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Impedir que el mundo se deshaga

Fragmento del último libro de Johann Hari

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Gumersindo Lafuente, con el que además de amistad compartimos aficiones literarias y una devoción indisimulada por Albert Camus, citaba en un artículo, que si no han leído aprovecho para recomendarles, un fragmento del discurso que el escritor pronunció cuando recibió el Nobel. “Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea más grande: consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir”.

Leí este artículo el martes a primera hora, antes de repasar la prensa del día y pararme un rato en una entrevista al periodista Johann Hari, quien después de forrarse con ‘Tras el grito’ (Paidós), un libro cuya adaptación cinematográfica llegó a la carrera de los Óscar, decidió emprender un proceso de desintoxicación digital e investigar por qué cada vez nos cuesta más mantener la atención. Eso incluye el pararnos a reflexionar, algo que para los que nos dedicamos a este oficio debería ser una obligación. Spoiler: La culpa no es solo de las pantallas.

“Hay algo profundamente equivocado en nuestra manera de estar en el mundo”, resume Hari, que se ha entrevistado con más de 200 expertos de medio mundo antes de llegar a esta conclusión. Su análisis, recogido en un ensayo que ha titulado 'El valor de la atención' (Península) no pretende ser un manual de autoayuda sino que nos sitúa ante un espejo incómodo y lo que probablemente es peor, de difícil resolución.

Este periodista se refiere no solo a nuestro día a día y al exceso de inputs que intentamos atender a la vez sin que sea siempre todo urgente o necesario. Estar exhausto permanentemente no solo perjudica a la salud sino que no es productivo. Ahora bien, desandar el camino que nos conduce a un precipicio social exige un cambio de mentalidad. 

Sin ánimo de generalizar, para avanzar en el sentido correcto son interesantes los estudios que subrayan que muchos jóvenes (o al menos aquellos que pueden escoger aunque sea con salarios indignos) priorizan la flexibilidad, la conciliación y la opción de combinar con el teletrabajo. Toda una lección para los que nos hemos dedicado durante décadas a vivir para trabajar.     

Los algoritmos están condicionando nuestros comportamientos diarios pero también electorales. La consecuencia es una degradación de la democracia. En eso, los jóvenes y el resto tenemos una responsabilidad. Se escucha a quien más grita o al que nos da la razón aunque falte o maquille la verdad. Es un fenómeno que se produce tanto en la izquierda como en la derecha porque da réditos inmediatos en forma de votos o audiencia. 

Cada uno, de manera individual puede contrarrestar el deterioro general aunque con ello no sea suficiente porque además de corregir comportamientos y cumplir con los propósitos de enmienda se requieren legislaciones y una dignificación de la política. 

Regresando al principio, a Camus, recomiendo leer la recopilación de sus artículos en ‘Combat’, el periódico de la resistencia francesa, porque en estos tiempos en que tanta gente se atreve a dar lecciones de periodismo, también tanto desde la izquierda como la derecha, vale la pena recordar los consejos del intelectual francés y no olvidar que nuestra obligación es reflexionar y ser escrupulosos. El resto es propaganda (aunque se disfrace de periodismo) y lo acabaremos pagando todos.

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