Dar España por perdida
El mundo era mucho más sencillo antes de las filtraciones masivas. En el pasado, uno podía sospechar que tal político o tal empresario no eran del todo honrados, pero carecía de pruebas concluyentes. Eran solo suspicacias propias de la clase trabajadora, siempre tan desconfiada con la gente que viste trajes a medida. Ahora, gracias a las filtraciones, sabemos que los malpensados tenían razón. Que (al menos) nuestro país ha sido dirigido por una tropa de canallas y sigue siéndolo a día de hoy.
No son solo las Cortes Generales; es la monarquía, los medios de comunicación y las instituciones financieras. Desde que somos pobres, nos han brotado los mangantes en todos los rincones del poder. La misma turba insigne que se ha pasado treinta años diciéndonos que la Transición se hizo lo mejor que se pudo, ha hackeado la democracia de todas las maneras posibles: en Andorra, en Suiza y en el Pacífico, con facturas de ficción, con enchufes, tres porcientos y testaferros.
Esta certeza de vivir en un país dirigido por granujas ha dado lugar al movimiento indignado, ruidoso y telegénico, pero también al movimiento resignado. Los indignados somos muchos; los resignados, más. Si el eslogan de los indignados es “no nos representan”, el de los resignados es “tú también trincarías si pudieses”.
Este colectivo anímicamente derrotado medra silencioso en las calles, hasta que, cuando uno menos lo espera, se manifiesta con un: “España no tiene arreglo”. Y a ver cómo contrarrestas tú semejante certidumbre (tan asentada, por otra parte, en la historia de nuestro país).
Quien mejor ha expresado la frustración que genera este fenómeno es Cristina Pedroche, intelectual en funciones hasta que encontremos a alguien mejor, cuando dijo aquello de: “No puedo callarme y decir ‘que cada uno vote a quien quiera, eso es libertad’. Que sí, de puta madre, entonces que la gente que vota al PP, que se ha demostrado que hay muchísimas personas que aunque les roban les siguen votando, oye, olé por ellos, pero a mí no me caen bien”.
Según el último barómetro del CIS, hecho público ayer mismo, tres de cada cuatro ciudadanos consideran que los políticos acceden al poder única y exclusivamente por intereses personales. Muchos de esos ciudadanos no votarán en junio o votarán a Los De Siempre solo porque están convencidos de que los españoles, por algún motivo, no valemos para honrados.
Quizá la indignación y los partidos que ha generado nunca consigan tanto poder como la tropa del 78. Quizá ni siquiera haga falta. Basta con que trascienda la idea de que, a lo mejor, España tiene remedio. Aunque sea mentira. A eso algunos lo llaman placebo y otros utopía. Pero, se llame como se llame, siempre será mejor que dar España por perdida.