Becerradas: psicopatía social, sadismo legal, inmundicia cultural, culpa política
Algunos de esos becerros aún no han sido destetados. Son cachorros. Bebés, en términos humanos. Viendo lo que se hará en público a esos pequeños animales podemos imaginar cómo fueron separados del pezón de su madre: a empujones, a patadas, a golpes, a tirones de rabo. Venga, tira palante, hijo de puta. Al bebé. Que te vas enterar de lo que es chupar, maricón. Al bebé a quien entonces se le escurre el pánico entre las patas temblorosas. Que te vas a cagar pero con razón, guarro. Al bebé. Para que no pueda defender a su hijo, a la madre le han amarrado el cuello (ellos lo llaman pescuezo) con una soga que aprietan a unos hierros roñosos: un matón haciéndole una llave inmovilizadora a una recién parida. Quita pallá, gorda. A la madre. Como no dejes de berrear te meto un puñetazo que te reviento un ojo, cabrona. Venga, chaval, coge ya al mierda este.
No hay la más mínima razón para no imaginar que se produce así el secuestro de los becerros que llevan a torturar y asesinar en público. No hay la más mínima razón para no imaginar que han actuado así los responsables de arrastrar a los becerros a la plaza donde se van a celebrar unos festejos que consisten en pegarles, patearlos, perseguirlos, acuchillarlos, desollarlos a rastras. A los bebés. Lo harán ellos y otros miserables que se les sumen. Cualquiera que se quiera hacer el machote, el más bruto del pueblo, el más canalla. El corrupto, el violador, el comercial, el mecánico, el padre de familia. Cualquier miserable que se vea capaz de torturar y matar a un cachorro acorralado, acosado, aterrorizado, indefenso, abandonado por todos. Cualquier miserable que lo esté viendo sentado. Todo el vecindario condescendiente. Y todos los políticos miserables que lo consienten. Desde el concejal de festejos de ese terrón inmundo hasta el presidente de un Gobierno inmundo también. Inmundicia local, inmundicia nacional, inmundicia moral, inmundicia cultural, inmundicia social, inmundicia política. Psicopatía oficial. Sadismo legal.
De vez en cuando me obligo a callarme durante un tiempo para coger aire y reponer fuerzas, me retiro para regular de nuevo el tono de mi indignación, para ser capaz de medir las palabras de mi protesta, para que no digan (como me dicen, como nos dicen) que la agresiva soy yo, que la intolerante soy yo, que la fanática soy yo, que la histérica soy yo, que hay que tener paciencia, que todo lleva su tiempo, que aún no va a poder ser, que no en esta legislatura, que en el futuro, que poco a poco, que paso a paso, que cuando toque, que hay que esperar. Respiro hondo, bajo los ojos, cierro los puños, me muerdo la lengua para aguantar, para que por mí no quede, para que no se pueda decir que he metido la pata por clamar contra la infamia, para que no se pueda decir que me he precipitado, para que no se pueda decir que mi estrategia no es buena, para que no se pueda decir que no he hecho bien señalando con el dedo a quienes consienten que se aterrorice, que se humille, que se torture hasta la muerte a crías sin destetar. Me callo un tiempo para dar tiempo al tiempo. Traidora.
Y mientras me callo, mientras nos callamos, mientras os calláis, en San Rafael, en San Sebastián de los Reyes, en Algemesí, en Valmojado, en Villalba, en El Escorial, unos españoles que son escoria y demuestran ser capaces de cualquier maldad se ensañan con esas crías, siembran la semilla de ese mal entre las generaciones aún inocentes, aniquilan toda capacidad de bondad, desprecian con risotadas toda posibilidad de armonía y de concordia, se burlan de la compasión, del cariño, de la amistad, de la ternura, apuñalan la paz. Un pueblo que se divierte torturando cachorros es y será pasto de la violencia. Y si me callo, si te callas, si os calláis, seremos víctimas. Pero, mucho peor, seremos cómplices, seremos verdugos. No me callo. Lo digo una vez más, alto y claro: es de sinvergüenzas, de abyectos, de ruines sin escrúpulos consentir, por activa o por pasiva, las becerradas. No me callo: la tauromaquia es basura moral de reyezuelos y de gañanes. Vergüenza debería dar a cualquier político decente callarse ante ella.
Lo que hicieron unos tipejos hace unos días en El Espinar, Segovia, ha salido en los medios. Aunque una parte de los vecinos se avergüenza de tales prácticas, hay quienes dicen que sería preferible que los cachorros fueran “toreados por un profesional”. Un profesional de la tortura. Un Billy el Niño taurino. De fondo, la tele emite imágenes de esos pequeños animales que apenas se tienen en pie, que caen de rodillas, que sangran y se retuercen de dolor, que no saben dónde están ni por qué les hacen tanto daño, unos pequeños que antes de ser secuestrados por perversos que actúan ante la impasibilidad o el regocijo de las familias, sintieron apego por su madre, curiosidad por una mosca que pasó, ganas de mamar y de sentir calor, confianza en la existencia. Qué traición. Haber nacido, bellos e inocentes, para caer, siendo bebés, en manos de una banda de degenerados es un insulto a la vida, a la naturaleza. Que sean entregados legalmente a sus torturadores y asesinos, que la alcaldesa de El Espinar (Alicia Palomo, del PSOE: qué vergüenza) afirme que las becerradas cumplen con la legalidad, es una patología social, un insulto a la inteligencia, a la sociedad y a la cultura.