¿Hacia un capitalismo autoritario?
Esta semana el Banco Central Europeo ha decidido, al menos temporalmente, terminar con las subidas de tipos de interés oficiales iniciadas allá por 2022 y que dieron lugar a la mayor escalada de repuntes de su historia. Desde estas líneas somos y seremos extremadamente críticos con una decisión cuyo objetivo último no era frenar la escalada inflacionista sino recapitalizar el sistema bancario europeo a costa, de nuevo, de los contribuyentes, esta vez vía tipos de interés. La evidencia empírica contra la decisión del Banco Central Europeo de subir fuertemente los tipos de interés para hacer frente al episodio actual de inflación se acumula. Lo último, un artículo académico, recién salido del horno, donde se amasan las investigaciones del Fondo Monetario Europeo, bajo la rúbrica 'Demand vs. Supply Decomposition of Inflation: Cross-Country Evidence with Applications', traducido al román paladino 'Descomposición de la inflación en demanda vs. oferta: evidencia a nivel internacional con aplicaciones'.
En este artículo, los autores, Melih Firat and Otso Hao, descomponen la inflación agregada en componentes impulsados por la demanda y la oferta en 32 economías avanzadas y economías de mercados emergentes durante las últimas tres décadas. Para ello, profundizan en un examen de los roles desempeñados por los factores del lado de la demanda (curva de Phillips y transmisión de la política monetaria) y los factores del lado de la oferta (choques en los precios del petróleo y presiones en la cadena de suministro) en la generación de cambios en la inflación impulsada por la demanda y la oferta. Este enfoque se basa en la idea de que los choques de demanda deberían mover los precios y las cantidades en la misma dirección, mientras que los choques de oferta deberían moverlos en direcciones opuestas. Las contribuciones de los factores de demanda y oferta a la inflación agregada se obtienen como sumas ponderadas de las tasas de inflación sectorial clasificadas como impulsadas por la demanda o la oferta
Los resultados que obtienen son claros. La disminución global de la inflación agregada al comienzo de la pandemia de COVID-19 en 2020 se explicó principalmente por una reducción en la inflación impulsada por la demanda. A partir de principios de 2021, tanto los factores de la demanda como los de la oferta contribuyeron al aumento de la inflación. En Estados Unidos y Asia, la inflación impulsada por la demanda y la impulsada por la oferta contribuyeron aproximadamente por igual a la inflación general. Además, tanto la inflación impulsada por la demanda como la impulsada por la oferta comenzaron a desacelerarse hacia fines de 2022. Sin embargo, la inflación en Europa fue en su mayoría impulsada por la oferta, intensificando este impacto desde mediados de 2022.
Los economistas que han recetado frenar la demanda, y por ende el crecimiento económico, para hacer frente a la inflación actual en Europa siguen sin entender, aparentemente, qué la ha provocado. Por lo tanto, muy difícilmente comprenderán las consecuencias de sus actos, reflejados en unas recomendaciones de políticas económicas completamente distópicas, salvo que el objetivo último, como ya he detallado, fuera realmente otro, recapitalizar el sistema bancario europeo. Las causas de la inflación actual son consecuencia de las recomendaciones que durante las últimas tres décadas esos mismos economistas han llevado a cabo. Y las soluciones a las mismas no pasaban por una subida de los tipos de interés oficiales. Son más sencillas y menos dañinas. Pasaban por revertir ciertas desregulaciones promovidas en los mercados financieros y en los sistemas bancarios, así como echar atrás multitud de procesos de liberalización de mercados, y políticas que han promovido la financiarización de la economía global. Obviamente ni lo hicieron, ni lo harán.
Neo-feudalismo: del Totalitarismo Invertido al fascismo
Desde estas líneas hemos alzado la voz contra el neofeudalismo actual impulsado por las élites, vía financiarización, tendente a succionar las rentas tanto de trabajadores como del capital productivo. Los beneficios puros repuntan sin control, mientras languidece la inversión productiva, aumenta el poder de mercado de determinadas corporaciones, y se dispara la desigualdad hasta niveles nauseabundos. La adicción al crédito –la deuda privada es infinitamente más peligrosa que la deuda soberana– del capitalismo actual necesita que la economía real se contraiga para ocultar su realidad intrínseca, una enorme fragilidad financiera. Y a eso juegan los bancos centrales, a activar y desinflar inflaciones de activos, mientras de vez en cuando recapitalizan de las maneras más inverosímiles al sistema bancario.
Desde un punto de vista estrictamente político, el capitalismo actual, en una profunda crisis sistémica, es intrínsecamente autoritario y peligroso. En la deriva actual, está evolucionado desde una visión cínica de la democracia, el Totalitarismo Invertido, hacia una deriva autoritaria, el clásico fascismo. Frente a ciertos análisis naïve, es hora de abrir los ojos. El capitalismo actual es perfectamente capaz de funcionar dentro de un marco totalitario; del mismo modo que en las últimas décadas desmontaba el contrato social bajo una fachada de apariencia liberal. El mercado se convirtió a mediados de los 90 en la entidad más poderosa de la política democrática occidental. Según ese nuevo catecismo, las exigencias humanas y democráticas solo podían satisfacerse en la medida en que se sometían a las fuerzas inquebrantables del “mercado”, al que debía darse el máximo margen de acción para coordinar la gran diversidad de decisiones económicas y controlar con eficacia la demanda y la oferta. Obviamente, y así lo asumieron, el mercado no podía garantizar el pleno empleo, la justicia distributiva o la protección del medio ambiente. Bajo esta nueva realidad, los tecnócratas dictaban las cosas que “funcionaban”, y los estrategas promovían las “cosas que ganaban”. Pero ninguno de ellos, sin embargo, hablaban de las personas. De aquellos barros, estos lodos.
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