Desconozco cuál ha sido el contenido exacto de la conversación sostenida en el Vaticano entre la vicepresidenta del Gobierno de España, Carmen Calvo, y el larguirucho Pietro Parolin, vestido con falda, no solo para esta ocasión, secretario de Estado del Vaticano, al que algunos, en plan colegui, llaman “numero dos” del Papa, como si fuera el secretario de organización de un partido español convencional o nuevo.
Me imagino que saber todos los detalles del encuentro es como tener claro el misterio de la transusbstanciación, la transformación de los panes y los peces y parte del enredo de la Santísima Trinidad.
Bien, del lado de Carmen Calvo se nos dice que hay buena disposición por parte de la jerarquía vaticana para que el dictador Franco, que aún sigue en Cuelgamuros, no vaya a la Almudena, pero rápido, salen al corte los ‘vaticanos’ y dicen que de eso nada. Que ese rechazo a la inhumación en las cercanías de la Plaza de Oriente ellos no lo han planteado.
La familia Franco gestiona sus nichos comprados en La Almudena como si fueran plazas de garaje, en las que pudieran poner un jardín vertical o un vivac con setas de temporada.
La jerarquía de la Iglesia, con falda, debería tener un detalle con la democracia española y, después de haber entronizado a Franco con entradas bajo palio en todas las iglesias durante cuarenta años, decirle ahora a la familia que el Pardo no es mal sitio, no ya para empatar con el pasado, que eso es imposible, tan solo para resolver.
Ha coincido el encuentro entre el poder laico español y el eterno poder religioso vaticano con un aluvión informativo, legible sobre todo en el diario El País y en este periódico, de casos que demuestran que la Iglesia española también abusó durante años de menores. Que esa organización criminal, sostenida en el tiempo, grasienta, ruin, impune, no es solo propia, como conocíamos, de Estados Unidos, Chile, Irlanda, Bélgica, Alemania, Australia…, que también aquí, en España, los abusos a menores eran práctica diaria en seminarios y centros religiosos de todo tipo.
Vivimos un momento en España que es como si contáramos ahora, con el característico retraso eclesiástico y, en este caso, periodístico, nuestro particular Spotlight, nuestro Boston Globe en español, ese que cuenta noticias con hechos del pasado que espantan a los lectores que las desconocen y actualizan ¡ay! el dolor de las víctimas, ese que no se clausura.
No hablo sólo de los años sesenta y setenta, cuando en España los seminarios –el de Derio, Vizcaya, el de Valladolid, por poner sólo dos ejemplos– estaban atestado de críos, regidos en la noche y el día por jóvenes que no llegaban a los treinta, aprendices seminaristas, venidos todos de los pueblos, a los que ponían motes tan expresivos como “cipote” o “polla” –esto es información del seminario de Palencia–; hablo de casos de personas abusadas en los setenta, ochenta y noventa, de víctimas de este siglo también, de menores que han tardado lustros en atreverse a hilvanar su relato, rebobinando así su dolor guardado.
Los abusos de menores en la Iglesia son consustanciales a la organización eclesiástica en todo el mundo, el matiz estriba en lo que se ha tardado en contarlos; también en el tiempo en que la Iglesia los ha hecho suyos, si es que los ha hecho, en el tiempo entre los hechos y el relato de los hechos, en el lapso de tiempo hasta que algún jerarca llega a la conclusión, tardía y celebrada, de que abusar de menores no es pecado, es delito. ¡Impresionante la conclusión con treinta años de retraso!
Sostiene Save The Children que la media de años que transcurren entre que un menor sufre el abuso y se atreve a denunciarlo ronda los 35 años. Una digestión eterna que es tan larga como deberían ser las penas para los criminales: que no prescriban, como no prescriben los delitos de terrorismo con asesinados, los de Genocidio o los de lesa Humanidad.
Sería determinante que el “número dos” del Papa hubiera transmitido a Carmen Calvo que abordarán los abusos de la Iglesia en España con el mismo énfasis con que los han denunciado en Chile, país al que buena parte de los argentinos minusvaloran.
Metidos en gastos, sería estupendo que el secretario de Estado del Vaticano, vestido con falda, no solo para esta ocasión, dijera que como Videla, dictador argentino, sanguinario reciente, de mediados de los setenta, yace en la clandestinidad, después de apurar a más de 30.000 compatriotas, Franco no puede estar ni en Cuelgamuros ni en la Almudena, aunque solo sea por no juntar dos horrores. Tampoco Pinochet esta ni en un Cuelgamuros Viña del Mar, ni en una Almudena equivalente, Papa Francisco, y tú lo sabes.
Bien, apuren los abusos a menores de una santa vez y saquen a Franco de Cuelgamuros y pónganlo lejos de la Plaza de Oriente. Con o sin falda, jerarcas de la Iglesia.