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Un calor insostenible

José Luis Gallego

Estamos en un bucle climático perverso. El calor se intensifica porque el clima está cambiando y al adaptarnos intensificamos ese cambio climático. Es una situación que se retroalimenta. A más de 40ºC el aire acondicionado se convierte en un electrodoméstico de primera necesidad, lo que dispara el consumo eléctrico. A más consumo más emisiones: a más emisiones más calentamiento. Un bucle.

El récord de consumo eléctrico estival se marcó el 19 de julio de 2010, cuando la demanda eléctrica alcanzó los 41.318 megavatios. Pues bien, en lo que llevamos de julio ya hemos acariciado los 40.000. Todo ello con un agravante. Y es que como estamos sin viento y con el caudal de los ríos muy bajo, la eólica y la hidráulica apenas aparecen representadas en la estructura de generación eléctrica, donde el principal protagonista es el carbón, lo que dispara las emisiones de CO2 asociadas al calentamiento global.

El último informe del panel intergubernamental de expertos sobre cambio climático (IPCC 2014) destacaba que los riesgos de episodios extremos vinculados al cambio climático, como las olas de calor, ya estaban siendo entre moderados y altos, identificando como uno de los “riesgos clave” para Europa la probabilidad de que se produzcan “mayores pérdidas económicas y mayor número de personas afectadas por episodios de calor extremo”.

Digan lo que digan nuestros gobernantes, la evolución del cambio climático se empeña en dar la razón a los científicos y los episodios atmosféricos extremos se producen tal y como los han descrito.

El pronóstico para el escenario climático regionalizado del Mediterráneo, en el que coinciden todos los modelos climáticos para el corto/medio plazo, es que se acentúen esos episodios extremos. Las distancias entre las olas de frío y las olas de calor se van a ir acortando y éstas se manifiestarán cada vez con mayor intensidad. Mientras tanto el promedio de precipitaciones apenas se moverá, pero lloverá mal: con períodos de lluvias intensas a los que sucederán episodios de sequía cada vez más severos.

Un ejemplo de esa situación es lo que estamos viviendo en España. Por suerte, tras un período de lluvias generoso y por encima de la media en buena parte del país, las reservas de agua están a salvo. Por ahora.

Nuestra capacidad de agua embalsada es de 55.977 hectómetros cúbicos (hm3: un hectómetro cúbico son mil millones de litros). El jueves de esta semana las reservas eran de 39.301 hm3, lo que equivale a un 70,21%. En la misma semana de 2014 teníamos 43.409hm3 de agua en los pantanos, un 77,55% del total. La diferencia es significativa, pero no es para asustarse, sobre todo si tenemos en cuenta el valor medio para estas mismas fechas de los últimos diez años: un 65,24%.

Estamos lejos de una situación de riesgo, lo que no sabemos es hasta cuándo. El consumo de agua de abastecimiento urbano también se ha disparado y durante el mes de junio ha aumentado considerablemente en valores absolutos: un 6% el consumo doméstico y un 10% el agua de riego.

Más consumo eléctrico cuando más tiramos de las energías fósiles. Más consumo de agua cuando menos llueve. Este calor es insostenible. Y alarmante.

Como señala el IPCC en su último informe el calentamiento va a causar mayores impactos en el sur de Europa que en otras regiones del planeta “impactos en la salud y el bienestar, en la productividad laboral, la producción agrícola y la calidad del aire, y un creciente riesgo de incendios forestales”. ¿Qué podemos hacer además de adaptarnos? Obrar en consecuencia.

De la misma manera que los incendios se apagan en invierno, con previsión y política forestal, la mejor forma de prevenir el colapso energético y evitar el aumento de emisiones es promover el desarrollo de las renovables y la generación distribuida. Y respecto al agua, aunque la situación actual de nuestras reservas transmita seguridad, haríamos bien en empezar a ahorrar desde ya, pues tal vez estemos al inicio de uno de esos períodos de sequía cada vez más recurrentes y severos.    

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