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La crisis del capitalismo democrático

Pancarta de protesta anticapitalista.
17 de mayo de 2023 22:49 h

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Martin Wolf (Londres, 1946) es posiblemente, con su columna en el Financial Times, el analista de política económica más influyente en la actualidad. En su recién publicado libro 'The crisis of democratic capitalism', aún no traducido al español, advierte también de la posibilidad real de una crisis difícil de resolver.

La evolución de Wolf, al igual que la de su periódico, ha ido desde un liberalismo clásico a pedir un papel más intervencionista del Estado como consecuencia de la crisis financiera global del 2007-2013, el acceso de Trump a la presidencia de Estados Unidos, el Brexit, la victoria de Johnson en 2019, el COVID y la invasión rusa de Ucrania. 

Como él mismo reconoce: “Mis opiniones han cambiado, los que no cambian es que no piensan, pero mis valores no han cambiado”. Esos valores, heredados de sus padres judíos centroeuropeos refugiados en Inglaterra en los años 30 del siglo pasado, son los de la democracia. La trágica historia del resto de su familia le hace ser pesimista, hasta el punto de preguntarse si Estados Unidos seguirá siendo, tras las elecciones del próximo año, una democracia funcional.

Su principal preocupación es que el matrimonio de conveniencia entre democracia y capitalismo, que ha producido las sociedades más exitosas en la historia de la humanidad, pueda entrar en crisis si el capitalismo continúa debilitando la democracia. El punto álgido de ese proceso se dio el 6 de enero de 2021 cuando los seguidores de Trump intentaron violentamente anular el resultado de las elecciones presidenciales; pero el origen está en las políticas económicas seguidas tras la última crisis financiera, que no solo fueron técnicamente erróneas, sino también consecuencia del crecimiento de un capitalismo “rentista” que ha favorecido el incremento de la desigualdad, porque la mayor parte de los beneficios -“rentas”- generados por el sistema  han ido a parar a unos pocos, que han usado la riqueza resultante para comprar la influencia política necesaria para defenderla. El ejemplo más claro lo tenemos en Estados Unidos con el poder de los lobbies y la ausencia de limitaciones a la financiación de las campañas políticas. 

La democracia basada en el sufragio universal solo tiene un siglo; el capitalismo es mucho más antiguo, pero no en su moderna variante basada en las sociedades anónimas, que elimina el riesgo personal de los propietarios, aumenta el poder de los gestores e incrementa la desigualdad. La consecuencia es que el capitalismo de mercado ha perdido su capacidad para conseguir que el aumento de riqueza suponga un incremento de la  prosperidad general. 

Algunos sectores como el financiero han conseguido un poder político y económico  desproporcionado, con lo que se rompe la idea más radical del capitalismo democrático que es la separación del poder político del poder económico. El primero lo ejercen los representantes del pueblo en nombre de este, mientras que el segundo pertenece a los propietarios y a sus gestores. Ambos entran en competencia que se complementa con cooperación, todo ello dentro de un marco social y legal estable que no es coincidente al cien por cien. El capitalismo es por definición cosmopolita, mientras que la democracia funciona en un marco geográfico delimitado. 

Con la apropiación progresiva por parte de unos pocos, de la riqueza generada, se produce un empeoramiento   económico progresivo de las clases medias -que van camino de desaparecer- y trabajadoras, que ha generado la mayor desigualdad de los últimos 50 años, con lo que se erosiona la confianza en las élites y se refuerzan los populismos de izquierda y derecha y las llamadas democracias “iliberales” como las de Orban, Erdogan o Putin. Surgen también sistemas inimaginables hace solo unas décadas, como el “capitalismo comunista” en China. El fin del sistema binario -un partido de centro derecha apoyado por las clases medias y los trabajadores autónomos y uno de centro izquierda apoyado por los sindicatos y la elite intelectual- y la “descentralización” de los medios de comunicación han abierto el camino a todo tipo de populismos.

También llama Wolf a atención sobre la necesidad de controlar la necesaria inmigración: “Los países que no logran controlar política y socialmente la inmigración corren un serio riesgo”.

Para enderezar el rumbo y mantener la democracia, que es el eslabón débil del capitalismo democrático, son necesarias decisiones valientes. Las recomendaciones de Wolf evidencian su cambio ideológico. Cree que hay que reforzar a los sindicatos y subir los impuestos a los que disponen de mayores recursos. Hay que considerar, en concreto, impuestos de sucesiones y al patrimonio. El objetivo es conseguir que los estados puedan ofrecer a sus ciudadanos seguridad, oportunidades, trabajo, prosperidad y dignidad, y terminar con los privilegios de unos pocos y con la corrupción.

Debe incrementarse la regulación del sector financiero, para reforzarlo, con mayores exigencias de capital propio y la disminución de sus abultados  beneficios que ahora se reparten gestores y accionistas.

Para que la democracia se refuerce es imprescindible que disminuya el poder del capital. 

Y finalmente necesitamos medios de comunicación que apoyen activamente la democracia y no el populismo.

El lenguaje de Wolf es sencillo y preciso, algo solo al alcance de los que dominan los asuntos sobre los que escriben. En cada uno de los capítulos inserta un resumen y unos cuadros que facilitan la asimilación de la información. No es un libro sobre la economía actual, o no solo, sino sobre la política y cómo influye en las sociedades actuales. Un trabajo extraordinario que los dirigentes  de nuestras sociedades deben leer.

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