Todavía puede haber sorpresas. Pero todo indica, y que la derecha se haya puesto de los nervios así lo confirma, que Pedro Sánchez contará con los votos necesarios para ser investido presidente tras el fiasco previsto de Feijóo y si el Jefe del Estado le da esa oportunidad. En breve, el Congreso iniciará los trámites para aprobar una ley de amnistía, se llame como se llame al final, y esa es la condición sine qua non y por ahora suficiente para que Junts vote a favor del nombramiento del líder socialista.
Y hay que alegrarse de ello. Porque, más allá del hecho de que la izquierda, en coalición, seguirá en el poder otros cuatro años, ese acuerdo y la apertura de un proceso de negociación con el independentismo que durará tiempo constituyen un hito en la crisis política con Cataluña en la que España está inmersa desde hace casi quince años, por no citar sus antecedentes históricos, que se remontan a más de siglo y medio.
Ese acuerdo ya bastante previsible –es de esperar que una Esquerra celosa por el protagonismo de Junts no rompa el juego a última hora- contará con el rechazo de la derecha política, de buena parte de su público y de sectores de la izquierda socialista. Unos y otros ya están expresando su repudio. El propio Feijóo se está distinguiendo en esas críticas, cada vez más altisonantes, como si con la amnistía estuvieran en juego las esencias de la patria.
Y no deja de ser significativo que ese asunto y la consiguiente posibilidad de un pacto con el independentismo hayan dejado arrinconado hasta casi la nada el proyecto de investidura del líder de la derecha. Está claro que Feijóo no ha sabido qué hacer con el mes de plazo que pidió para preparar esa cita, que él y sus asesores no tenían nada que se pareciera a un proyecto al respecto y que todas las iniciativas que ha tomado en las últimas dos semanas han resultado fallidas, contradictorias con la anterior o simplemente ridículas.
Sólo quería ganar tiempo para ocultar su fracaso en las elecciones de julio, pero ese tiempo adicional ha terminado por hundirle. El fin del último líder del PP va a terminar siendo mucho más triste que el de cualquiera de sus predecesores. Y mientras el resto del cuadro político se dedicará a tratar de construir algo, la derecha entrará de nuevo en una batalla por el poder que la mantendrá bastante alejada del núcleo central del debate nacional. Por mucho que se dedique a criticar a la izquierda y al independentismo, ese drama interno no podrá ser ocultado.
Mientras tanto, cada vez más voces opinan sobre la constitucionalidad o no de una amnistía. No pocas de ellas sin formación jurídica para hacerlo. Pero lo importante es que el asunto no es jurídico, sino político. Al menos, hasta que el Tribunal Constitucional se pronuncie, lo cual ocurrirá dentro de bastantes meses, en el mejor de los casos. Para entonces, y si la cosa no se tuerce, que siempre puede torcerse, ya habrá gobierno de Pedro Sánchez.
Este parece que ya ha optado por el camino de la amnistía que el independentismo de Carles Puigdemont y el de Esquerra consideran un paso ineludible para avanzar. Los asesores del líder socialista deben de haber encontrado la base jurídica para hacerlo que, en opinión de más de un experto creíble, existe. Pero más allá de eso, Sánchez está dispuesto a ir hasta el final. Y eso es lo que cuenta.
Si las cosas ocurren tal y como está previsto, ese será el pórtico de una nueva etapa de la peripecia de Cataluña en España. Y una vez más, habrá sido la izquierda española la que haya propiciado ese cambio, frente a la incapacidad de la derecha de ir un punto más allá de su centralismo cerril y de considerar a los nacionalistas e independentistas simplemente como enemigos de España. Los balbucientes intentos de Feijóo de ir un poco más allá de esa intolerancia brutal han sido ahogados por los poderes reales de su partido y por los medios más intransigentes que, una vez más, son protagonistas principales en la escena política.
Sánchez ha hecho paso a paso ese camino. Sus acuerdos con Esquerra en la pasada legislatura, con la concesión de los indultos como hecho crucial de los mismos, han sido el pórtico del previsible entendimiento con Junts que podría concretarse en unas pocas semanas. Por tanto, esa política ha dado frutos y el argumento de que el líder socialista ha hecho todo eso con el único fin de mantenerse en el poder es poco más que infantil. Porque cualquier político hace todo lo que esté en su mano para retener el poder o para alcanzarlo. Y lo importante es lo que hace y qué consecuencias tiene. Ahí llegan las dificultades. Lo otro es obvio y ni se menciona en las reuniones.
Pero, aparte de lo que haya hecho y lo que pueda hacer Sánchez, sin olvidar a Yolanda Díaz, no es menos decisiva la actuación de Carles Puigdemont. Su discurso del pasado martes 5 en el Parlamento Europeo, es un texto que pocos de los que vociferan han leído pero que es preciso tener en cuenta. Porque resume a la perfección la posición del independentismo catalán, que se siente golpeado y maltratado -por el Tribunal Constitucional que en 2010 se cargó el nuevo Estatut y por el Tribunal Supremo- y expone una vía para el entendimiento que, sin renunciar a sus principios ideológicos, es una base para el acuerdo. Cuando menos, a medio plazo. Que hoy por hoy es lo que importa.
Si lo mejor de todos esos propósitos se cumpliera, habría motivos para alegrarse. Aunque la derecha ponga el grito en el cielo y aunque por delante queden tareas nada fáciles. Y reconducir al Tribunal Supremo y a la justicia a su terreno natural, alejándola de la política, será seguramente una de las más arduas.