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En defensa de la filosofía, y de la educación

Un profesor imparte clase en un instituto.

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Las únicas causas por las que merece la pena luchar son las causas perdidas. Independientemente de lo que de modo expreso diga o implícitamente desee prohibir el reciente decreto del Gobierno sobre la ESO, resulta singularmente significativo el revuelo que ha suscitado entorno a la asignatura de Filosofía, hasta ahora presente en los planes de educación de nuestros colegios. En realidad, la presencia es testimonial y en franca retirada desde hace años; resulta irrelevante el color del equipo que rija nuestro baqueteado deambular político. La Filosofía nunca ha estado de moda, ni aún en la época de la Grecia Clásica; entonces, como ahora, pensar oportune et importune sin juicios previos, intentando ir a la raíz de los asuntos y a la realidad de lo que nos pasa, es nocivo para la salud del que lo hace: la pena más leve que le cae es el ostracismo social.

Los filósofos, como las tribus de los indios del Oeste americano, caminan obligados hacia la reserva, donde los presagios no son muy halagüeños. No me deja de sorprender que el poder de la Realpolitik de todos los tiempos le siente tan mal a la Filosofía; hasta el mecenazgo de Cristina de Suecia, ávida de saber, mató de frío a Descartes.

En realidad, defender la Filosofía es apostar por una educación cabal. Hoy prevalece el modelo hipercognitivo, (del que el Real Decreto de marras nos es sino una consecuencia), que aspira a emanciparse por completo de toda preocupación por los valores, para fortalecer las competencias orientadas a resolver problemas en lugar de a saber planteárselos.

“La Escuela –apunta Massimo Recalcati en su erótica de la enseñanza– ya no propone el saber como una ampliación del horizonte del mundo, al haberse limitado su tarea a proporcionar herramientas útiles. Se trata de un saber pret-à-porter, siempre disponible, que, de hecho, genera anorexia mental, en vez de búsqueda, adquisición sin esfuerzo. Cuanto más parece despegarse el sujeto de la práctica lenta de la lectura, más se muestra permanentemente conectado con el gran Otro de la Red”.

La erótica de la enseñanza consiste en abrir mundos, no concebidos antes. Producir en vacío hace posible la puesta en práctica del proceso creativo: enseñar a ver las mismas cosas de manera nueva. Los verdaderos maestros son los que hacen nacer preguntas sin ofrecer respuestas prefabricadas.

Según Platón, Eros, hijo de Penia, la indigencia, y de Poros, la abundancia, filosofa porque está embarcado en la búsqueda de la sabiduría. Al profesor le toca impulsar el deseo del viaje en cada uno de sus alumnos. Es solo el amor con el que un profesor envuelve el saber lo que hace que ese saber sea digno de interés para sus alumnos, elevándolo a objeto capaz de causar el deseo, por esa razón, la transmisión del saber solo se produce por contagio, por testimonio. La hora de clase es única e irrepetible, solo se puede tomar muy en serio, porque puede cambiar una vida; basta un botón de muestra: conocer el alfabeto es convertir la vida en humana, pues hace posible el acceso a la apertura al mundo. Como la caja de Pandora, ya no habrá quien cierre esa inteligencia.

Todos sabemos que en la hora de ahora pensamos poco, y no siempre con tino; pero ay del que lo haga fuera de los límites de la corrección política cambiante en cada momento de la historia. Cervantes nos lo advierte desde hace siglos, por boca del joven pícaro Cortadillo ante el poderoso y sinvergüenza Monipodio, en su patio de Sevilla (una metáfora entonces y ahora de la sociedad): 

 “No somos tan ignorantes que no nos alcance que lo que dice la lengua paga la gorja (:la garganta), y hasta merced le hace el cielo al hombre atrevido, por no darle otro título, que le deja en su lengua su vida o su muerte: ¡como si tuviese más letras un no que un !”. 

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