada) esto acerca de los medios de comunicación: “Muchas veces, lo femenino sigue siendo objeto de burla, de chanza, de risa, y eso tiene mucho que ver, quizás, porque el poder de los medios es masculino, es jerárquico y no es aún un poder de las mujeres”. Este análisis, que hace cualquier feminista (ya saben, esas tipas que montan manifestaciones para “crear una guerra de sexos”), hizo reír mucho a Aguirre, que semanas después aún seguía erre que erre.
De acordarse del machismo cuando es ella la afectada también sabe mucho Inés Arrimadas, esa política que forma parte de un partido que ha intentado desmontar la Ley Integral de Violencia de Género eliminando el agravante de género, entre otras lindezas.
El hecho de que haya más mujeres en el poder no significa que vayan a hacerse políticas feministas, ni tampoco que estemos mas cerca de acabar con la violencia de género, con la brecha salarial o el techo de cristal. Las mujeres deben ocupar el 50% de los puestos de poder, desde el Gobierno a las instituciones, pasando por las direcciones de empresas y cualquier tipo de organizaciones, sí, y debe ser así porque somos nosotras quienes poblamos algo más de la mitad del mundo. Pero eso no lleva consigo la consecución de la liberación de las mujeres.
Si las mujeres que ostentan el poder continuan con las políticas machistas, con la discriminación y con la misma ceguera de género que sus compañeros, vamos a seguir padeciendo las mismas opresiones siempre. Si las mujeres en el poder hacen un ejercicio continuista del juego patriarcal comportándose de la misma forma chulesca que los hombres con quienes comparten espacio (en el caso de Cifuentes, sacando pecho y orgullo hasta cuando tienen todas las pruebas en contra y devolviendo ataques para intentar despistar), parece obvio que al resto de mujeres nos vale lo mismo M.Rajoy que C.Cifuentes: cero feminismo ni en las formas ni en el fondo.
Cifuentes, quien se alzaba como el azote de la corrupción (práctica mayoritariamente masculina, como no podía ser de otra forma), está huyendo hacia delante con el máster de Schrödinger, técnica que ya han usado los anteriores políticos de su partido al ser acusados de [inserte aquí un delito]: negando las evidencias, intentando disparar al mensajero, armando una nueva teoría que explique las mil contradicciones que hay en sus -ya de por sí lamentables- excusas.
M.Rajoy y C.Cifuentes, por poner dos ejemplos, no son las dos caras de la moneda, que da igual cómo la tires siempre va a salir uno u otra: son del mismo lado pero con distinto género, y la prueba de que no por haber mujeres en el poder, las cosas van a hacerse de otro modo. Por eso, una cosa es la paridad y otra la liberación de las mujeres. Y por eso no da igual a qué partido votes.
Para que se materialice un país feminista necesitamos que tanto los hombres como las mujeres que toman las decisiones lleven ya puestas las gafas violetas, que tengan perspectiva de género en sus análisis y también a la hora de ejecutar las políticas diseñadas.
El feminismo no se va a dejar engañar a estas alturas de la película por mujeres conservadoras con poder, que usan la lucha feminista como un boomerang: la lanzan cuando les sacan los colores y la esconden cuando son el resto de mujeres quienes más la necesitan. El feminismo es una forma de entender la política, y también la vida: cuidar unos de otras y viceversa, mirar por el bien común, acabar con las opresiones y hacerlo de forma transversal.
Sin duda, el feminismo te hace mejor persona, y si se contagia lo suficiente, quizás podamos decir en un futuro que nos representan personas que tienen claro que el hecho de ser elegidas por la gente en la urnas no las hace creer que han recibido un regalo de la providencia por ser superiores al resto, sino que son meras depositarias de la confianza y del trabajo de todo un país: personas como el resto, encargadas por el pueblo de gestionar su riqueza. La riqueza de todas y de todos. Quizás entonces tengamos un mundo en el que tanto para votantes como votadas, prime el hecho de que el bienestar del resto depende de esos cargos electos, y que si no se cumple, la única opción posible sea marcharse a casa y dejar que otras se encarguen de mirar por la mayoría. Y, sobre todo, quizás tengamos un mundo en el que hemos abolido un sistema que permite que la corrupción y la desigualdad, entre otras muchas cosas, se cuelen sin control por cada engranaje. Porque si el mundo que acabo de imaginar les parece propio de alguien inocente e ingenua, no olviden que el sistema que sufrimos ahora permite que el buen hacer dependa únicamente de la voluntad de quien ostenta el poder.