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El fascista y el cómplice

Ortega Smith agrede a Rubiño en el pleno del Ayuntamiento de Madrid.

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Javier Ortega Smith ha actuado con la lógica natural del fascista. No se puede pedir a un fascista que actúe de manera cordial, comprensiva y empática. La agresión es su modo de relacionarse con los que piensan diferente. Por eso no se le puede pedir que dimita como manera para expiar las culpas como ha hecho el PP ni pretender que se cubre el expediente desmarcándose de la acción ni condenando el comportamiento violento de su socio de coaliciones. El Partido Popular tiene la llave de la censura efectiva de estos comportamientos para que no queden impunes. Es el único que puede hacer que les sea lesivo comportarse como un matón mafioso en un pleno del Ayuntamiento. Pero no lo hará, no lo hace porque esa violencia no les es despreciable. Abascal querría colgar de los pies a Pedro Sánchez y Javier Ortega Smith meter a Rubiño en Tefía.

La agresión de Javier Ortega Smith a Eduardo Fernández Rubiño en el pleno del Ayuntamiento de Madrid no es un hecho puntual. Es su manera de hacer política, es su plan ejecutivo de represión sistemática de las minorías. Es un comportamiento aprendido basado en una cultura política violenta que tiene como estructura principal la negación de los derechos de los demás. La reacción de Ortega Smith está basada en un odio cerval, fue emocional, porque no puede tolerar que un “maricón” se atreva a cuestionarle, a él, a un fascista de cuna que en su familia siempre aprendió a despreciar y reprimir a los que siempre ha considerado más débiles. Javier Ortega Smith no va a dimitir porque de lo que se arrepiente no es de haber agredido a Eduardo Fernández Rubiño, se arrepiente de no haberlo hecho con más violencia y haber estampado la cabeza del concejal contra los papeles. Es lo que le hubiera gustado hacer porque es lo que le enseñaron en su casa a hacer. 

No se puede evitar que Javier Ortega Smith consiga su puesto de concejal porque le han votado una recua de fascistas como él, pero lo que sí se puede hacer es evitar que tengan poder institucional y pactar con ellos. La única manera de relacionarse con Vox y gente como Javier Ortega Smith es tratándolos como apestados políticos. Cortar cualquier tipo de interlocución, no contestar sus preguntas, ignorar sus respuestas, arrinconarlos hasta que se haga patente que votarlos es tirar tu voto. El Partido Popular, con sus pactos y acuerdos, es el máximo responsable de la situación de violencia política que la izquierda vive en este país, porque sí, los únicos que ejercen hoy en día la violencia política con impunidad son los miembros de la extrema derecha con la complicidad de Alberto Nuñez Feijóo. 

Feijóo ya no puede esconderse, no se puede escudar en pedir dimisiones que no van a llegar, si no rompe sus alianzas con Vox será cómplice de la violencia política. La derecha siempre ha tenido a escuadristas falangistas y cadeneros de Fuerza Nueva para que hagan el trabajo sucio por ellos, pero en un momento en el que se exige a otros actores políticos un recorrido ético intachable como condición para hacer política es inexcusable mantener cualquier tipo de relación o alianza con quienes ejercen la violencia política contra los adversarios ideológicos. 

No se puede rogar a un fascista que deje de serlo, ni se puede pedir que dimita a quien se comporta como lo que es. Javier Ortega Smith está orgulloso de ser un fascista y querría eliminarnos físicamente a todos aquellos a los que nos considera enemigos de España, ese es su pensamiento, el que expresó en esa cena de la Fundación Francisco Franco donde loaba a José Antonio Primo de Rivera, en el que expresaba la alteridad como enemigos contra los que luchar. Lo asombroso es que después de años informando sobre la esencia antidemocrática de Vox y la excrecencia humana que habita en su interior todavía haya quien se sorprenda del comportamiento violento de los miembros del partido de Abascal. Si no actúan de manera más violenta es porque son cobardes y tienen miedo a las represalias penales, pero si se les garantiza la necesaria impunidad que gozaron durante cuarenta años abrirían las cunetas nuevamente. 

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