Lo que dices cuando callas

Esta semana, ante la decisión de los miembros del Gobierno de no someterse al control del Parlamento, se temió que el transcurso del Pleno se convirtiera “en un circo” con los presentes dirigiendo sus preguntas a escaños vacíos. Patxi López, que también transmitió su temor ante este “espectáculo”, decidió suspender el acto. Sin embargo, no hubiera estado nada mal la imagen de los representantes de la ciudadanía debatiendo con los mudos asientos del presidente y sus ministros. Hubiera tenido una potencia que ya la quisieran para sí muchos discursos. Es lo que a veces tiene el silencio, que puede resultar más elocuente que la suma de mil gritos.

El silencio en literatura es una herramienta muy efectiva que ha sido objeto de estudio para muchos ensayistas. No hay un silencio igual a otro y cada uno cumple una función en el texto. El silencio patético no tiene nada que ver con el silencio del desencanto ni éste con el silencio embobado ni éste con el expectante, etc. Y ya que estamos en pleno aniversario decir que la enorme complejidad de los silencios cervantinos ha propiciado estudios sobre “los maravillosos silencios” del Quijote.

Pero respecto al silencio de nuestros gobernantes, lo que a mí me resulta más curioso no son las diferentes maneras de callarse (tenemos el modo sinvergüenza, el patoso, el soberbio, etc) sino la decisión de enmudecer justo en un momento como el actual, en el que la ciudadanía exige precisamente que se le dé más voz y mayor capacidad de intervención en el devenir político. Gracias a internet esto es hoy posible, pero también gracias a los movimientos sociales, los asamblearios y de barrio que viven un auge impulsados por esa voluntad participativa. Así que es entonces, coincidiendo con este momento, cuando nuestro presidente en funciones y todo el coro de mandatarios de su Gobierno decide hacer mutis por el foro. No puede ser casual que al mismo tiempo que salen a gritos, uno tras otro, los nombres implicados en los papeles de Panamá se produzca un silencio ensordecedor en torno al papel que juegan los bancos en todo esto, por ejemplo. Igual que llama la atención el contraste entre las noticias de corrupción y la reserva que sigue por parte de los involucrados.

Ante el silencio del Gobierno en funciones los ciudadanos deberían hacer cualquier cosa menos callarse: unirse, gritar, volver a votar, manifestarse, participar, lo que sea. Precisamente por estar muy harto de todo uno no puede enmudecer.

A pesar de lo que querrían muchos políticos, tras el voto en las urnas no puede venir el silencio de una confianza depositada a ciegas. La mayoría de ciudadanos reclama hoy consultas populares, repaso de cuentas, transparencia, referéndums. Hay que encontrar las vías. Hay que hacer más participativa a la sociedad. No faltará quien se lleve las manos a la cabeza alegando que eso convertiría al país en una jaula de grillos. Para quien no está acostumbrado a discutir desde luego ese es un riesgo muy real. Pues bien, mataríamos dos pájaros de un tiro, porque en los colegios es imprescindible que se eduque en el debate. Hay que aprender a hablar y también a callarse.

Volviendo al terreno literario, los narradores podrían dividirse entre los que explican los silencios de sus personajes y los que no lo hacen. Mientras Patricia Highsmith, por ejemplo, aporta con todo detalle el batiburrillo mental que puede esconder una palabra no dicha, Salinger por el contrario nos dejaría en ascuas: “se calló”, escribiría, y ya está. Allá nosotros al interpretarlo. En la patética trama que rodea actualmente al Partido Popular no tenemos narrador que nos provea de acotaciones –o en todo caso, de momento, permanece mudo como Salinger-. Ahora bien, si lo que los dirigentes del PP dicen cuando no hablan ya podemos imaginarlo, ¿qué dicen los ciudadanos cuando callan? ¿Qué dicen los votantes cuando se abstienen? Ojo porque no votar en las más que probables próximas elecciones puede decir cosas que no te gustaría poner en tu boca. Cuidado con lo que decimos al callarnos.