Coños, rosas y poemas: ellas resisten
En 1997, la poeta y pensadora literaria Noni Benegas, ciudadana del cosmos que nació en Argentina y se afincó en Madrid, coordinó en la editorial Hiperión, en colaboración con el editor Jesús Munárriz, una ya mítica, considerada revolucionaria, antología de cuarenta y una mujeres poetas titulada Ellas tienen la palabra. Dos décadas de poesía española. Escribió para ella un estudio preliminar que (más allá del lúcido y generoso análisis de la obra de todas, hecho desde un profundo conocimiento de la poesía y desde una estimulante pasión por el género) mantiene hoy la relevancia política que sin duda hubo de impulsar el proyecto. El aliento personal de Noni Benegas, que hizo entonces, desde su ámbito de saber, cabal justicia a la voz relegada, cuando no silenciada, de las mujeres, es un precedente ineludible del huracán que hoy arrasa con tal injusticia a su paso por todos los ámbitos de una cultura construida desde la anulación de uno de sus principales sujetos.
Veintidós años después, la vigencia de su tarea de recuperación de la memoria usurpada ha encontrado continuidad en el libro Ellas resisten, una selección de textos sobre mujeres poetas y artistas que la autora ha escrito a lo largo de las últimas dos décadas, incluido aquel estudio preliminar a la antología, y ha sido publicado por Huerga y Fierro Editores en este convulso año 2019, tan necesitado de palabras que expliquen, restituyan y den oxígeno. Palabras para seguir resistiendo en estos tiempos en los que, parafraseando a Gertrude Stein, un coño no es un coño no es un coño, ni una rosa es una rosa es una rosa, aunque sean trece.
Todas las mujeres somos resistentes. Secuela del feminismo, que ha logrado el despertar de la conciencia colectiva, vino a proclamarlo el movimiento #MeToo, proyecto impulsado por mujeres del cine estadounidense para desenmascarar unos abusos sexuales que son reflejo de la violencia machista, sistémica, contra las mujeres. También el hashtag #Cuéntalo, impulsado en España y Lationoamérica por las periodistas Virginia P. Alonso y Cristina Fallarás, a través del cual cientos de miles de mujeres contaron en Twitter las agresiones sexuales que sufrían o habían sufrido, y que Fallarás ha materializado en el libro Ahora contamos nosotras, una memoria colectiva de la violencia que acaba de publicar la editorial Anagrama. Benegas, por su parte, que hizo en el 97 la foto de las poetas “que fueron borradas del retrato de familia oficial que privilegió una genealogía exclusivamente masculina” y, tal como expresó la poeta Concha García, le tocó por ello “la peor parte: la de justificar, a finales del milenio, la necesidad de una antología exclusivamente femenina”, escribe en el prólogo a su Ellas resisten que “antes o ahora, ser mujer y artista ha significado ofrecer resistencia a todas las fuerzas sociales, que luchan en contra de que esto sea posible”.
Antes y ahora, las mujeres han de justificar la tarea de recuperación de su memoria colectiva, dado que la cultura, como hilo conductor de la historia, ha estado sometida a cánones patriarcales de los que sus nombres –y, por tanto, su obra, su pensamiento: su propia existencia– estaban excluidos. La genial poeta Julia Uceda, que recibió en 2003 el Premio Nacional de Poesía (gracias también al empeño, entre otros, de Noni Benegas por la recuperación y el reconocimiento de una obra que no fue considerada en su día como la de sus coetáneos, los celebrados poetas de la generación del 50: Antonio Gamoneda, José Ángel Valente, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Hierro, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Félix Grande… y una larga nómina más en el deslumbrante retrato oficial donde ella no aparecía, como tampoco aparecía María Victoria Atencia, ni Francisca Aguirre, ni Gloria Fuertes, ni Concha Zardoya, ni Angelina Gatell, ni María Beneyto, ni Aurora de Albornoz, ni…), responde en una extensa y exquisita entrevista que tuvo lugar entre ambas en 2003, publicada entonces en la revista Quimera y hoy incluida en este libro: “Alguien dijo que yo era una pensadora. Eso me dejó perpleja porque el pensador oficial, entonces, era Ortega y Gasset. Pero, al menos, alguien se dio cuenta de que yo pensaba. Era mucho, en aquellos tiempos, para una mujer. Y por desgracia también en el presente”.
Benegas se pregunta en Ellas resisten cómo la poeta Concha Lagos, las escritoras Concha Méndez, Rosa Chacel, Ángela Figuera o María Zambrano, las pintoras Maruja Mallo o Remedios Varo, quienes solo pudieron ser ciudadanas en el exilio o en la más tenaz resistencia durante la posguerra española y el franquismo (“súbditas de un régimen que, a partir de 1939, convirtió a las mujeres en menores, en tuteladas de familias o de maridos”, tal y como escribió la crítica literaria Nora Catelli en el artículo Políticas de una identidad de escritora, publicado en La Vanguardia en 2000 con motivo de la muerte de Carmen Martín Gaite), pudieron “recuperarse y sobrevivir sin perder el norte, sin dejar de vivir y seguir aprendiendo de lo vivido y con voluntad suficiente para consignar esa sabiduría en papel”.
Idéntica voluntad a la de todas y cada una de las mujeres que hasta ahora han sido y son. Las resistentes. Las silenciadas, aunque en la literatura están, como recuerda Uceda, desde el 2.300 a.C., y están las juglaresas y las trovadoras y las místicas. Y están, cuenta, las albañiles, representadas en los frescos de la techumbre de la catedral de Teruel. Y están, como ella, las estudiantes de una Universidad “en la que, como mujer, incluso con el doctorado, no podía aspirar a grandes posiciones (según me dijeron)”. Así se escribió la historia: según decían ellos.
Junto a esa tradición que nos trae Noni Benegas para que puedan ser leídos –en sus poemas, en sus palabras– los renglones borrados de una cultura que aún escribe la historia del presente –los coños y las rosas–, vienen también poetas contemporáneas que atestiguan con su obra las vidas de las mujeres. Mujeres cuidadoras de padres con Alzheimer, como Juana Castro, que señala el prejuicio de la sociedad con la vejez. Mujeres que han de matar al padre falangista, como María Mercedes Carranza. Mujeres como la argentina Mirta Rosenberg, en cuyos versos “hay intuiciones fulminantes sobre la condición femenina que valen por docenas de tratados de género”. Mujeres desdobladas entre el ama de casa y la poeta, como Ángeles Mora. Mujeres con finiquito en la mano, como María Ángeles Maeso. Mujeres supervivientes del infierno familiar de los abusos infantiles, como Rosa Lentini. Mujeres que entienden a sus antepasadas al verse obligadas a volver de la vida pública a la privada, como Gabriela Sotomayor. Mujeres que revisan los mitos para rescatar su linaje, como Aurora Luque. Mujeres en la intemperie de las sin papeles y en el zapato anegado en una playa de Tarifa, como Berta Piñán. Mujeres que restituyen la cordura de la madre, enloquecida por el control social que le impuso la sociedad burguesa del franquismo, como Rosana Acquaroni. Mujeres orantes en la catedral del consumo que es el hipermercado, como María Eloy–García. Y las mujeres del surrealismo (excluidas, resistentes). Y las mujeres lesbianas (excluidas, resistentes). Y Gertrud Stein (ahora sí). Y Anne Sexton (excluida, suicida). Todas somos en ellas.
En estos tiempos en que se quiere seguir escribiendo la historia de las mujeres a golpe de sentencia represiva, de vómito fascista, de machista negacionismo del relato común que hemos empezado a contar, un trabajo como el llevado a cabo por la poeta y pensadora Noni Benegas, que recupera la memoria creadora de las mujeres y pone el foco en su resistencia, viene a dotarnos de palabras que elevan, por encima del vulgar ruido del sistema y del silencio cómplice, la fuerza y la belleza de nuestra voz.