La homofobia y la transfobia son la enfermedad

28 de junio de 2024 23:08 h

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Desconfianza, incomodidad, rechazo, pero también miedo y desprecio hacia una persona por ser LGTBIQ. Las fobias son un trastorno mental que desajusta a quienes las sufren y se manifiestan a través de conductas desadaptadas que no pocas veces causan sufrimiento a la propia persona y otras, como sucede mayormente con la LGTBIQfobia, causan sufrimiento y daño a otras. A aquellas en las que se focaliza el desagrado y el rechazo de forma sutil o directa, aquellas a las que se da un trato distinto que las discrimina respecto al resto porque se las considera diferentes en plan mal, “no-normales”, desviadas de la norma cishetero.

El disgusto y desagrado irracional que a alguien le producimos las personas que somos homosexuales, bisexuales, trans, intersexuales y/o queer, esa fobia, es lo que ha hecho que haya países que lleguen al extremo, más de 70, que nos persigan para meternos en la cárcel y en casi una decena que nos condenen a muerte por nuestra orientación sexual e identidad de género. Otros más sofisticados, como Rusia, usan las leyes administrativas para prohibir todo lo LGTBI argumentando que es propaganda que perjudica a la sociedad y muy especialmente a las niñas y los niños. Un modelo este que es el que adopta en fondo y forma la extrema derecha en Europa, también en las CCAA en las que cogobierna Vox cuando, por ejemplo, retira de las bibliotecas públicas los libros LGTBI. 

No hay país en el mundo que haya logrado erradicar la violencia física, psicológica y sexual que se sufre por ser gay, lesbiana, bisexual o trans. Una violencia que también proviene de las propias familias y el entorno de amistades, vecindario y social. Una discriminación y violencia que niegan los mismos que niegan la violencia machista, el cambio climático, la multiculturalidad y, ahora, la justicia social. Lo llaman ideología de género para darle carga de peligro, se llaman derechos humanos y lo peligroso es perseguirlos y cercenarlos.

Hace más de tres décadas que la OMS señaló que la homosexualidad no es una enfermedad mental, hace algo más de un lustro que señaló que la transexualidad tampoco. Sí lo es ese estado cognitivo, emocional o conductual que hace que alguien pierda el contacto con la realidad y tome decisiones desajustadas a esta dejándose llevar por las fobias. Estas tienen su origen en una emoción básica, que quienes hayan visto Inside Out seguro que sabe cuál es: el asco. Una emoción adaptativa y de la familia de las aversivas (como el miedo y el odio). Una emoción básica, la del asco como aversión, que fascistas siempre han utilizado para transformar en una emoción moral y política de rechazo a aquellas personas o grupos sociales que se han señalado como peligrosos. Personas y colectivos sobre los que construyen ideas erróneas, prejuicios y estigmas que afectan a nuestro sistema de creencias para infundir miedo y odio hacia ellas. 

El asco como rechazo moral pasa de esa forma a ser una emoción deshumanizadora y aparecen las fobias, la irracionalidad, como respuesta desequilibrada que anula la empatía, justifica la violencia (porque se entiende como autoprotección) y atenta contra la dignidad de la persona. Esto lo vemos en sin parar en las redes sociales, por ejemplo, cada vez que los relatos transexcluyentes niegan a las mujeres trans su condición de mujer y las tratan en masculino y con una violencia verbal y simbólica cruel e inhumana. La transfobia que daña y mucho, que enferma a las personas trans, que les está infligiendo un dolor que debería parar si se las viera como seres humanos. Pero ese es el problema, que no las ven así, y esa es la mejor prueba, esa deshumanización, de hasta qué punto se ha perdido el contacto con la realidad.

También han perdido el contacto con la realidad las y los distintos responsables municipales y autonómicos del Partido Popular que dependen de Vox y se han negado a poner en los edificios públicos la bandera arcoíris, e incluso han mandado a la policía local a retirarlas y arrebatárselas de las manos a quienes las portaban. Una imagen insoportable que reproduce la violencia hacia una comunidad, la LGTBIQ+, que precisamente esa bandera viene a desactivar. La bandera de colores no es una amenaza a nadie sino un símbolo precioso que refleja la diversidad que existe, que estamos orgullosas y tenemos derecho a la libertad de expresión. La bandera arcoíris no debería ofender a nadie, a no ser que ese alguien quiera negar la realidad, que no hay nada malo en ser LGTBIQ+, somos seres humanos como cualquier otro (como decía Rocío Jurado en un vídeo que estos días circula en las redes).

Pero en su cruzada cutre contra la bandera LGTBIQ+ nos encontramos otro ejemplo como el de la alcaldesa de Valencia, que dice que no la pone porque tampoco pone la del cáncer, el ELA o el Alzheimer. Su grado de homofobia -y dudosa intencionalidad al meter los LGTBIQ en el pack de causas de “enfermedades” como si quisiera emular a la presidenta peruana Dina Boluarte- la ha llevado a desconectar de tal manera de la realidad que sin quererlo ha terminado adoptando una decisión que es perjudicial no solo para las personas LGTBIQ, sino también para quienes tienen cáncer, ELA, Alzheimer o cualquier otra enfermedad. Es decir, según lo que ha dicho Catalá, el Ayuntamiento de Valencia no se sumará a ningún día internacional con ningún símbolo que represente a estas causas. Así que ni lazos rosas el 29 de octubre en el día mundial contra el cáncer de mama ni carteles verdes ni pegatinas en la solapa el 4 de febrero en el día mundial de lucha contra el cáncer. 

Quizá estos días debamos prestar más atención a todos los estudios que desde los años 70 vienen recibiendo la atención de numerosos investigadores que intentan entender sus múltiples causas. Porque para poder curar la homofobia, la transfobia y la bifobia es necesario poder conocerla cada vez más, es necesario reconocer como no superar los prejuicios contra la homosexualidad, lo trans, lo queer… no solo pueden enfermar a las personas que desarrollen esa fobia, sino que pone en peligro a las personas cuya orientación sexual, identidad y/o e expresión de género, real o presunta, sea LGTBIQ+. Es decir, a quien no responda al mandato patriarcal de cisheterosexualidad.