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Con D de disparate

Isabel Díaz-Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid

Esther Palomera

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De los guionistas de “Madrid Central es puro comunismo”, “Un concebido no nacido será tenido en cuenta como miembro de la familia” y otros esperpénticos títulos, llega ahora a sus pantallas, “Con D diciembre”. Ahí lo tienen. La D de COVID no corresponde a disease (enfermedad en inglés). Es la D de diciembre. Isabel Díaz Ayuso lo tiene claro. Tan cristalino que insiste una y otra vez: “Este virus se llama COVID-19 porque es coronavirus-diciembre-19. Porque circuló por todas partes desde el mes de diciembre y por eso el nombre de la enfermedad”.

A falta de cines y teatros con esto de la pandemia, los madrileños ya pueden disfrutar del show de Ayuso. Vuelve en su mejor versión de lideresa de bajos vuelos. Manos cruzadas sobre el pecho, ojos cerrados, vestida de luto y con fondo también negro. Así posó para la portada del diario El Mundo en una imagen que ha suscitado igual crítica en propios y en extraños. Los unos, porque creen que ha traspasado ya demasiadas líneas rojas. Los otros, porque dicen que es un insulto imperdonable a las víctimas del coronavirus. Y todos coinciden en que su utilización del dolor empieza a ser obscena.

Más allá de los comentarios sobre el contenido de la dominical entrevista, la presidenta de Madrid se justifica y dice a las 24 horas que ni se sintió cómoda con el posado ni buscaba transmitir algo. “La verdad es que en esos momentos cuando me estaba haciendo las fotos, te confieso que no estaba tampoco muy cómoda. Lo que pasa es que había sido un día muy largo, una semana durísima, viernes por la tarde. 'Ponte así, ponte asá'... Bueno, pues lo haces”, ha contado en una entrevista en Onda Cero, como si la desgana, el cansancio o las prisas fueran un obstáculo para negarse a semejante esperpento.

En su partido ya la han apodado “La Pasionaria de derechas”. Antes, fue “la protegida de Casado”, “la Thatcher madrileña”, “la Aguirre 2020”... Da igual como la llamen. El riesgo es que el personaje la supere y acabe devorándola. Pasa siempre que afloran contradicciones entre la persona y el papel que algunos pretenden que desempeñe sobre las tablas de una política en la que no siempre se suben a escena los mejores intérpretes ni los más preparados. Antes que ella, en la vida pública hubo otros “juguetes rotos”. Le bastaría con echar un vistazo a su antecesora, Cristina Cifuentes. Otra construcción del marketing político cuyas aptitudes y actitudes nunca fueron compatibles con la talla mínimamente exigible en la vida pública, por más que se empeñaran ella y sus creadores.

Ayuso es la presidenta de todos los madrileños, aunque insista en que ella gobierna para los que la votaron. Y el cargo obliga a unos mínimos que ella misma -o quienes la asesoran- olvidan con frecuencia en su empeño por erigirla en el referente de la derecha en la confrontación permanente con el Gobierno de España por encima del ya sobradamente exaltado Pablo Casado.

Alguien que representa a siete millones de habitantes no puede llegar dos horas tarde a una cita con el presidente del Gobierno en plena crisis sanitaria por hacerse una foto en Barajas. Tampoco es tolerable que altere el orden de una reunión con 17 presidentes autonómicos por asistir a una misa solemne en La Almudena. Y mucho menos que convierta la fase 1 de la desescalada en un pulso contra Pedro Sánchez sin importarle un bledo que haya un repunte en el número de contagios o de fallecidos. Reconocer que ha puesto por delante el interés económico a la protección de la salud de los ciudadanos es tan irresponsable como temerario. Y motivo suficiente para mostrarle tarjeta roja. De momento, en su partido le han sacado la amarilla en señal de aviso. La gestión de la crisis sanitaria en Madrid, ya admiten, no ha sido buena y lo que ocurre en su Gobierno es sencillamente “un despropósito”.

La dimisión de la directora de Salud Pública y su demoledor informe en contra de que Madrid pasase a la fase 1 ha supuesto un revés sin paliativos a la credibilidad de alguien que al principio de la crisis obligó a Sánchez a acelerar las primeras medidas para frenar la pandemia con su decisión de cerrar residencias y colegios. El resto de su gestión lleva la D, no de diciembre, sino de despropósito. Las broncas públicas y privadas con sus socios de Gobierno, los datos ocultos de fallecidos en las residencias, los menús de Telepizza y Rodilla para los escolares, la jarana que montó en el cierre del hospital de campaña… y ahora que Ifema ha demostrado que en los hospitales que tienen techos altos los pacientes sanan muy bien“. En efecto, está claro que la D es su letra. Cada día, un Despropósito, un Desatino, un Disparate, un Desastre, un Desacierto, un Dislate, un Desbarre, un Desbarajuste…

Y todo en medio de una crisis sanitaria convertida ya en crisis económica y que puede acabar en una sacudida social mucho mayor a la vivida en 2008. Ayuso y sus ayusadas son un ejemplo de que la política ha tocado fondo y de que los partidos deberían tomarse más en serio la forma en que eligen a sus candidatos.

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