El debate de Matutes no existe
El empresario Abel Matutes Prats, hijo del político y empresario ibicenco Abel Matutes, lanzó un desafío a los ecologistas el pasado 26 de agosto. Literalmente espetó: “Reto a cualquier ecologista a debatir el daño de un campo de golf al medio ambiente.” El daño de un campo de golf al medio ambiente en una pequeña isla como Ibiza es incuestionable. Posiblemente el empresario se refiriera al hecho de que ese impacto no es, en su opinión, un obstáculo suficiente para descartar grandes proyectos turísticos como los que él mismo explicó poco después en la misma edición del espacio de entrevistas “Unas hierbas con…” dirigido por Montse Monsalve. Dada la visibilidad del convocante del debate y la magnitud del problema, no he podido esperar a la reacción de los ecologistas desafiados y he querido escribir unas notas para aclarar las declaraciones del señor Matutes sobre la riqueza material, el turismo, el golf y el medio ambiente. Y si me he adelantado ha sido también por reflexionar sobre la mismísima oportunidad de este debate.
Matutes habló de la importancia de atraer turismo de lujo en los meses bajos de invierno, aprovechando el clima apacible de la isla. “Sólo desarrollando unos cuantos campos de golf buenos, e Ibiza tendría la capacidad para atraer buenos campos, generarías un polo de atracción para el turismo del golf, que nunca va a un sitio si no hay por lo menos cuatro campos”. Actualmente en Ibiza hay solo un campo de golf, de 18 hoyos, polémico y denostado por muchos, en Roca Llisa. Un campo de golf que levantó contestación y ampollas en 1991 cuando se programó, y que se hizo deprisa y sin los informes pertinentes porque primaba el interés monetario y porque eran “otros tiempos”. Treinta años después, o podríamos decir treinta cumbres del clima después y treinta años internacionales del medio ambiente después, el empresario no propone crear uno o dos campos más, sino de llegar a tener al menos cuatro, para satisfacer la curiosidad de los jugadores de golf, que no se contentan con uno.
La polémica del golf en Ibiza viene de antiguo, pero ahora la situación es aún más dramática por la crisis ambiental global. Sin embargo, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y las distintas formas de contaminación, lejos de servir de disuasorios para el golf en la isla, parecen ser ignorados por el sector de la hostelería y del turismo a juzgar por las declaraciones del empresario, actual presidente de Palladium Hotel Group y receptor, hace diez años de la Medalla al Logro Turístico en Innovación, otorgada por el Consejo de Ministros de España, y más recientemente del Premio Diamante de la Excelencia a la Hostelería, otorgado por la Asociación Española del Lujo Luxury Spain.
Mientras la visión del negocio turístico de Matutes hijo es premiada, los habitantes de Ibiza pagan las consecuencias y hasta los platos rotos, ya que la contaminación y los gastos causados por el turismo se cubren a escote entre estos habitantes, que apenas ven, sin embargo, algún euro de los beneficios millonarios. En el fondo, el modelo de turismo defendido por el empresario nos acaba golpeando a todos, ya que las emisiones de gases de efecto invernadero no se quedan en la isla. Estas disquisiciones sobre el turismo y el golf ocurren mientras en el mundo del golf se ve con preocupación como el propio cambio climático afecta negativamente a la práctica de este deporte. Globalmente se observa una disminución del tiempo efectivo para jugar y de las zonas aptas para practicarlo debido a diversos procesos asociados con el cambio climático. Si uno lee los informes, el golf no tiene futuro. Si uno escucha a Matutes, el golf es el futuro. Al menos para Ibiza.
Hablar de golf es hablar de uso de agua, y aquí todos sufrimos una estéril batalla de cifras que, como la tinta de calamar, no hacen sino emborronar la situación y facilitar la huida del protagonista. Matutes contribuye eficazmente a emborronar la situación y pretende salir airoso al decir que en Ibiza se tira agua al mar equivalente al que necesitarían 18 campos de golf, como si el mar no necesitara agua dulce, y al sostener que regar campos de golf es una buena solución para la falta de agua, ya que rellena el freático y que le basta al agua de riego atravesar tres metros de tierra para depurarse. Estas afirmaciones son una expresión ejemplar de tecnoptimismo y ecomodernismo, al ignorar la complejidad de los sistemas naturales y trivializar la gestión del agua. En Ibiza no solo hay poca agua, sino que sabe mal y su consumo habitual puede generar problemas de salud. El agua del grifo en Ibiza proviene del subsuelo (acuíferos) y de plantas desalinizadoras. Los acuíferos eran una fuente muy importante de agua de grifo en la isla, pero los acuíferos se han reducido drásticamente por sobrexplotación y cambio climático o están contaminados con aguas fecales, químicos y agua salada. El uso insostenible del agua y el cambio climático han puesto contra las cuerdas todo un delicado sistema de uso y gestión del agua iniciado en tiempos históricos y refinado hasta niveles excepcionales por los árabes en lo que se conocen como feixes. Estas feixes, de carácter único y desarrolladas a partir del siglo XIII, representaban un inteligente sistema de cultivo que aprovechaba los suelos fértiles y la abundancia de agua dulce casi a ras de tierra en un sistema de riego por capilaridad, aprovechando una red de acequias que recogía las aguas dulces subterráneas que manaban espontáneamente. Un sutil y eficiente sistema muy desarrollado en la bahía de Ibiza que no ha podido sobrevivir a un mundo en rápido crecimiento, especialmente enloquecido en Ibiza, y que está de espaldas al auténtico valor del agua en una pequeña isla del Mediterráneo como Ibiza. Las plantas desalinizadoras, por otra parte, no son tampoco una buena idea, sino tan solo un recurso de emergencia, ya que contaminan el mar con la salmuera (una pasta hipersalina difícil de encajar por los ecosistemas marinos) y suponen un consumo energético imposible en los actuales escenarios de crisis.
Pero la cuestión no acaba, ni mucho menos, aquí. Hablar de golf es hablar de contaminación del agua por los fertilizantes, pesticidas y agroquímicos en general, que se emplean para mantener estos campos artificiales en unas regiones, como las de Ibiza, donde los ecosistemas nativos tienen otro color, otra biodiversidad y otros requerimientos. Estas instalaciones deportivas no son sino un pretexto para urbanizar los alrededores. Hablar de golf es, por tanto, hablar de consumo de territorio, de urbanización del medio rural y natural, de pérdida de conectores biológicos entre espacios naturales o entre rincones de alto valor ecológico, de contaminación de acuíferos, de alteración del paisaje, de presión humana, de incremento del tráfico, del ruido, de la contaminación lumínica y de un largo etcétera.
Golf, lujo e Ibiza son tres palabras que conjuran el delirio humano que se niega a aceptar los límites no ya de una pequeña isla sino de los límites planetarios. Una idea de este delirio la da, por ejemplo, el que una isla de una extensión de apenas 572 km² y una población de tan solo 147.914 habitantes tiene el aeropuerto con más jets privados de España y el tercero de Europa. Cuando existe cada vez una mayor preocupación nacional e internacional por los llamados costes sociales del carbono (esos costes de emitir carbono que no los paga quien emite, ver aquí algunas reflexiones al respecto), en Ibiza prolifera la forma de transporte con más emisiones per cápita. Algo que nos acerca a lo que es, en realidad, la base del lujo de la isla. El lujo de Ibiza y el que defiende Matutes (ver por ejemplo sus declaraciones aquí) , como el lujo de casi cualquier lugar del mundo se apoya en una idea que en el fondo es muy simple. Se apoya en que las “externalidades” (esos impactos negativos en los bienes y servicios públicos, en los recursos naturales y en el medio ambiente) las paguemos entre todos.
En todo el mundo surgen voces para descartar el golf en el escenario actual de cambio climático. Tom Pilcher argumenta que los campos de golf viven en tiempo prestado, o de descuento, ante la actual crisis climática. En Francia, la exención de los campos de golf de las medidas para reducir el uso del agua en la gran sequía histórica del verano de 2022 no pudo levantar más protestas entre una población que dejaba de regar jardines y lavar coches, y que sufría cortes en el suministro de agua. Ajeno a esta apremiante realidad, Matutes dice desafiar a que se debata sobre el daño ambiental del golf.
Si me lo permite el señor Matutes, yo le invitaría a que aceptara un debate sobre la moralidad de que algunos hagan fortuna a partir del bien común, de un medio ambiente amenazado y de unos recursos más escasos que nunca. Un debate sobre la oportunidad de reventar los ritmos naturales en aras del enriquecimiento rápido de algunas entidades, empresas y personas, y a expensas de dejar sin futuro a los ibicencos e ibicencas, y en cierto modo a todos y todas. Los límites físicos y biológicos de la isla de Ibiza y del planeta no son materia de debate. Solo de estudio y reflexión. Sin embargo, el modelo de isla y el modelo social sí que son cuestiones a debatir. Por eso decía que el debate propuesto por Matutes, en realidad, no existe.
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