“...Pero un día pasará”

Y nunca pasa nada”. Así titulaba hace una semana, Ignacio Escolar un artículo claro, sencillo y muy contundente, relatando algunos de los escándalos que, con pruebas, eldiario.es -muestra de un diferente estilo de periodismo- ha venido publicando (excelente la divulgación de la confesión de Correa) y que en un país con mínimas convicciones democráticas arraigadas hubieran supuestos dimisiones y convulsiones. Pero “aquí” nunca pasa nada.

Así se llamaba una canción bella y reivindicativa del grupo aragonés “La Bullonera” en los años setenta. Después de esa frase inicial, añadía “…pero un día pasará”.

Eran momentos de expectativas por el cambio y de sementera para construir una democracia. Lo hicimos, lo logramos pero quedaron larvados huevos sociológicos de la época anterior. Pero, particularmente, el desarrollo fue produciendo una deformación del sistema que, sobre todo, por el amancebamiento de los poderes políticos-económicos-mediáticos, ha roto las costuras que se hicieron en una España que creía estar estrenando traje de etiqueta. Sin embargo, eran retales diversos cosidos, aunque algunos de gran calidad, pero que fueron rompiéndose y volviéndose a zurcir para evitar que se notase que del uso se pasó al abuso y el deterioro de la prenda.

Pero rogaría al lector paciente que no se parase en esa reflexión de lo pasado. Si se diseñó mejor o peor o si, al menos como yo pienso, fue la degeneración posterior lo que produjo el socavón inmenso. Pero esto, un hundimiento de los andamios institucionales y, sobre todo, la preocupación por la pérdida de actitudes éticas y democráticas, es algo que bastantes o muchos compartimos (salvo los que vuelven a votar a los mismos).

Y es aquí donde o, mejor dicho, a quienes quiero llegar a referirme: los desanimados, los resignados, aquellos que decaen en la esperanza y, consiguientemente, no pueden contagiar optimismo a otros, a los que consideran frustrante que no pase nada y que inútil es toda lucha por cambiar esto, a los que la ilusión sienten aplastada por el rodillo.

Llevo muchos años escribiendo desde un enfoque muy crítico. Quizás como estuve dentro del “sistema”, conozco bien lo que se puede esperar de esta clase política y los jóvenes clonados que, con apariencia de modernidad, son muy iguales a sus mentores aunque con más telegenia. Ocho años hace que abandoné la actividad política, y si entonces y antes era bastante crítico (y ahí están las estelas públicas y publicadas), a nadie extrañará que en los últimos años haya intensificado la denuncia de lo que en nuestra historia moderna no habíamos ido nunca: para atrás. Una regresión social, una degeneración ética y un retroceso democrático. ¡Menudo combinado!

Dejando a un lado los muy sesgados, la mayoría de analistas que escribimos intentamos hacerlo desde la objetividad, pero sin que se pueda dejar a un lado la subjetividad de lo que somos, lo que vemos, lo que apreciamos, lo que nos rebela, lo que soñamos. No podemos prescindir de los ojos y el corazón que cada uno llevamos. Yo solo soy de aquellos que ha tenido siempre la suerte de tener altavoces que me permiten compartir mis reflexiones, ideas, ideales, decepciones y utopías.

Pues bien, en esta tarea en la que llevo años, me llegan crecientes estados de opinión de amigos y también de desconocidos que dicen “Déjelo, porque lo que usted preconiza de cambio o de regeneración, no sucederá nunca”. “Es imposible tal y como están involucrados los poderes de todo tipo en cambiar el 'statu quo', aunque tengan que dar un poco de maquillaje”. Otros, además, me advierten no solo de la inutilidad sino también de los riesgos de expresar críticas al poder. Cuando algunas personas me expresan que eso es peligroso, estando en una democracia, es que algo grave sucede.

A aquellos me dirijo especialmente y que antes he referido. A quienes ante el “Aquí nunca pasa nada”, piensan que es imposible e inútil hacer algo, que es vano todo esfuerzo. Comprendo muy bien a quienes así se sienten, pero no tanto por unas encuestas o una intervención televisiva por un estado de ánimo generado por una incitación al desánimo de los de siempre. Pienso, sobre todo, en los más afectados y golpeados por la crisis y la excusa de ésta para imponer una concepción social muy retrógrada y sectaria. También a aquellos más comprometidos por el cambio real y que se fatigan de luchar frente a Goliat. También los que damos la cara (por eso tenemos alguna cicatriz) y desde diversas maneras de ejercer una ciudadanía contributiva (entre ellas, escribir), tenemos momentos de desánimo y de frustración. A veces intensos, lo reconozco.

Pero hay algo que nos mantiene en pie o nos levanta. El ver y conocer personas involucradas, en creer que es posible cambiar las cosas. El pensar que “…algún día pasará”. Que se pensará más en la dignidad de las personas que en los intereses de los mercados, que no se favorezca tanto a los amigos poderosos, que no van a ser impunes como ahora tanta mangancia y ladronicio, que las instituciones verdaderamente cumplan su función, etc. Esto no es algo de Lennon, Luther King, Gandhi o el Francesco d´Assísi (por cierto, que zancadillas le ponen los suyos a su tocayo papal. Cualquier día le envenenan).

En ese ejemplo, las “mareas” verdes o blancas son muestra de movilizaciones colectivas de necesidades sociales, de aspiraciones, de contención frente a feroces ataques del poder. En algún caso, con cierto éxito cómo lograr frenar la privatización (y deshumanización) de la sanidad en Madrid, o en materia de desahucios, consiguiendo parar algunos de ellos y trasmitiendo a cierto sector de la judicatura una cierta sensibilidad. Recuperar o recordar que son también valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico “…la justicia y la igualdad” (artículo 1 de la Constitución) es labor que juristas debemos recordar y recuperar frente al olvido.

Ellos, los que se esfuerzan privada y públicamente en defender sus ideas y las comunitarias, son ejemplo de que en dos meses no puede vencernos la resignación. Que los medios de manipulación (antes de comunicación) no podrán evitar que los electos sigan menos sus dictados, que sí que los parlamentarios representen más a los ciudadanos y que, desde el debate y más pluralismo, la semilla que supuso el 15M hace cuatro años y medio haya servido (y un poco en parte, ha contagiado a otros aunque estén por diversas opciones) para despertar y exigir algunos cambios (salvo los que vuelven a votar a los mismos).

A los que alzamos la voz y estamos cerca de círculos ilustrados intelectual o socialmente, nos desanima particularmente el silencio de aquellos que por cuyas ideas, conocimientos, responsabilidades e ideas, teóricamente no conservadoras, deberían hablar, escribir, reflexionar y mojarse. Pero callan. Pienso, entre otros, en profesores de Universidad, servidores públicos cualificados, etc. Pero son cautelosos e interesados. Sus conveniencias y expectativas podrían correr riesgos. Y ahora que está incierto y abierto el resultado electoral, tras siete años de un silencio ensordecedor, tampoco les conviene. Se de algunos que, como la opción de cambio prosperase, se acercarán a los dirigentes de esos partidos para expresarles su alegría y la sintonía que “siempre” han tenido. Forma parte de la condición humana.

Pero lo importante ahora es creer que es posible; que fructifican, a veces, los sueños por los que han trabajado o anhelado, como tú, miles de personas; no resignarse a la resignación; no contagiarse de lo que pretenden quienes buscan la continuidad (aunque fuese con una operación estética): no crearnos desánimo e inutilizarnos para difundir mensaje de esperanza.

Que ese “Aquí nunca pasa nada” le suceda, como en la estrofa, por “…algún día pasara” y que ese algún día puede ser ahora y que depende de ti, de ti, de ti, de todos que podamos y queramos cambio. Esa canción de La Bullonera es del tiempo del himno, también reivindicativo aunque más exitoso, de otro aragonés, José Antonio Labordeta en el que, en épocas de oscuridad y penumbra, cantaba, desde la convicción en el futuro, “Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga Libertad”. Pongamos ahora lo olvidado en este tiempo: “Justicia” e “Igualdad”.