A nadie se le escapa –aunque, dadas las circunstancias, puede que sí– que el próximo domingo, día 12 de julio, se celebran elecciones autonómicas en Euskadi y Galicia. Raros momentos para reflexionar sobre propuestas políticas con el fin de optar por la que entendemos más conveniente –para cada cual y para el país, se entiende, o para quien sea– y más raros aún para hacerlo en modo distinto, algo distinto al menos, al habitual.
No me gusta meterme en terrenos que no conozco con un poco de seguridad –no digo que solo escriba sobre aquello en lo que soy una buena conocedora, porque no es así–, por lo que sobre las elecciones gallegas no diré ni una palabra, salvo lo que se entienda aplicable a estas o a cualesquiera otras actuales o de futuro.
Anteayer salí a dar una vuelta tras el trabajo por Tolosa, mi pueblo, y me encontré con un pequeño grupo de personas que tenían montado un también pequeño toldo para el reparto de propaganda electoral de un partido político de entidad. Una de dichas personas, buena conocida mía, a la que pregunté si estaban “vendiendo” el producto, me contestó que, en realidad, “el pescado ya estaba vendido”. Me dejó preocupada, teniendo en cuenta que quedaba una semana entera de campaña y que siempre se trata de estimular la ilusión de la ciudadanía, bien por la continuidad de la situación, bien por el cambio –dependiendo de la posición que se tenga en el tablero político–. Ilusión que no aprecio en esta campaña ni en su correspondiente precampaña.
Porque lo cierto es que, por aquí, al hilo de las varias encuestas que se van publicando, se da por hecho que los resultados serán los que se vienen vaticinando, en términos cuyo recuerdo ahora no es relevante. Pero esto ocurre en muchas ocasiones, me dirán. Sí, pero, si a esos resultados, que no permiten a ningún partido gobernar en solitario con un mínimo margen de tranquilidad, se le añade que también parece estar vendido el “pescado” del Gobierno que se formará –cuestión en la que en la mayoría de las ocasiones radica el interés–, pues es cierto que la ilusión decae y también las expectativas de que, tras el debate electoral, se produzca un debate parlamentario de interés sobre esta circunstancia tan trascendental de la formación del nuevo Gobierno. Pues no, parece que ni eso vamos a tener.
Es cierto, por otra parte, que esta campaña electoral arrancó, en su acepción amplia, no se olvide, el día 10 de febrero de 2020, cuando el lehendakari Urkullu disolvió el Parlamento vasco y convocó, adelantándolas, las elecciones para el día 5 de abril, lo que, como es bien sabido, quedó en suspenso por razón de la crisis sanitaria hasta que el propio lehendakari ha decidido su celebración para el 12 de julio. Se trata del período preelectoral más largo conocido para unas mismas elecciones. Pero no se ha podido aprovechar el mismo para sus auténticos fines.
Porque, ¿para qué sirve un período de reflexión anterior a unas elecciones? Bueno, esto también puede ser respondido de muchas maneras, pero, llanamente dicho, parece que lo cabal es considerar que se trata de que quienes presentan ofertas electorales a la ciudadanía debatan sobre las mismas para que se pueda optar libre y razonadamente. Y no se centra solamente el debate en el estricto período preelectoral, sino también, evidentemente, en el previo largo debate parlamentario de la propia legislatura que cierra.
Debate en sede parlamentaria que, en este caso, no se ha podido producir en dos temas muy importantes en Euskadi. Quiero decir que sobre estos dos temas no ha habido debate en el Parlamento Vasco, pues el mismo se disolvió en la fecha antedicha y no ha habido ocasión, salvo un debate en su Diputación permanente: se trata del derrumbe del vertedero de Zaldibar y la desaparición de los trabajadores Joaquín Beltrán y Alberto Sololuce y todas las cuestiones de fondo relativas a este hecho, así como la crisis sanitaria vivida por la COVID-19 y la respuesta dada por las instituciones públicas –Gobierno Vasco, en el caso–.
Se opine lo que se opine al respecto, esto no es lo relevante ahora, lo cierto es que la situación nos ha hurtado un imprescindible debate parlamentario pleno para una mínima aproximación al cabal conocimiento de lo acontecido. Por eso, la campaña electoral tenía un especial interés en esta ocasión, pero no ha servido de mucho, la verdad. De un lado, porque los partidos del Gobierno han reprochado a los de la oposición “utilizar los muertos”, evitando así gran parte del debate y creando un cortafuegos temático. De otro lado, porque no es fácil en período electoral aportar datos válidamente contrastados que arrojen luz sobre lo ocurrido. Insisto, se opine lo que se opine. Lo que no cabe entender es que el debate pueda ser cercenado o limitado. Y, sinceramente, creo que así ha sido.
Curiosamente, en estas elecciones ha habido debate sobre el Gobierno que se formará, lo que ha sido suscitado por la propuesta de Podemos Ahal dugu/Ezker Anitza-IU para conformar un tripartito de izquierdas junto con EH Bildu y el PSE-EE. Tipo de propuesta que no suele ser en absoluto habitual, pues normalmente se tiende a “ocultar” tales intenciones, y que, en sí misma, tenía gran virtualidad para suscitar debates de fondo. Curiosamente también, los partidos apelados, notablemente el PSE-EE, ya han dejado claro su nulo interés por esta propuesta, lo que hace que la misma pierda su virtualidad. Y lo que también ha sido curioso es que los dos partidos del Gobierno saliente, esto es, EAJ-PNV y PSE-EE, hayan espoleado el voto de su propia parroquia apelando a la posibilidad –más que remotísima, diría yo, pero siempre efectista– de que el otro pretendiera gobernar con un tercero: EAJ-PNV sugiriendo que el PSE-EE podría tener la tentación de entrar en un tripartido de izquierdas como el antedicho, y el PSE-EE sugiriendo, a su vez, que EAJ-PNV podría intentar formar un gobierno abertzale con EH Bildu.
Ya ven. Así estamos. Y atención, que el pescado vendido es pescado comprado por la ciudadanía, de modo que consérvenlo bien, no vaya a ser que se pudra y comience a oler. El pescado, siempre mejor fresco y a última hora, con el menú bien claro.