Todas las historias comienzan por el final, dijo el escritor John Berger, y se lo dijo a Susan Sontag en un programa de la televisión británica. Él habló del atrevimiento de sentar cátedra sobre lo que no está acabado, aunque eso sea precisamente de lo que tenemos que hablar cada día, de lo que tiene remedio, de lo que aún no está hecho ni escrito. Berger dijo también, en 2008, que la insensatez del conflicto entre Israel y Palestina se hace patente cuando reconocemos que la muerte de una víctima israelí justifica la matanza de 100 palestinos. Era 2008, qué tiempos.
Como hablaba de todo, Berger creía que la compasión no era la emoción más apropiada para hablar de las reivindicaciones legítimas de otros. La compasión es, en realidad, un sentimiento desagradable y sin gratificación. Lo experimentamos al ver padecer a una persona con la que no nos une ningún otro vínculo que compartir humanidad. Padecer por ver el sufrimiento de desconocidos tiene menos glamour que la empatía, que parece la virtud alegre y superficial de contagiarnos sonrisas. Cuando se acumula la muerte y el dolor, hablamos de la capacidad de sentir en nuestras propias carnes, muy atenuado, el sufrimiento del prójimo. Sabiendo, o creyendo, que no nos va a afectar. David Hume dijo que la compasión es la emoción moral fundamental y Charles Darwin la consideraba la más noble de nuestras virtudes. Los hombres primitivos solo se compadecieron de sus amigos y parientes pero, con la evolución, el círculo de la compasión se extendería hasta alcanzar a todas las criaturas capaces de sufrir. En fin, Darwin y sus cosas.
La crisis en Palestina e Israel es muy compleja. Con un pasado que ha ido combinado la esperanza y la atrocidad. Hamás ha vuelto a poner sobre la mesa el viejo motivo de la eliminación del enemigo. Olvidando a la población civil, olvidando la historia compartida y olvidando la vieja emoción de sufrir en la carne de otros. La proporcionalidad, los crímenes de guerra, los muertos y heridos de este ataque y las represalias parecen uno de tantos capítulos en esta guerra. Los palestinos se juegan la vida. Israel puede enfrentarse al gran error de saber dónde se está metiendo e ignorar cómo va a salir.
La causa palestina no puede ser devorada por el terrorismo de Hamás ni Israel por políticos como Netanyahu, cuya última razón de ser es escapar de la justicia. Amos Oz explica muy bien en su obra que la venganza es una terrible inercia que no tiene más fin que la muerte. La crueldad es indefendible. Todos los argumentos y todos los sentimientos apuntan al triunfo de la compasión. Y quedan cosas tan antiguas como trabajar por la paz y confiar, como dijo Berger, en que la historia no está escrita hasta el final.