Algo tiene que ir mal en España, muy mal, para que un candidato se vea en la obligación de presentarse como una persona “seria y formal”. Dos mínimos exigibles a quienes se dedican a la cosa pública. Lo ha hecho Ángel Gabilondo, en un vídeo en el que reivindicaba el pasado fin de semana su animadversión a la bronca y confesaba no ser “un político de marketing, sino lisa y llanamente un profesor”. En efecto, el candidato del PSOE a la Comunidad de Madrid siempre fue más de pensar que de gritar. Será por aquello de que es catedrático de Metafísica o será porque eso del cuerpo a cuerpo, el tuit rápido, la ocurrencia o el insulto, que es lo que se impone ahora, nunca estuvo entre sus habilidades.
Criticado ferozmente en su labor de oposición por un sector de la izquierda -también del partido al que representa-, el ganador de las últimas elecciones regionales ha empezado a coger el ritmo de una carrera que no esperaba correr y a la que se ha visto obligado por el capricho de Isabel Díaz Ayuso de anticipar unas elecciones que habrá que repetir en año y medio. El trampantojo, ya saben, no paraliza el ciclo electoral. El caso es que al candidato socialista no le hace falta mencionar una sola vez a sus adversarios políticos del PP y de Unidas Podemos para afear la confrontación dialéctica entre ambos y decir que en la política sobra espectáculo.
Veamos. No es que Ayuso haya inventado al enemigo, pero sí ha hecho de él la quintaesencia de su discurso. Lo suyo es un movimiento en contra. De alguien, de algo, de un culpable de turno -primero fue Sánchez y ahora es Iglesias- con el que agrandar el relato de una figura inane sin más credo que el de quien sabe que el miedo es un sentimiento mucho más poderoso que la esperanza, y que la mentira no cuenta en las urnas.
Ayuso ha sabido, como auténtico arquetipo del nacional populismo, conectar con el resentimiento, la desesperanza y el miedo de quienes padecen las más graves consecuencias de esta pandemia para cabalgar luego sobre las pasiones negativas que asoman en todos los periodos de graves crisis. De ahí que haya dibujado al líder de Unidas Podemos como a una especie de delincuente común que viene a Madrid con un programa que “fomenta la okupación, la expropiación y los adoquines en la calle”. Y esto tan solo 48 horas después de sostener la mirada ante una cámara y soltar sin pestañear que Iglesias “es un caribeño con chándal que vive de los demás en mansiones y con séquitos de mujeres”.
Está claro que Ayuso ha convertido a Iglesias en su bestia negra de campaña, pero también al revés. El líder de los morados ha dicho de la inquilina de Sol que lo más probable es que “acabe en prisión” porque “es un peligro para nuestra democracia”. Y es que para el aún vicepresidente del Gobierno de España, el PP es sinónimo “de delincuencia, de crimen y profascismo”. Han decidido librar la batalla ideológica en Madrid y se han señalado públicamente como grandes rivales a batir en unas elecciones en las que tengan por seguro que sobrarán estridencias, pese a encontrarnos en una pandemia aún sin resolver.
Y, entre ambos, Gabilondo debe sentirse un marciano. “¿De verdad nos representan? ¿No va siendo hora de que nos pongamos a gobernar en serio?”, se pregunta el candidato del PSOE, que este lunes rechazaba un acuerdo con Unidas Podemos después del 4M. “Con este Iglesias, no. Con este, no”, subrayó para asombro de algunos -ya que se trata del mismo Iglesias que gobierna con Sánchez y ostenta aún la vicepresidencia segunda-, pero en coherencia con su estrategia de campaña.
Está en el guion del PSOE y también en la esencia del candidato con el que el socialismo madrileño concurre a estas elecciones. Huir del ruido, salir de la bronca y apartarse de la polarización para captar el voto cansado del barrizal en el que la exponente del trumpismo patrio ha convertido la escena y al que se ha sumado Iglesias con entusiasmo. El objetivo de Gabilondo no es otro más que salir del marco que tratan de imponer tanto Ayuso como Iglesias y ofrecer un espacio abierto y transversal, junto a la candidata de Más Madrid, Mónica García, y el de Ciudadanos, Edmundo Bal, si es que este último logra representación en la Cámara regional. Exactamente lo mismo que Gabilondo ofreció en 2019, y el partido de Albert Rivera rechazó para echarse en brazos de la derecha. No parece que si el 4M la suma diera los naranjas volvieran a hacer lo mismo que les ha llevado a la ruina electoral y a la demolición del partido. Y si para entonces, Iglesias no fuera “este Iglesias”, sino el que está de retirada y sólo busca salvar sus siglas en Madrid, como deslizó este lunes Pedro Sánchez ante su Ejecutiva Federal, no duden de que Podemos entraría también en un gobierno presidido por Gabilondo.
La elección está entre el fanatismo de una Ayuso que no duda en sostener que el fascismo es el lado bueno de la historia y la ponderación de un profesor serio, formal y soso que huye de extremismos. No hay más.