“¿Quién teme al Vox feroz, a Vox, a Vox…? ¿Quién teme al Vox feroz…?” Cántese con la conocida musiquilla infantil del lobo feroz, y tendremos la medida exacta del miedo a Vox entre los votantes españoles: poco, muy poco, casi nada. Leo estos días a los analistas que, ante el intento del PSOE de recurrir al miedo como arma política, repiten que “Vox ya no da miedo”. Y me pregunto: ¿lo ha dado alguna vez? Miedo de verdad, no de cerditos cantando que viene el lobo. Me da que no: las facilidades políticas y mediáticas dadas a la ultraderecha, la alfombra roja con que entró en parlamentos y platós de televisión, le permitieron en meses una legitimidad, normalización y hasta respetabilidad que a otros partidos neofascistas europeos les costó décadas alcanzar.
Admitámoslo: en España da más miedo Podemos que Vox. Tanto que cuando el partido morado ha dejado de ser una amenaza, la derecha mediática lo estira un poco más, por la vía de podemizar al PSOE: “Sánchez ya es Podemos”, titulaba este jueves el ABC a toda página. “Sánchez radicaliza el PSOE ante el ‘desierto’ que deja Podemos”, lo acompañaba El Mundo. En España dan más miedo Podemos, Bildu, los comunistas y los independentistas, que la extrema derecha. Ese es el resumen de casi medio siglo de Transición: más miedo a que venga el coco de la izquierda o la antiespaña, que al lobo de la ultraderecha.
Por supuesto que debería darnos miedo, mucho miedo, la posibilidad del gobierno PP-Vox. Yo tengo muy reciente la memoria de 2011, cuando el PP arrasó (incluso más que ahora) en las municipales y autonómicas de mayo (mientras estábamos en las plazas del 15M, acordaos), y unos meses después logró 186 diputados en las generales. Tengo memoria del enorme dolor social que causaron sus políticas en los años siguientes. Como para no temer hoy a un gobierno del PP empujado más a la derecha por un partido neofascista, nostálgico del franquismo, machista, homófobo y negacionista, que pondrá sobre la mesa una agenda derogatoria de derechos y libertades.
Pero si las elecciones van de miedo, ganan de calle las derechas, que seguirán inflamando las emociones negativas y el temor a ETA, al comunismo, a Sánchez podemizado, a los okupas y al pucherazo, todo el miedo que cabe en sus papeletas. Frente a eso, la izquierda no puede pasarse mes y medio cantando “¿Quién teme al Vox feroz…?”. Es que es de primero de Lakoff, ya que les gusta tanto citarlo: “principio básico del enmarcado para cuando hay que discutir con el adversario: no utilices su lenguaje”. Y el miedo es el lenguaje de la derecha.
Puestos a usar el miedo como mensaje electoral, démosle la vuelta: no nos metan miedo, más miedo; mejor quítennos alguno, que ya tenemos muchos encima. Un proyecto de país y un programa de gobierno que sirvan para quitarnos el miedo a no poder pagar la hipoteca o el alquiler, el miedo a la precariedad (que es mucho más que precariedad laboral), el miedo a que cualquier traspiés te tumbe; el miedo a que un divorcio, un despido, una enfermedad o una mala racha te tiren del alambre en que caminas; el miedo a caer y no levantarte, el miedo al futuro de tus hijos y a la incertidumbre y a la crisis climática; el miedo a “estar al borde de la pérdida del control de nuestras vidas” y que “la manera como tenemos que vivir para sobrevivir en la moderna economía hayan lanzado a la deriva nuestra vida”, que decía Richard Sennett hace más de veinte años, y que tras varias crisis, pandemia, guerra y demás no ha hecho más que empeorar.
Esos son los miedos de los que tiene que hablar la izquierda, y decirnos qué proponen para amortiguarlos. No queremos que nos metan miedo, ni siquiera aspiramos ya a que “el miedo cambie de bando”. Nos conformamos con que nos quiten un poco del miedo con que vivimos. Políticas para construir seguridad, porque si no, se la acabamos comprando a los mercaderes del miedo, los vendedores de sucedáneos de seguridad, lo mismo una empresa de alarmas de hogar que un partido de derecha o ultraderecha. Venga.