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La guerra más absurda

El candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio en un mitin, minutos antes de ser asesinado en Quito.

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Un asesinato nunca debe ser considerado una anécdota. Digamos, por tanto, que el tiroteo que acabó con la vida de Fernando Villavicencio, candidato a la presidencia de Ecuador, fue un escalón más en el descenso de un país, otro más, hacia el infierno. Ecuador es desde 2018 uno de los principales centros de distribución internacional de cocaína. Colombia, México, ahora Ecuador. Quizá Brasil venga detrás.

Medio siglo después de que un presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, declarara la “guerra contra la droga”, el narcotráfico no ha dejado de crecer, año tras año, corrompiendo instituciones y torturando y asesinando de forma masiva. Ha hecho inconcebiblemente ricos a los “capos” del negocio y lo ha podrido todo a su alrededor. Mientras tanto, parte de los impuestos que pagan los ciudadanos del planeta se dedica a financiar una “guerra” que no sirve ni para reducir la producción ni el consumo. Aunque sí sirve, hay que reconocerlo, para mantener pujantes los mercados financieros.

Repasemos el currículo del economista italiano Antonio María Costa: director general de Economía y Finanzas de la Unión Europea (1987-1992), secretario general del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (1994-2002), subsecretario general de las Naciones Unidas y encargado de la oficina de la ONU contra el narcotráfico y el crimen organizado (2002-2010). Algo debía de saber el hombre sobre finanzas y tráfico de drogas.

En 2009, Costa declaró que la banca internacional no se había salvado del colapso en 2008 por las ayudas gubernamentales, sino por las inyecciones de liquidez proporcionadas por las organizaciones del narco. En Italia, por ceñirnos a un país europeo, la relación entre la 'Ndrangheta calabresa (delegada del narco mexicano y colombiano en la costa oriental del Atlántico) y la Bolsa de Milán viene de antiguo: el dinero carece de color y en algún lugar hay que invertirlo.

La ´Ndrangueta genera (ilegalmente) más del 3% del Producto Interior Bruto italiano. En España, todo el sector agrario supone menos del 3% del PIB español. Estos datos permiten hacerse una idea sobre la magnitud del asunto. Una estimación conservadora cifra en unos 600.000 millones de euros la facturación mundial del comercio de drogas ilegales. La mitad, 300.000 millones, son puro beneficio. No cuesta demasiado imaginar a cuánta gente, y de qué nivel, se puede corromper con 300.000 millones.

La “guerra contra las drogas”, según la planteó Nixon (que bebía como un cosaco y aspiraba de paso con su “guerra” a criminalizar a los hippies, por la marihuana, y a los negros, por la heroína y el crack), es algo completamente absurdo. Salvo, como decíamos, por el lado financiero. La muerte de Pablo Escobar y la detención del 'Chapo' Guzmán, dos célebres y archimegabillonarios jefes del narcotráfico, no sirvieron de nada. Las continuas operaciones de la DEA (Drug Enforcement Agency) estadounidense, con un presupuesto anual superior a los 2.000 millones de euros y más de 12.000 agentes y empleados, sirven, básicamente, para justificar el presupuesto y los empleos de la DEA: tanto el número de sicarios y de muertes violentas, como la producción y consumo de droga, no han dejado de crecer desde que en 1973 se fundó la agencia.

La ilegalización de algunas drogas (los opiáceos farmacéuticos, el alcohol y el tabaco son legales en los países desarrollados) es algo relativamente reciente. En 1912, las farmacias vendían heroína como jarabe para la tos y morfina como analgésico; entre 1886 y 1929, la Coca-Cola contuvo pequeñas dosis de cocaína. Vistas las consecuencias de la “guerra” más absurda de nuestro tiempo, hasta un semanario liberal tan prestigioso como The Economist propugna que las drogas, todas, sean legales y controladas por organismos estatales.

Alguien podría comparar la venta libre (controlada) de drogas muy dañinas con la venta libre (poco controlada) de armas en Estados Unidos. Los tiroteos masivos, cierto, se han convertido en una plaga típicamente estadounidense. Ocurre que las armas no suelen matar a quien las posee, sino a otros. La droga, en cambio, constituye un instrumento de autodestrucción.

Tanto las armas como las drogas son altamente dañinas. El caso es que en la mayor parte del mundo (salvo en Estados Unidos, en los Estados fallidos y en los países en guerra) cuesta comprar un arma de fuego clandestina; la droga, en cambio, se adquiere fácilmente. Y, pongamos que hablamos de España, casi sin riesgo si uno es blanco y tiene (o lo tienen sus padres) algún dinero en el banco.

Toda esta farsa tendrá que acabarse algún día. Mientras tanto, lo razonable es seguir horrorizándose. Por lo que ocurre en algunos países latinoamericanos y por nuestra apoteósica hipocresía. 

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