Las gramáticas de los animales
Pensaba yo que la gramática humana era cosa fina. ¡Ahí bien sustentada por los sustantivos! ¡Ahí con esa determinación que le dan los determinantes! ¡Ahí con esas interjecciones que alzan la voz y llenan escenas de quejíos, sustos y amores!
Pensaba yo que no había bicho viviente que hablara con la gracia y altura que hablamos los humanos. Pero mira por dónde, que vino a parar un libro a mis manos y se me desbarataron los esquemas.
Vivía yo, ufana, creyendo que el perro ¡guau!, el gato ¡miau!, el pájaro ¡piiiii! y pare usted de contar. “¡Qué bonicos los animalillos con sus ruiditos!”, decía yo, hincando bien las admiraciones, mezclando distintos tipos de diminutivos y armando una cierta rima. ¡Haciendo filigranas con la gramática humana!
Qué jactanciosa era yo cuando soltaba un chorreo de palabras a las abejas, “¡largo de aquí!, ¡fuera!”, y pensaba “estas idiotas solo me van a entender con un manotazo”. Pero, en realidad, lo que ocurría es que utilizábamos gramáticas distintas: yo digo palabras y ellas hacen danzas. Esa es su gramática. ¡Mucho más artística!
Lo leí en un libro fascinante e inesperado que cayó en mis manos: Animales habladores, de Eva Meijer y la editorial Taurus. Esta filósofa holandesa explica que los lenguajes de las abejas, los pulpos, las ballenas y muchas aves tienen su propia gramática. Algunos lenguajes animales pueden ser simbólicos y abstractos. Incluso aluden al pasado y al futuro.
Me fascinó leer que las abejas, en vez de verbos y adjetivos, tienen danzas y olores. ¡Olores en vez de nombres! ¡Bailoteos en vez de adverbios! ¡Qué genialidad! “Las abejas bailan para explicarse cosas unas a otras”. En círculo, significa que hay comida cerca. En ocho, quiere decir que hay trecho que ir. Y ese baile varía según lo que quieren decir, igual que nosotros tenemos un verbo distinto para ir que para venir.
Las abejas hablan en una especie de danza del vientre. Bailan para informar. Mueven el abdomen para indicar a qué distancia está la comida y “cuanto más rápido lo mueven, más cerca está”. Bailan para decir cuántas abejas hacen falta para traer el néctar: “La velocidad y la duración del baile señalan cuánto néctar hay; más deprisa significa más cantidad”.
Bailan también para debatir dónde montar el pueblo. “Un grupo de abejas exploradoras salen a investigar posibles ubicaciones para el nido y valoran los distintos lugares. Primero deciden si estos merecen un baile y, en ese caso, la duración indica lo bueno que es cada sitio en cuestión”. Énfasis. Aquí vemos que hacen sus hincapiés y ponen sus acentos.
Quizá esos bailes sean sus frases. Quizá los olores sean sus matices y los sonidos que emiten sean sus signos de puntuación. Porque “las abejas son capaces de transmitir información abstracta mediante el uso de signos. En la gramática de las abejas pueden intervenir el movimiento, el sonido, el olor, los signos visuales y el gusto”. Y lo más fascinante es que cada comunidad de abejas habla a su manera. Tienen sus propias danzas o, como las llama Eva Meijer, “quizá dialectos”.
En este libro descubrí que la gramática de algunos animales es un deleite. Los perros de las praderas se comunican por el gusto. Cuando dos se encuentran, se besan en la lengua. “Así reconocen si el otro es un familiar, un amigo o un enemigo”. Y si no es rico el saborcillo, dan un brinco espectacular. ¡Puaj!
En los herbazales donde viven, hay mucho depredador suelto y eso ha hecho que desarrollen un sistema de alarmas como nosotros tenemos el ¡socorro!, ¡auxilio!, ¡cuidao! En sus ladridos indican si un intruso viene por aire o viene por tierra. Pero, además, describen las pintas. Si es un humano, dicen su tamaño, el color de la ropa y si llevan algo en la mano: una pistola, un palo. Si es otro perro, dicen su tamaño, la forma, el color y a la velocidad que viene.
Eva Meijer le da estatus de gramática, aunque sea sencilla, porque los elementos de este aviso cambian de orden para cambiar el significado. “Utilizan verbos, sustantivos y adverbios en construcciones dotadas de sentido, y también pueden formar nuevas combinaciones, como amenaza oval desconocida”.
¡Madre de mi vida! ¡La de lenguajes que no sabemos ni reconocer! Sufría yo porque no hablaba alemán y lo que de verdad me estaba perdiendo eran las gramáticas de olores, sabores y bailes de los animales. Porque si el lenguaje de las abejas y de los perros de las praderas son increíbles, espérate tú a descubrir el diccionario de gestos de los chimpancés. ¡Y los dialectos de los delfines! ¡Y los funerales de los elefantes! ¡Y las frases de las ballenas jorobadas! ¡Y lo que se cuentan los murciélagos entre ellos!
Tanto ha cambiado mi forma de escuchar a los animales, que ahora, cuando voy a visitar al pájaro que mi madre tiene en la terraza, en vez de oír un jolgorio de ¡piiiii! ¡pirripipííí!, creo empezar a distinguir los morfemas y lexemas del piar y el trinar.
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