La economía no existe

La economía se consolida como disciplina a partir de una serie de supuestos de escasa relación con la realidad que pretende conocer. Autores como José Manuel Naredo o Karl Polanyi han tratado las convenientes causas y devastadoras consecuencias de partir de una dualidad (en realidad inexistente) entre economía y política. Cuando estudiamos cosmovisiones lejanas a la racionalidad occidental, como la comprensión del mundo de algunas comunidades indígenas ancestrales, descubrimos que partir de que economía y política son indisociables permite que los principios comunitarios y de reciprocidad primen sobre la búsqueda del provecho individual y la competencia o que el valor de uso prime sobre el valor de cambio, descubrimos que las cuestiones morales como las que plantean las jerarquías no desaparecen del análisis y gestión de la distribución material. De hecho, desde estas cosmovisiones, tampoco lo material es indisociable de lo espiritual y mucho menos el fin último de la organización social, política y económica, lo cual invita a cuestionar la promoción del crecimiento del PIB como fin supremo al que se debe subordinar absolutamente todo lo demás, como si más allá de la reproducción del capital no existiese la vida.

Lo extraño de los enfoques dominantes en economía es que la abstracción, más que resultar útil para poder comprender una realidad compleja y transformarla sirve precisamente para ocultar dicha realidad y mantener el statu quo. Desde una disciplina que sitúa en compartimentos estancos ser humano y naturaleza e individuo y comunidad al mismo tiempo que considera el todo la suma de sus partes, resulta difícil comprender los grandes retos -de la realidad compleja, interdependiente y globalizada- que precisamente pretende transformar. Porque, al deshacerse de cuestiones tan “triviales” como los límites de la regeneración de la naturaleza, la relevancia de los trabajos de cuidados o las reciprocidades y retroalimentaciones entre individuos y comunidad; la teoría de las ventajas comparativas, los modelos de equilibrio general o las teorías de elección racional resultan inútiles para resolver problemas, que en realidad son políticos, biológicos, sociales, históricos, psicológicos, institucionales y matemáticos.

Algunas teclas en el teclado de la economía, desencadenan una serie de consecuencias imprevisibles en otros campos y viceversa. Por ello, respetar los límites de lo “estrictamente económico” para transformar aquello que va más allá de lo económico, no dista mucho del error de describir la naturaleza humana observando únicamente su comportamiento dentro de los límites del mercado. Si partes de esta necesidad de interdisciplinariedad, de diálogo entre varias disciplinas, la economía se convierte en un gran pretexto para recrear nuestras tendencias más polímatas. No se trata de ser todólogos sino de analizar problemáticas concretas trascendiendo las referencias, herramientas y metodologías económicas. Quizás, desde una visión más holística logremos aportar al conocimiento y transformar la realidad, una pequeña parte de lo que lo hicieron los grandes pensadores de la antigua Grecia analizando el mundo desde una colosal multidisciplinariedad.

Si consideramos que la disciplina económica, comienza equiparando el expolio a la producción y la riqueza al dinero, no es de extrañar que hayamos acabado presenciando, en palabras de Naredo, “un despotismo que se dice democrático” y “un intervencionismo que se dice liberal”. Ante los grandes retos de nuestra civilización cada vez parece más necesario, no solo cuestionar los conceptos de “desarrollo” o “mercados autorregulados” sino también concretar las fronteras y limitaciones de la disciplina que asumió dichos conceptos. Es necesario recuperar la inocencia y humildad de esa mirada infantil que todo se cuestiona y descolonizar el propio pensamiento practicando lo que Walter Mignolo considera “la desobediencia epistémica”, es decir, quitar las telarañas a esos supuestos que están en “lugares de no-pensamiento”.

Edgar Morín ofrece varios ejemplos históricos de cómo, a menudo, “una mirada naif” desde fuera de la disciplina ha logrado resolver problemas de la propia disciplina. Así, el meteorólogo Alfred Wegener, mirando inocentemente el mapa mundial, remarcó que el oeste de África encajaba con Brasil y expuso las similitudes de fauna y flora a ambos lados del Atlántico, planteando así, la teoría de la deriva de los continentes que sería refutada por los especialistas de la disciplina, al considerarlo teóricamente imposible. Para Morín, la historia de las ciencias trasciende la constitución y proliferación de las disciplinas y es inexplicable sin las rupturas de los límites de las propias disciplinas o lo que él llama la “inter-trans-poli-disciplinariedad”.

En definitiva, más que reemplazar la “economía” o despreciar las aportaciones realizadas desde la economía hasta el momento, se trata de des-naturalizar lo que entendemos por economía, cuestionar sus supuestos y desvelar los aspectos implícitos del sistema capitalista que se dan por invariables en los análisis económicos.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora