Quizá la teoría más famosa del mundo esgrime que todas las personas estamos conectadas por una media de seis personas. En 1960, Stanley Milgram entregó a cien personas de Nebraska una carta dirigida a un hombre que vivía en Boston. Milgram pidió a esos cien elegidos que enviasen la carta a la persona con más posibilidades de conocer a dicho hombre de negocios de Boston. Y así constató que, de media, hacían falta seis destinatarios para que la carta llegase al receptor en cuestión. Hubiese sido muy interesante observar las conclusiones del estudio de Stanley Milgram de haberlo realizado en una diputación española cualquiera, por ejemplo la de Ourense, donde llegó a haber exactamente un grado de separación entre un trabajo y un contacto, y un grado de separación entre un apellido y una plaza. Me imagino a Milgram enloquecido, rompiendo todos los papeles.
Se está hablando mucho de meritocracia estas últimas semanas. La meritocracia, y especialmente la ausencia de ella, están íntimamente ligadas con un comportamiento arraigadísimo en nuestra cultura laboral: el de la contactocracia. Según un un estudio de Lee Hecht Harrison, división del Grupo Adecco, tres de cada cuatro ofertas de empleo en España, el 75% del total, se encuentran dentro del “mercado oculto”. Es decir, las empresas prefieren optar por sus propias fuentes de reclutamiento, intermediarios o referencias de personas de confianza. Traducido en el lenguaje mundano: las empresas optan, a menudo, por tirar de contactos.
Una gran parte de nuestras vidas consiste en la creación de redes. Cuando haces prácticas en una empresa como becario, por ejemplo, lanzas un pequeño anzuelo. Antes de irte del trabajo echas una red de arrastre entre los compañeros que dejas. Cuando cursas un master lanzas un cerco. O cuando estudias un MBA ya has comenzado la extracción de recursos sin red siquiera. Porque claro, hay redes y redes, y contactos y contactos. Si un amigo me pide que pase su currículum, como mucho podré hacer eso: dejar su currículum en el departamento de recursos humanos, como quien deja una moneda en el fondo de la Fontana Di Trevi tras pedir un deseo. Sin embargo, si a tu clase del colegio iba cualquier persona inscrita en el arco narrativo de las grandes iniciales empresariales –véase CEO, CIO, CFO, VP– y le pasas tu currículum, las probabilidades de que este sea leído, valorado o aceptado ascienden exponencialmente.
En inglés, porque cualquier asunto laboral tiene su equivalente rimbombante en inglés, se denomina networking a esa red de contactos. Si buscas en Google “networking”, te aparecerán cientos de manuales sobre cómo sacar partido de LinkedIn y lograr una red de contactos próspera y abundante. Pero estos manuales se suelen olvidar de que personas con grandes redes no son las que coleccionan tarjetas de presentación en sus carteras o en el muro de una red social, sino las que obtienen ventajas profesionales de sus contactos estrechos con el poder.
En el ámbito laboral la familia es familia, el amigo estrecho es familia, la persona a la que le debes un favor es familia o ese nuevo miembro de las juventudes de tu partido es la familia. La familiaridad, enchufismo, nepotismo o contactismo, están en todas partes, a la izquierda o la derecha; son conductas institucionalizadas en todas las áreas del mundo empresarial, por supuesto también en el político. Así que en el juego de “piedra, papel, tijera, currículum o contactos”: la piedra siempre gana a la tijera, el papel siempre gana a la piedra, la tijera siempre gana al papel, y los contactos casi siempre aplastan al currículum. ¿Y a quién gana el currículum? Pues a veces gana a los contactos. Supongo que ahí es donde entra en juego eso de la verdadera meritocracia.