A menudo se dice que cuando uno escribe tiene sus obsesiones y que éstas acaban manifestándose una y otra vez. Esa es la razón que se argumenta para entender que la obra de un escritor trate, repetidamente, el mismo tipo de temas, con meras variaciones.
En el género de la opinión y de la crítica, tan ligero, tan abierto, uno también puede incurrir en esto. ¿Cuantas veces podemos hablar de la crisis, de la responsabilidad de la clase política, de la despreocupación por las libertades civiles, del retroceso en materias públicas, del avance de la pobreza sin decir siempre lo mismo? ¿Sin que quede en pura repetición, en mera letanía? En ocasiones uno busca desvíos, estrategias, alguna metáfora, qué sé yo.
Y después sale la alcaldesa y espeta “Y la pagamos”.
Hoy se me ocurre que en esta preocupación por no repetir quizás obviaba otra obsesión ajena. Y estaba ahí, tan evidente, como un letrero de neón, centelleando.
Es fácil cuando uno pone otro ejemplo de alcaldesas: el gobierno de la comunidad de Madrid lleva dos semanas fomentando una limitación al derecho a manifestación en el centro histórico de la ciudad apelando, en un principio, al estatus de Bien Cultural de la zona. El portavoz regional Salvador Victoria, propuso hace unos días exigir a los manifestantes una autorización previa y diseminar las protestas para que no ocurran todas “en el mismo punto”. Ante la evidencia de que esto atenta contra el artículo 21 de la Constitución, Ana Botella se ha sacado de la manga “modular” el derecho a manifestación para proteger la actividad comercial. “Las manifestaciones deben hacerse en lugares donde no perjudiquen la actividad económica de un sector tan importante como es el comercio”, ha dicho.
Letrero centelleante de neón, tamaño obús. “Es que nosotros sí pagamos”, podría haber dicho, para justificar la medida.
Utilizando esta argumentación, sin vergüenza alguna, el gobierno local pasa a listar los comercios más importantes de la zona. Pocas veces una primera lectura de una declaración de intenciones es tan evidente, tan burda: se propone “modular” (un eufemismo para moldear, encoger y recortar) derechos fundamentales que aseguren la supervivencia de una parte.
Y ahí volvemos, reiterativamente, una vez más:
Las mujeres deberán abortar ilegalmente porque se defienden los derechos de una minoría.
Solamente disfrutarán de una educación en condiciones unos pocos.
Las bibliotecas darán dinero o no serán.
La sanidad privada aumentará sus beneficios espectacularmente tras los recortes.
Era eso, otra vez. Los que debían proteger lo público, una vez más, defendiendo lo privado. El diálogo, destilado de esa obsesión, siempre tan evidente:
-Tenéis todos casa, ¿verdad?
-Y la pagamos.
Sí, señora. Ahí tenía razón. La pagamos. Su obsesión y la nuestra, hecha una, en ese diálogo. La pagamos. Todos. Una vez más, volvemos siempre a lo mismo: todos, todos, todos. Aquí estamos los ciudadanos para recordárselo.