Cuando una mujer como Edurne Pasabán confiesa que intentó suicidarse dos veces, hay que prestar atención. Ella, al coronar los 14 ochomiles, demostró fortaleza, espíritu de superación, constancia… También sufrió ansiedad y depresión. De estar escalando en hielo en los Alpes, pasó en dos días a hacer punto de cruz en un psiquiátrico, según ha contado ella misma.
Mientras en el mundo del trabajo se analiza el fenómeno de la “gran dimisión”, en el deporte se está dando un goteo de renuncias digno de atención, no por la cantidad sino por el significado. Las llevan a cabo mujeres, y están cambiando algo importante en el relato falsificado, por idealizado, que tenemos del deporte de elite. Ellas están hablando sin tapujos de sus problemas de salud mental, es decir, de su vulnerabilidad. Claramente muestran que no les compensa sufrir y, al hacerlo, están dotando de nuevo significado al éxito.
Hace un año la tenista Naomi Osaka se retiró de Roland Garros. Sentía “una enorme ansiedad hablando a la prensa”. Intentó que le permitieran no comparecer ante los medios durante el torneo, algo que parece bastante razonable: su trabajo es jugar al tenis. Pero fue criticada con dureza. Por supuesto, el derecho de los organizadores del torneo a explotar a los deportistas, jugando, hablando y en cualquier situación, se juzgó prevalente sobre su tranquilidad de espíritu.
Poco después se retiró Simone Biles, la mejor gimnasta estadounidense del equipo olímpico, en plenos Juegos de Tokio, justo antes de participar en las finales de salto y barras. Decidió que prefería concentrarse en su salud mental. “Tenemos que proteger nuestra mente y nuestro cuerpo -dijo-, y no limitarnos a hacer lo que el mundo quiere que hagamos”.
En este 2022 la número uno del tenis femenino, Asleigh Barty, también se despedía, presumiendo de haber alcanzado ya todo aquello a lo que aspiraba en el deporte, y expresando sus deseos de vivir otra vida. “Ya no tengo el impulso físico, el deseo emocional y todo lo que se necesita para desafiarte a ti misma al más alto nivel. Estoy agotada”. ¿Agotamiento? No se lo hemos oído a hombres que llevan 20 años corriendo, porque hay que ser muy valiente para confesar la propia vulnerabilidad.
También Allyson Felix, atleta, corredora y campeona olímpica múltiple, anunciaba su retirada en abril pasado: “He dado todo lo que tengo y por primera vez no estoy segura de si me queda algo por dar”. Dudas que albergan los deportistas, como todo hijo de vecino. Nuestra gran tenista Paula Badosa ha explicado muy bien este fenómeno, tras sufrir ella misma altibajos: “En el deporte de élite, con 18 años tiene que estar preparado mentalmente para cosas que en otros trabajos tienes margen hasta los 35 o 40”. Badosa ganó el Roland Garros júnior en 2015 y cayó sobre ella primero la presión; luego, la depresión. Hoy vuelve a jugar, y muy bien.
Deberíamos hablar más de esto, de cómo estas mujeres deportistas, al reconocer su vulnerabilidad y dimitir del máximo nivel nos dicen que no vale la pena. No dicen que no les guste el deporte, sino que no quieren seguir en ese ritmo de vida. Quizá el diseño masculino de las competiciones y todo el lucro en torno a ellas nos dé alguna explicación. Quizá sea explotación lo que llamamos dedicación: entrenos inacabables, siete días a la semana, y aun estando enfermos.
Con estas deserciones, las mujeres están, en primer lugar, derribando el mito de que los deportistas de elite lo son gracias a sus habilidades físicas. Hace falta una enorme fortaleza mental para soportar la presión, encajar las derrotas y no enloquecer en las victorias.
Además asumen la vulnerabilidad como parte de su propio desarrollo, y están poniendo ante ella a mucha gente: a sus familias, a los organizadores, a los fans. ¿Cuántas veces, los organizadores piensan en cómo exprimir un poco más a los deportistas, en lugar de proteger su bienestar? Sin entrar en los casos conocidos -y los desconocidos- de abusos sexuales, ¿cuántas veces se presiona psicológicamente a deportistas que son apenas adolescentes, y apenas capaces de tomar decisiones o emitir un juicio? ¿Cuántas veces han oído eso de “no pain, no gain”, instándoles a soportar un poco más de dolor, sacrificar algo más de tiempo?
Por último, lo más importante, estas mujeres deportistas están resignificando el éxito. Cuando hablan de prioridades que no son lograr una décima menos o una medalla más, nos abren una perspectiva que los hombres deportistas nunca han explicitado, aunque seguro que muchos lo han sentido. Reivindican el ser humanas, antes que máquinas de ganar. Seguir un año en el machito, pierde valor frente a la posibilidad de vivir una vida más plena y real.
Además hay una lección para toda la sociedad. Las deportistas que anteponen el curar su ansiedad, el simple vivir en calma, o el dedicar tiempo a otras facetas y personas de su vida, nos hacen pensar en el significado del éxito en cualquier profesión. Quizá no es lo que nos han contado. Y sobre todo: si ese triunfo obliga a no tener vida, a perder relaciones, a arriesgar la propia salud y el equilibrio interior, quizá no compensa.
Era tan fácil de decir, que nadie lo había dicho.