La cultura de la violación y la locura
¿Qué es la cultura de la violación?
La nuestra. Una cultura donde la violación, a pesar de ser un problema social, está apoyada por la normalización y la aceptación de la misma sociedad donde se produce. Muchos de los que puedan llegar a leer estas líneas pensarán que ellos no la tienen normalizada, que no forman parte de la sociedad en este sentido y, si les preguntas, negarán rotundamente con la cabeza. NO, no aceptan bajo ningún concepto la violación.
El problema parte de que el concepto que tenemos en la sociedad se reduce a ese acto que provoca un extraño, un “loco” solitario, que actúa en portales aprovechando la oscuridad y la soledad de la víctima. Un loco que ninguno tenemos en nuestro círculo de amigos porque esos “locos” no pueden tener amigos. Son personas inadaptadas socialmente, uno de ésos que con 50 años sigue viviendo en casa de su madre y que cuando no están violando están haciendo otras cosas deleznables. Nadie normalizaría a alguien así ni cualquier acto que se parezca al descrito.
Pero si la violación está aceptada es porque éste el único tipo de violación que parece existir, cuando ni siquiera es el más común: la mayoría de violaciones las cometen hombres del entorno de la víctima, siendo en muchas ocasiones su propia pareja.
¿Qué se deriva de esta creencia tan extendida? Pues que cualquier señal que haya dado la víctima de conocer a su agresor o cualquier prueba que haya de que se la vio caminando junto a él o hablando con él con normalidad (no hablemos ya de si se la vio besándolo) es motivo de culpabilización de todo lo que le pudo pasar después. Porque a los violadores uno los identifica fácilmente, lo llevan en la mirada, en la forma de comportarse, no dejan lugar a dudas, claro.
El usuario de Twitter se pregunta que en qué siglo vive el tertuliano, y la respuesta es, sin duda, que en el siglo XXI, en el año 2016 y en España. Y no es ninguna rara avis, este tertuliano no se diferencia tanto del resto de la sociedad como a muchas nos gustaría creer.
Y no, todo lo anterior, nada tiene que ver con la maldad o la bondad. Ni con la intención clara de defender a un violador. El problema es la nula conciencia de qué es una violación. Eso y el machismo, por supuesto. Una chica puede divertirse con cinco desconocidos en una fiesta, encontrar puntos de conexión con ellos, reírse, beber con ellos, incluso irse de la fiesta con ellos. Puede pasear, puede flirtear, y también puede querer tener sexo con ellos. No digo que éste fuera el caso, porque no lo sabemos, pero podría darse un escenario así. Una chica puede irse con cinco y con diez, si quiere. No por eso es una “ingenua”. Ingenua sería si se metiera en una jaula con diez leones hambrientos pensando que va a salir de allí con vida, pero ninguna chica es ingenua por querer divertirse con un grupo de hombres.
Pero sigamos. La chica pasa la noche con esos cinco chicos, beben, se ríe, hablan, pasean por la ciudad y deciden acostarse juntos. Incluso llegan a hacerlo. Hasta ahí ni hay violación, ni ella es tonta. Pero si hay un momento en que la chica se tensa, se siente agredida, y deja de disfrutar con la relación; si se queja e intenta zafarse o parar de alguna manera la relación pero no se la tiene en cuenta y ellos continúan, no hay justificación posible: la están violando. Y son culpables los cinco, los que la siguen agrediendo y los que quedan mirando o grabando con el móvil.
Los anglófonos tienen un término para lo que hizo Antonio R. Naranjo en televisión, (quien ya se disculpó en su Facebook, pero con un paternalismo que deja claro que no entendió por qué su intervención fue machista y dañina) lo llaman “victim blaming”: culpar a la víctima. Todas las preguntas que se alineen en el “¿y por qué ella se fue con ellos?”, “¿por qué iba sola de noche?”, “¿dónde iba?”, “¿conocía al chico?”, “pero, ¿no estaban saliendo juntos?”, etc. llevan implícita esa culpa.
Por supuesto, todo el que lo pregunte no aceptará que con esas preguntas esté siendo machista o que esté culpando a la víctima, pero lo está haciendo. Porque cuando alguien pregunta “¿por qué se fue con ellos?”, ninguna respuesta que se pueda dar explica de ninguna forma la violación posterior. Es una pregunta sin salida que sólo puede incentivar a la culpabilización de la víctima, máxime si va acompañada del posterior “la intención que tengo es que no haya otras mujeres que comentan el error ingenuo de irse con cualquiera”.
Cuando decimos que la víctima de una violación ha cometido un error, la estamos culpando. Si aceptamos que ella cometió un error, estamos dando por hecho, de alguna forma, que ella dio pie con esa equivocación. Intentar divertirse en una fiesta con un grupo de chicos no es dar pie a acabar siendo violada. Ella no fue ingenua, y tampoco cometió ningún error, ella hizo uso de su libertad para pasar la noche como le vino en gana y cinco hombres la violaron.
No hay más análisis ni más preguntas al respecto que aclaren más el porqué de dicha violación. Ni necesitamos tampoco la concienciación por parte de un hombre de en qué “errores” no debemos caer las demás mujeres que estemos viendo la televisión en ese momento porque, en una violación, la víctima no comete errores.
Siendo hombre, lo que debes hacer, más que aconsejar a mujeres, es centrarte en señalar a otros hombres que pueden estar viéndote en qué se equivocan, por ejemplo, al estar con una chica: cuando se repiten una y otra vez que “si una mujer dice no, quiere decir sí”; o señalarles dónde fallan cuando están tan seguros de que las mujeres no sabemos lo que queremos, y que tienen que seguir insistiendo para demostrarnos que, en realidad, lo que va a pasarnos, nos gustará.
A nadie se le ocurriría en una tertulia sugerir qué errores pudo cometer una víctima de ETA, pero sí parece buena idea plantear en qué se equivocó una mujer que fue violada. Y si esto pasa es porque vivimos en una sociedad donde la cultura de la violación campa a sus anchas sin que lo percibamos.
Pero el problema de ver a los violadores (y aquí también podemos meter a los feminicidas que matan a sus parejas, maltratadores, etc) como “locos” o como “enfermos”, es que no sólo normaliza la violencia contra las mujeres y fomenta la cultura de la violación (ya que desconectamos el verdadero nexo con quienes suelen cometer estos actos machistas: los cuerdos y machistas), sino que provocamos un daño colateral en las personas con enfermedades mentales reales.
Creamos un nexo equivocado (y peligroso) entre violencia/peligrosidad y estar “loco” o “loca”, entendido como persona que tiene un trastorno mental. Esta idea se alimenta cuando los medios informan poco y mal sobre los problemas relacionados con la salud mental (en un alto porcentaje, son noticias sensacionalistas asociadas al tema de la mencionada violencia/peligrosidad). Pero los estudios concluyen que las personas con algún trastorno mental son más víctimas que agresoras: hasta un 34% de estas personas han sido objeto de violencia o maltrato durante su vida.
Es curioso como las que tenemos fama de “locas” somos nosotras pero luego no vamos violando o matando hombres hasta conseguir que la OMS catalogue la violencia contra los hombres de proporciones pandémicas, como sucede con la violencia sobre las mujeres.
Hasta este punto es importante llamar a las cosas por su nombre. Por eso el feminismo no se cansa de repetir que “no son locos, son hijos sanos del patriarcado”. Y tenemos que seguir insistiendo con esta frase y todo lo que ella conlleva, porque explica a la perfección cómo, hasta ahora, estamos apuntando en la dirección equivocada.