Qué más da si yo tengo seguro privado
Roberto tiene un trabajo estable, con un sueldo decente, que le permite pagar un seguro privado de salud; cada mes, 36,21 euros. Es un seguro bastante completo, opina. Tiene acceso a rehabilitación, fisioterapia, hospitalización psiquiátrica o preparación al parto (aunque esto no lo va a necesitar, jeje). En los últimos meses ha usado su seguro privado varias veces: aquel dolor de garganta que resultó ser una faringitis y por el que le recetaron antibióticos, un problema dental, una quemadura en la pierna y molestias estomacales. No ha necesitado pedir cita en el centro de salud desde ni se sabe. El seguro le cubre esas cosas y más rápido. Además, en el barrio residencial en el que vive, a las afueras, abrieron un hospital privado hace unos años. Es una zona de nuevas construcciones, con muchas familias jóvenes residentes, y a la que no ha llegado la infraestructura pública. Roberto no entiende por qué la gente se manifiesta por la sanidad pública si, en realidad, con un seguro privado como el suyo estás bastante cubierto. ¿Qué problema hay con la sanidad privada exactamente? El problema es que está todo muy politizado, piensa.
Roberto es una persona ficticia creada para esta columna, pero lo cierto es que España está plagada de Robertos, personas con un seguro privado low cost que les ha generado la ilusión de que lo público no es necesario y que, por tanto, cualquier reivindicación en su favor es una simple y maquiavélica trama orquestada desde la izquierda. En el otro extremo de los robertos están los pacientes que ya no pueden soportar semanas o meses de espera para hacerse una colonoscopia o cualquier prueba con un especialista, y terminan pagando de su bolsillo una póliza privada. Aquí hay una base de clientes completamente nueva: ciudadanos definidos por la desesperación, no por la convicción, que realizan un esfuerzo económico importante para poder entrar en una consulta sin que su dolencia o malestar se vuelva crónica.
Se viene párrafo de datos. En torno a una cuarta parte de los españoles paga un seguro privado. En Madrid, Cataluña y Baleares, al menos un 30% de sus habitantes cuenta con una póliza, según Unespa. Entre 2011 y 2021, las personas con seguro privado han pasado de 8,5 a 11,5 millones. También según la Unión Española de Entidades Aseguradoras y Reaseguradoras, el año pasado las aseguradoras de salud facturaron 10.543 millones de euros, lo que supuso un aumento del 7%.
Este incremento encaja en un patrón que se repite: se merma el sector público y lo privado se convierte, ya no en algo complementario y accesorio, ya no en un “por si acaso”, sino en su reemplazo ad hoc. Los propios profesionales de la sanidad privada llevan tiempo denunciando el perjuicio que les supone también a ellos el deterioro de la sanidad pública. Con muchos ciudadanos dirigiéndose a la privada, con seguros express por 20-30 euros a mes, el sector también está aumentando sus listas de espera y perdiendo el acceso rápido a las consultas con especialistas. Por supuesto, además, este es un camino de doble vuelta: el de algunos pacientes que se imaginaron que la frase “máxima cobertura” en su seguro significaba exactamente eso. Para estos ingenuos, los beneficios de la sanidad privada se convierten en un espejismo cuando vuelven a un hospital público a recibir asistencia sin copagos.
Hace unas semanas un usuario de Twitter compartía un hilo con varios vídeos de personas llegando a un SUAP de la Comunidad de Madrid. Todos aparcaban el coche, se bajaban, se dirigían andando a la puerta del centro, leían lo que parecía un cartel advirtiendo de que en el SUAP no había médico, dudaban sobre qué hacer entonces, gesticulaban, daban media vuelta y se iban por donde habían venido. No imagino mayor fracaso político y social que esa escena.
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