Antes de nada, discúlpenme que titulase con la grosera advertencia de un asesor de Clinton, (“¡Es la economía, estúpidos!”) pero este es un momento bastante grosero y brutal.
El nombramiento de Albiol, un candidato que une la ideología de Le Pen con el franquismo ideológico, es significativo de la desenvoltura del PP en este momento: quiere decir que la batalla política que se va a desenvolver desde aquí a Noviembre está planteada como le conviene, se trata de una batalla nacionalista.
Hay quien cree que el gran conflicto político en el Reino de España está en los conflictos sociales, “de clase” decíamos antes, o en la forma del estado, caudillo, monarquía o república, pero no, se trata del nacionalismo. Es la baza que jugó siempre el entramado de poderes que controlaron el estado. “España, antes roja que rota”.
Hace años escribí en algún lugar que España toda estaba “enferma de nacionalismo”, pero no era una formulación justa, es un estado y un espacio político construido entero sobre el conflicto nacionalista. Y no es una afirmación nacionalista hacia fuera, hacia otros estados, sino hacia dentro. Aunque el nacionalismo vasco apareció estas décadas pasadas como el principal enemigo en realidad la verdadera preocupación de los jerarcas del estado siempre fue ese animal dormido que era y es el nacionalismo catalán. Cuando los generales nacionalistas, así se llamaban a sí mismos, quisieron castigar a las “provincias traidoras” lo que querían hacer con Catalunya era transformarla en “un erial”. Las grandes batallas del proyecto unitario español son en Catalunya, desde el Conde Duque de Olivares pasando por borbones y generales varios, y en ello estamos.
Este conflicto nace de la naturaleza misma de España, es inherente a la existencia de un nacionalismo que concibe un estado nacional unitario donde existen otras comunidades y otros proyectos nacionales, no es algo coyuntural ni inventado, es constitutivo. Así cuando se planteó rediseñar el estado reconociendo la existencia de nacionalidades, inmediatamente se recurrió al “café para todos”, no con ánimo de extender una descentralización que es buena en sí misma sino para ahogar a vascos y catalanes principalmente. El punto de inflexión definitivo y concretísimo fue el 23-F, quien ignore eso desconocerá lo que fue ese golpe de estado y lo que está ocurriendo ahora y todo lo que se diga al respecto ignorándolo será ruido.
Pero si este conflicto nace de la esencia misma del proyecto unitario español también es cierto que nos hallamos ante una campaña diseñada desde un núcleo central en la corte, la FAES. La decisión de Rajoy de poner a Albiol al frente de su escaramuza catalana es una consecuencia última de sus recogidas de firma animando el anticatalanismo y su recurso del “estatut” al Tribunal Constitucional. Ninguna de esas decisiones fueron errores, sino pasos de una estrategia hacia lo que ocurra en septiembre y noviembre, llegar a lo que ocurra entonces fue un designio consciente de esas personas. La polarización no era inevitable pero fue buscada y conseguida, de modo que ahora ya es inevitable.
Tan inevitable que ha roto todos los partidos catalanes. Convergència y Unió desapareció, el PSC no existe, el PP en estos momentos es marginal allí, la posible penetración de un “Podemos” que sube y baja viene y va no parece confirmarse y, unidos en el “abrazo del ahogado”, la filial de IU, Iniciativa, que buscó una desesperada línea de fuga a la polarización, también ha acabado en un callejón sin salida.
Para bien o para mal, la sociedad catalana está ante un dilema, ya no caben terceras vías de ningún tipo que nunca existieron porque quien tenía poder no lo permitió, o se opta por el poder que representa Rajoy o por el poder nuevo que prometen los independentistas.
Hace unas semanas proponía aquí considerar si Rajoy, tras las apariencias de buenos modales y mesura, era menos, tanto o más radical que Aznar. El trascurso del tiempo lo dirá pero por lo de ahora ha conducido al estado y a los catalanes a un dilema absoluto.