Una prima mía se hizo médica por culpa de George Clooney. Descubrió su vocación a golpe de epifanía, cuando vio al pibonazo de Kentucky en bata remangada. “¡Quiero dedicarme a eso!”, se dijo. Cinco años en la Universidad del País Vasco, otros cinco de oposiciones, cuatro de residencia, examen en un polideportivo y, en la actualidad, plaza fija en la sanidad pública vasca. Hoy es el día en que muchas noches, en plena guardia, se caga en voz alta en George Clooney para desconcierto de los interinos.
El fenómeno no es exclusivo de mi prima, y es posible que la OMS incluso lo tenga catalogado con algún nombre en latín. Yo lo llamo “fliparse fuerte con una serie”. Hay series que, consumidas en momentos de zozobra, pueden destrozarle la vida a uno. Es el caso de los miles de periodistas en paro que siguen odiando calladamente a José Coronado y a Amparo Larrañaga.
Si la gente no suele confesar esto es sin duda por miedo al ridículo. A nadie le gusta saberse víctima ingenua de una fantasía. Pero una cosa es destrozarse la vida por culpa de una serie y otra, más grave y denunciable, es destrozar un país entero.
Iván Redondo es un flipado de las series. Eso dicen los periodistas que, con dedicación pasillera, han trazado perfiles del consultor político, actual dueño de nuestros destinos, capitán de nuestras almas. Su serie favorita, obviamente, es El Ala Oeste de la Casa Blanca. Y, dado que Redondo es del 81 y la serie de Sorkin se emitió entre el 99 y el 2006, parece claro que su visión golpeó al consultor en plena formación del carácter.
No es difícil imaginarse a un Redondo posadolescente, en su Donostia natal, contemplando en una tele de tubo al presidente Bartlet y a sus consejeros enzarzados en una de sus batallas dialécticas de irritante brillantez. Flipándolo. Flipándolo tan fuerte que todo lo demás (aita, ama, la cuadrilla, el grupo pop con el que ensaya los viernes) parecen de pronto cuestiones provincianas, irrelevantes, ridículas.
Redondo ante el espejo, Donostia, año 2000:
“Creo que la ambición es buena. Creo que extralimitarse es bueno”. Temporada 3, episodio 12.
En otras palabras: si la izquierda española anda estos días anímicamente hundida es por culpa de Aaron Sorkin. Redondo, como mi prima la médica, es solo una víctima de la ficción. A los dos les pasó como a tantos otros que, encandilados por la narrativa, en vez de hacerse narradores, se hicieron personajes.
Viéndolo en retrospectiva, es una lástima que aquel joven Redondo no se enganchara a la serie A dos metros bajo tierra. Ahora tendríamos el funerario más entregado del mundo. Es posible incluso que matase a unos cuantos solo para llenar los ataúdes.