Las victimas en España soportan una doble calamidad. Además de la desgracia o el crimen que le confiere tal indeseable condición, deben aguantar los manoseos y a menudo soeces intentos de aprovecharse de ellas para sacar ventaja en eso que en política llaman la competencia partidista. Casi todos los partidos han sucumbido alguna vez a la tentación de apropiarse de su sufrimiento para tratar de infligírselo al adversario.
Desde que el Partido Popular, bajo el liderazgo visionario de Aznar, convirtió el terrorismo en uno de los ejes primarios de sus estrategias para ganar toda clase de elecciones, las victimas pasaron del anonimato o el silencio a convertirse en armas humanas arrojadizas, ocupando un estrellato que ha debido multiplicar por millones el dolor de la mayoría.
Según quién esté en el gobierno y en la oposición existen víctimas inocentes y culpables. Víctimas que merecen respeto cuando cuentan su historia y reciben el homenaje y el reconocimiento público y víctimas que se pasan el resto de su vida dando explicaciones y deben aprender a esconderse más y mejor para no ser reconocidas, vilipendiadas y acosadas.
Lo único donde no suelen haber diferencias es el largo calvario de tramites, papeles y justificantes que todas ellas deben presentar varias veces ante varias administraciones para recibir una mínima reparación vital. No vaya a ser que, en España, el país de la Gurtel, la Púnica o los Eres, se nos cuelen un parado o una víctima cobrando una ayuda o una indemnización a la cual puede que no tengan derecho.
En España hay víctimas de primera, de segunda, de tercera y las inhumanamente castigadas víctimas del metro de Valencia. Tuvieron la mala suerte de que su desgracia ocurriera en vísperas de aquel gran negocio que fue la visita del Papa. Eran malas para el espectáculo. Como a las víctimas del Alvia 04155 en Santiago de Compostela, también les tocó viajar en una línea donde había más prisa por apuntarse la inauguración y los ahorros que preocupación por la seguridad o las precauciones debidas. Además les tocó morir en provincias, donde se deja de ser noticia muy rápido.
A las víctimas del metro de Valencia también quisieron callarlas con el silencio y el olvido. También intentaron comprarlas con promesas y amenazas. Hoy, cuando se empieza a investigar de verdad qué sucedió, aún deben soportar que el exconseller Juan Cotino les pida cínicamente perdón ahora que se arrastra por la mierda acorralado por los escándalos y la corrupción, o que el exPresident Francisco Camps les siga tratando como si fueran ellos quienes tuvieran que pedirle perdón, chusma que solo entiende el lenguaje del palo.
No basta con averiguar qué pasó y exponer las mentiras de los anteriores. A los nuevos gobiernos les corresponde ofrecer a las víctimas el respeto, el reconocimiento y la reparación que se les debe sin pretender ni buscar algo a cambio. En Valencia acaban de empezar. En Angrois (http://www.victimastren.org) siguen esperando.