A raíz del caso de La Manada, en nuestro país se generó un intenso debate político y jurídico en torno a la definición penal de violación. Siendo necesario que nuestro ordenamiento deje lo más claro posible qué se entiende por una agresión sexual, dejando el mínimo margen para que una interpretación del tribunal de turno pueda rebajar el tipo y por tanto su sanción, creo que es todavía más urgente que revisemos toda una cultura que sigue impregnando el ámbito jurídico y que por tanto actúa como un lastre para la efectiva garantía de los derechos de las mujeres.
La miniserie 'Creedme', estrenada hace unas semanas en la plataforma Netflix, es un magnífico ejemplo de cómo esa que podríamos denominar, tal y como desde hace décadas lo hace la teoría feminista, cultura de la violación, lastra la protección de las mujeres y las sitúa con demasiada frecuencia en una terrible indefensión. De esta manera, derechos que nuestro ordenamiento considera fundamentales – desde el que todas y todos tenemos a la tutela judicial efectiva (art. 24 CE), pasando por la integridad física y moral (art. 15 CE), hasta llegar la dignidad (art. 10.1 CE) que justamente resulta de la efectiva garantía de nuestras libertades – son cuestionados y, por lo tanto, colocan a la mujeres en una especie de ciudadanía devaluada que se hace evidente cuando sufren alguna de las violencias machistas en las que se sustenta el patriarcado.
La serie está basada en el artículo de investigación 'An Unbelievable Story of A Rape', que recibió en 2016 un premio Pulitzer, y en el que se reconstruía el caso real de Marie Adler, una joven de 18 años que tras ser violada sufre un desamparo absoluto frente a un sistema que es incapaz de garantizar sus derechos. Los ocho capítulos, con un guion impecable y unas interpretaciones de premio, nos muestran con toda su crudeza la múltiple victimización de las mujeres que sufren una violación, desde el momento en el que el propio sistema las somete a procesos que inciden en la anulación de su dignidad. En este sentido, es muy significativa la sentencia con que una terapeuta se refiere a lo sufrido por Marie: “a ti te han violado dos veces”. Porque, efectivamente, a Marie no solo la violó el hombre que la agredió sino también los sujetos que debían protegerla, garantizar su seguridad y hacer justicia, ya que, en lugar de activar todos los mecanismos de amparo, la llevaron a un callejón sin salida en el que ella misma se vio obligada a huir de la verdad.
'Unbelievable', que es el título original de la serie, no solo nos ofrece rotundas pinceladas de cómo la masculinidad hegemónica concibe la sexualidad de las mujeres, sino también de cómo las estructuras de poder dominadas todavía por nosotros prorrogan pactos, con frecuencia de silencios, mediante los cuales las mantenemos a ellas en los márgenes. Estos pactos de poder se apoyan, como bien nos muestra esta producción televisiva, en la negación de credibilidad a la voz de las mujeres. Esta ha sido y es uno de los fundamentos del patriarcado: el silencio de ellas, el no reconocimiento de sus palabras, el cuestionamiento de sus palabras.
Esta norma estructural sigue sustentando buena parte de las dificultades que las mujeres continúan teniendo frente a un modelo judicial, tanto desde el punto de vista sustantivo, pero sobre todo procesal, en el que sigue pesando una cultura en la que ellas valen mucho menos. Ahí están, insisto, las evidencias de los distintos tipos de violencias machistas que ellas soportan – desde el acoso sexual a las violaciones, pasando por la que nuestra ley denomina violencia de género -, que siguen amparándose en las dificultades que las víctimas tienen para ser escuchadas, creídas y reconocidas. Las mujeres, por tanto, siguen arrastrando un estatus devaluado de ciudadanía.
El protagonismo de las dos mujeres policías, interpretadas por unas sobresalientes Toni Collette y Merrit Wever, que deciden sumar fuerzas y compromiso para resolver los casos de violación que sus colegas varones no se han tomado en serio, no solo nos muestra unos roles femeninos que se separan de los que tradicionalmente hemos visto en la pantalla, sino que también nos da una de las claves desde la que tendríamos que plantearnos la revolución pendiente. La conexión no solo profesional sino también personal que se establece entre ellas es un claro ejemplo de cómo la sororidad puede suponer una transformación política. De cómo esa suma de energías, aún provenientes de mujeres tan distintas, puede ser una buena palanca para hacer saltar por los aires las costuras de un sistema infectado de testosterona. Por todo ello, no estaría mal que esta serie se viera y se analizara en las Facultades de Derecho, en los Colegios de Abogados y Abogadas, o en la misma Escuela Judicial. Porque solo así empezaríamos a dar pasos que, junto a las necesarias reformas legales, harían posible la superación de una cultura que multiplica la victimización de las mujeres y las convierte en ciudadanas de segunda.