El cuñadismo ha encontrado un nuevo filón para triunfar en las tertulias cerveceras de chiringuito playero: el calor. “Esto que ahora llaman ola de calor es lo que mi abuela llamaba verano”. El chascarrillo es bueno, y está bien traído.
Los medios de comunicación suelen caer en el abuso al calificar como olas, ya sean de calor o de frío, los episodios naturales de temperaturas extremas. El concepto tiene gancho y sirve para atraer la atención del público, pero a menudo se hace un uso poco riguroso de él, y eso es lo que alimenta al cuñado meteorólogo. Porque lo cierto es que las olas de calor no solo existen, sino que van a más y tienen un origen incuestionable: el cambio climático.
Según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) para hablar de ola de calor se debe dar un episodio de tres días continuados de temperaturas superiores a las máximas registradas entre julio y agosto en el período de referencia: 1971-2000.
El pasado miércoles, la AEMET lanzó un aviso especial de fenómenos adversos por ola de calor que debía durar al menos hasta el domingo, con unas temperaturas máximas superiores a los 40 grados en el suroeste peninsular y el valle del Ebro, que podrían alcanzar los 44 grados en los valles del Tajo y el Guadalquivir, y unas mínimas por encima de los 25 grados.
La llegada de la primera ola de calor de este verano coincide en el tiempo (cronológico) con la publicación de un artículo científico publicado en el último número de la revista Plos Medicine según el cual el incremento de la intensidad de las olas de calor como consecuencia del cambio climático podría triplicar el número de muertes provocadas por esta causa en España.
El artículo resume los resultados de una exhaustiva investigación llevada a cabo por cerca de cuarenta científicos pertenecientes a instituciones científicas de diecisiete países de todo el mundo, incluido nuestro Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Entre sus conclusiones establece de manera categórica que el calentamiento global está provocando un aumento de las olas de calor en amplias regiones del planeta, unos episodios que serán cada vez más recurrentes y severos en los países tropicales, Australia, Estados Unidos y Europa.
El trabajo cita específicamente a España como uno de los países que se van a ver más afectados por el aumento de los episodios de olas de calor. En concreto establece que las muertes relacionadas con las olas de calor podrían aumentar casi un 300% entre los años 2031 y 2080 si las comparamos con las que se han dado desde 1971 hasta ahora.
Pero los investigadores no se limitan a advertirnos de esta certeza científica, sino que nos señalan el camino que debemos tomar para evitar que el pronóstico se cumpla: actuar de manera mucho más decidida en la mitigación del cambio climático, reduciendo las emisiones de gases con efecto invernadero y cumpliendo con el Acuerdo de París.
Nada nuevo. Nada que no sepamos. Nada que no hayamos leído en éste y en otros rincones del diario y del resto de medios que dedican una atención especial a promover la participación ciudadana a favor del medio ambiente y contra el cambio climático.
Es verdaderamente desesperante asistir a esta época de inmolación colectiva. Para los que damos por definitivamente válidos los datos del 99,9% de la comunidad científica respecto al origen y las consecuencias del cambio climático, resulta inaudito ver como se cumplen los plazos y los pronósticos que nos conducen a los peores escenarios sin que hagamos nada como sociedad para evitarlo.
Es imprescindible acabar con el cuñadismo climático y pasar de los pasos a las zancadas para reducir las emisiones que nos están abrasando.
Tenemos una hoja de ruta global, regional, estatal y local para evitar lo peor. Pero también ciudadana. Todos sabemos hacia donde debemos avanzar: energías renovables, eficiencia energética, ahorro y respeto al agua, coche eléctrico, reducción y reciclaje de residuos, consumo responsable, ciudades equilibradas, agricultura sostenible, protección de la naturaleza, economía circular…
Si no avanzamos en esas direcciones este planeta será cada vez más inhóspito para el ser humano. Pero lo cierto es que todavía estamos a tiempo. La gran pregunta es hasta cuándo y hasta cuánto estamos dispuestos a esperar para reaccionar.